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A la luz del legado del Papa Francisco

“Encontramos una senda segura para resumir estos trece años de pontificado” escribe Paola Delbosco, Presidenta de la Academia Nacional de Educación. Un recorrido que introduce este número de mayo y que la reconocida Doctora en Filosofía hizo visible a través de tres encíclicas. Una de ellas, “Laudato Si” celebra diez años de aparición.

 

El Papa Francisco emprendió su último viaje enseguida después de la Pascua de Resurrección: ¡qué esperanzadora coincidencia! Nos resulta casi inevitable ahora revisar cuál es su legado, específicamente para con los cristianos, pero también para la gran familia humana, a la que él ha mirado siempre con sincero afecto. Encontramos una senda segura para resumir estos trece años de pontificado en tres de sus encíclicas, ligadas entre sí por un mismo mensaje que, una vez anunciado, se amplifica hasta legar a su plenitud.

San Francisco, el poverello de Asís, ha sido una constante inspiración para el Papa Francisco, desde la novedosa elección de su nombre a la apertura y sencillez de su trato, su amor por la naturaleza y su disposición fraterna hacia todos los seres humanos. Este rasgo fundacional es perfectamente visible en los títulos de las tres encíclicas de su autoría que servirán de base a nuestro breve recorrido: Laudato si’ (2015) Fratelli tutti (2020) y Dilexit nos (2024), prácticamente su testamento espiritual. Estos tres textos marcan un recorrido audaz y al mismo tiempo simple, de quien llama a todos los seres humanos de este tiempo para que cumplan su vocación de creaturas de Dios, cuidando la tierra, abriéndose a las necesidades de los demás y animándose a amar como ama el Corazón de Jesús.

 Laudato si’ toma su título de un verso del famoso “Cantico delle creature”, compuesto por San Francisco de Asís hace exactamente ochocientos años, en 1225. El Cántico constituye una de las primeras obras poéticas en italiano, en su versión umbra, y su lectura, en la rítmica reiteración de la alabanza a Dios, donde Laudato si’ se repite ocho veces, produce realmente el efecto de un canto que se eleva a Dios a través de sus creaturas: el sol, la luna, las estrellas, el viento, el agua, el fuego, la tierra, y nosotros.

El cántico de San Francisco le permite al Papa, con la encíclica Laudato si’, conectar la alabanza a Dios creador con el cuidado de la tierra, un tema hoy por demás actual y necesario, poniendo en evidencia que el mundo creado por Dios clama por un trato adecuado.

Efectivamente, el cuidado de la tierra y la preocupación por el cambio climático se mencionan continuamente en nuestra cultura secular, tanto en los Objetivos de Desarrollo del Milenio -ODM- (2000) como en los sucesivos Objetivos de Desarrollo Sustentable – ODS- (2015), ambos de la ONU, y encabezan también los compromisos -muchas veces incumplidos- de las más variadas empresas, particularmente las extractivas. El gran mérito de la encíclica es participar en la formación de una conciencia del cuidado ambiental a través de la tradición cristiana y franciscana de amor a todas las creaturas.

 Nos dice en el texto: “Porque todas las criaturas están conectadas, cada uno debe ser valorada con afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros. ( Laudato si’, n.42).

Por otra parte, una de las causas de la explotación de la naturaleza está no tanto en las legítimas necesidades humanas, sino más bien en los deseos desenfrenados, que reemplazan con el consumo la búsqueda de bienes más auténticos: “Mientras más vacío está el corazón de a persona, más necesita objetos para comprar, poseer, y consumir.” (Laudato si’, 204).

La tierra es así reconocida como la casa común, que nos alberga y nutre hoy a nosotros, pero que deberá hacerlo también con las próximas generaciones, y por una cuestión de justicia intergeneracional debemos cuidarla con amor, haciendo un uso austero de sus bienes.

A la luz de esta necesidad, se hace más evidente que solo un mundo de hermanos es el que permite que nos tratemos unos a otros en plena aceptación de nuestros inevitables contrastes, con apertura y benevolencia. De este modo el cuidado de cada persona será la única forma humana aceptable de convivencia, la única que permita ese uso austero e inteligente que nos pide la casa común.

Por eso, la encíclica Fratelli tutti (2020), también inspirada por una carta de San Francisco a sus hermanos en la fe, representa una propuesta que continúa y completa Laudato si’, como el mismo Francisco reconoce al comenzar. Y es a través de San Francisco que nos explica esta continuidad de su propuesta:

“Porque san Francisco, que se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne. Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos.” (Fratelli tutti, n.2) Es Dios el que ha creado “todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos” (Fratelli tutti, n.6).

El trato fraterno tiene expresiones mínimas como es el reconocimiento de los derechos fundamentales de las personas y la aplicación de la justicia, a través de mecanismos que garanticen corredores humanitarios allí donde la vida se vuelve imposible para individuos o grupos. El Papa recuerda que permitir a los migrantes refugio y acogida es una forma de caridad política, no meramente sentimental, sino fundada en el compromiso con la verdad (n.184). Allí también puntualiza, con gran lucidez, que “cada uno es plenamente persona cuando pertenece a un pueblo, y al mismo tiempo no hay verdadero pueblo sin respeto al rostro de cada persona” (n.183). Pueblo y persona, puntualiza, son términos correlativos.

El llamado es claro: no se trata de una justicia burocrática, sino una justicia humana, donde se expresa también la ternura, que es la forma cercana y concreta del amor (n.194).

La reflexión que va de la casa común a la fraternidad universal no puede sostenerse si no es gracias a una forma más profunda de amor que el que pueda generar un corazón humano si no se abre al amor divino:

 “Pido al Señor Jesucristo que de su Corazón santo broten para todos nosotros esos ríos de agua viva que sanen las heridas que nos causamos, que fortalezcan la capacidad de amar y de servir, que nos impulsen para que aprendamos a caminar juntos hacia un mundo justo, solidario y fraterno. Eso será hasta que celebremos felizmente unidos el banquete del Reino celestial.” (Dilexit nos, n.220)

Estas palabras cierran la encíclica Dilexit nos, y son una verdadera despedida de Francisco, que nos invita a caminar juntos y hermanados. La sociedad de la producción y del consumo no nos ayuda en esa senda, sino que es necesaria una conversión del corazón, que no es cumplimiento de normas extrínsecas, sino que es amor.

Pero no podríamos amar así en un mundo individualista, consumista, hedonista y muchas veces extraviado, sin una luz de esperanza, que es el nombre del bien futuro visto como posible.

Es lo que nos recuerda este largo texto que dejo para el final:

“Invito a la esperanza, que «nos habla de una realidad que está enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive. Nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor. […] La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna. Caminemos en esperanza.” (Fratelli tutti, n.55).

Aquí está resumido, desde mi humilde punto de vista, el legado del Papa Francisco: un verdadero programa de vida para nosotros cristianos y para todas las personas de buena voluntad.

Fuente: Paola Delbosco. 10 mayo 2025

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