El 30 de agosto se conmemora a Santa Rosa de Lima “patrona de las provincias unidas en Sudamérica”, como señala el acta de Independencia del Congreso de Tucumán. Pero, como señalan los dominicos, “es necesario situar su figura en la época actual”.
Santa Rosa de Lima sigue siendo una gran referencia espiritual en Latinoamérica y el mundo entero. Pero es necesario situar su figura en la época actual. En esta sociedad posmoderna en la que vivimos, santa Rosa nos habla de la importancia del amor desinteresado y generoso. Un amor que brota de nuestra relación con Dios y que debemos compartir y predicar.
Isabel Flores de Oliva, que por su belleza recibió popularmente el nombre de «Rosa» al que ella añadió «de Santa María», nació en Lima en 1586. La sociedad de su época, propia de un periodo colonial, está orientada en varios aspectos por el ideal de tener más. Hay allí familias pudientes, otras de pequeños propietarios y la gran mayoría de campesinos, negros y mulatos, que son tratados como esclavos. La familia de Rosa es de pequeños propietarios. Los padres de Rosa se esfuerzan en darle una seria educación humana, además de proporcionarle una sólida formación en la fe.
Lima tiene una comunidad pionera en la evangelización: el convento de Santo Domingo. Allí los seglares pueden participar en la liturgia, reunirse a meditar la Palabra de Dios y colaborar temporalmente en los puestos misionales o «doctrinas».
Santa Rosa de Lima en su interior vive un dilema: por un lado, siente vocación de religiosa contemplativa y, por otro, percibe la imperiosa llamada a realizar esta vocación en el interior de su familia, trabajando por el Reino de Dios desde fuera del convento. A sus 20 años encuentra el camino: ser pobre por la fraternidad universal ingresando como dominica seglar da clases a los niños, incluyendo aprendizaje de instrumentos musicales (guitarra, arpa, cítara), cultiva el huerto de casa y trabaja en costura. De esta forma aporta al sostenimiento de su familia amenazada con estrecheces económicas. En aquel hogar la vida es sencilla, pero lo necesario nunca falta.
Al fondo de su casa construye una cabaña con el fin de asimilar más el Evangelio en la oración; allí entra en comunión con Dios, con los hombres y con la naturaleza. Sólo Dios la va retribuyendo y ella se va forjando como mujer de «contemplación en lo secreto». A esto une una serie de mortificaciones. Frente a sus prójimos es una mujer comprensiva: disculpa los errores de los demás, perdona las injurias, se empeña en hacer retornar al buen camino a los pecadores, socorre a los enfermos. Se esfuerza en la misericordia y la compasión.
Ella misma querrá salir de Perú como misionera, pero diversas circunstancias se lo impiden. Murió en 1617 y su cuerpo se venera en la Basílica dominicana de Santo Domingo en Lima.
FUENTE: dominicos.org