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Por una educación que llegue también al corazón

“A veces, para dar un contenido, tenemos que darlo de muchas maneras para que todos puedan aprenderlo” señala la profesora Ma. Gabriela Chileski, docente de Misiones. Una mirada sobre “la educación como herramienta que educa el corazón” y que llama a “reconstruir la didáctica y la pedagogía con las que damos nuestras clases”. 

Hoy nos encontramos con diversas disparidades en la educación y la necesidad de innovar en nuestras prácticas de manera real y concreta. Esta situación nos interpela a descubrir nuevas maneras de responder a la realidad actual y a las necesidades de nuestros estudiantes.

Para ello, es necesario replantear el sistema educativo o empezar a modificar nuestras prácticas educativas en los lugares donde hoy nos desempeñamos como directivos, educadores y, sobre todo, como miembros de una comunidad educativa cuya misión preponderante es la “educación integral de la persona”, y a su vez, prepararlos para el mundo. Me gusta pensar en la educación como esa herramienta que educa el corazón, que educa en valores, que educa para la vida. Así lo decía Santa Magdalena de Canossa, fundadora de las Hijas de la Caridad: “De la educación del corazón es de la cual depende la conducta de toda la vida”.

Es necesario familiarizarse con los elementos de cambio, ayudar a generar conceptos a favor de herramientas para saber actuar frente a lo desconocido, y favorecer el desarrollo de sus potencialidades. Promover valores como la inclusión, la empatía, la equidad y la responsabilidad, así como la creatividad, la innovación, la capacidad de desempeño, entre tantos otros.

La declaración conciliar Gravissimum Educationis, en su número 8, destaca que “la escuela católica se adapta a las demandas del progreso actual, formando a sus alumnos para promover el bien en la sociedad terrenal y prepararlos para contribuir a la difusión del Reino de Dios”. El Papa Francisco, en el “Pacto Educativo Global”, también nos habla precisamente de esto de “poner en el centro del proceso educativo a la persona”. Para ello, debemos mirar con sinceridad y transparencia nuestro servicio al hombre de hoy, desde una acción evangelizadora, porque está en peligro de perder su fe y su dignidad.

La educación católica es un diamante en bruto, lleno de riquezas que a veces pareciera que no podemos dimensionar y, por lo tanto, valorar. Tenemos al Pedagogo por excelencia que desafió su época, el que nos presenta una pedagogía realmente integral. Si pensamos en Jesús, en la pedagogía de Emaús, ¿qué hizo? Partió de la realidad de los discípulos, dialogó, escuchó, preguntó, compartió y dio razón de su ser, con el simple gesto de rezar al partir pan. Si tomamos este ejemplo, las enseñanzas de Jesús, quien utilizaba las parábolas y ejemplos cotidianos para transmitir sus mensajes, el maestro debe incentivar a los alumnos a basar su aprendizaje en sus propias experiencias vividas. De esta manera, los estudiantes no solo adquieren conocimientos teóricos, sino que también desarrollan la capacidad de conectarlos con su realidad personal y encontrar un significado más profundo en lo aprendido.

Tenemos que resignificar nuestros “proyectos de educación” para transmitir la fe con los códigos actuales de la cultura y seguir siendo fieles a nuestra misión de “Hacer conocer y amar a Jesús” según la pedagogía de nuestro Señor. Es un deber que tenemos los educadores hoy reconstruir la didáctica y la pedagogía con la que damos nuestras clases y enseñamos los contenidos. El término “facilitador” está muy en boga hoy, ¿pero realmente entendemos qué significa esa palabra? El facilitador es quien tiene el conocimiento y la experiencia, y es quien debe ayudar a que el conocimiento se produzca y se procese en nuestros estudiantes, como ya decía Jerome Bruner (1915-2016), psicólogo y pedagogo estadounidense.

Hoy en día no se aprende como años atrás, a través de la repetición y la fijación. Nuestras prácticas siguen siendo tradicionalistas, y las neurociencias nos enseñan que existen diversas inteligencias y modos de aprender. A veces, para dar un contenido, tenemos que darlo de muchas maneras para que todos puedan aprenderlo. Entonces, nosotros tenemos que buscar las diversas maneras de enseñar y de favorecer la construcción del conocimiento crítico. Un docente que domine las herramientas de la metodología y la didáctica es capaz de crear un ambiente de aprendizaje propicio para el desarrollo integral de sus estudiantes, donde estos puedan construir su propio conocimiento, crecer en su fe y convertirse en personas comprometidas con la transformación del mundo, capaces de discernir la realidad iluminados por la razón y los buenos valores.

Las instituciones debemos plantearnos nuestro modo de estar también en la sociedad. Creo que debemos pensar la escuela como una casa de puertas abiertas, donde todos quieran estar. Pero debemos ofrecer algo nuevo: contenidos nuevos, trabajos interdisciplinarios, espacios libres para hacer y dar conocimientos. Una casa donde todos aportamos lo mejor de cada uno para construir entre todos, un bien mayor.

Tenemos que resignificar nuestros “proyectos de educación” para transmitir la fe con los códigos actuales de la cultura y seguir siendo fieles a nuestra misión de “Hacer conocer y amar a Jesús”

Para lograrlo, aquí la institución educativa es el promotor del cambio. Debemos favorecer a nuestros docentes con espacios de diálogo, de trabajo interdisciplinario, de acompañamiento y escucha. Promover espacios de formación gradual que sean un camino real y concreto que ilumine la dimensión intelectual, humana y religiosa, abarcando todas las características de la persona.

“El valor de nuestras prácticas educativas no se medirá simplemente por haber superado pruebas estandarizadas, sino por la capacidad de incidir en el corazón de una sociedad y dar nacimiento a una nueva cultura. Un mundo diferente es posible y requiere que aprendamos a construirlo. Esto involucra a toda nuestra humanidad, tanto personal como comunitaria”, así lo ha remarcado el Papa Francisco en el “Global Compact on Education”.

En este sentido, se nos invita a redescubrir la educación como “un todo”, una tarea integral que involucra a toda la sociedad. En sintonía con este llamado, la Iglesia local impulsa el “Pacto Educativo Argentino”, una iniciativa que busca responder a nuestra realidad y reorientar la educación hacia su propósito fundamental: la formación integral de la persona humana.

Este pacto nos convoca a volver al centro de la educación, reconociéndola como un proceso de conversión permanente que toca el corazón de las personas y las impulsa a una transformación profunda, tanto dentro como fuera de las aulas. Es un llamado a generar cambios que impacten la dinámica interna de las instituciones educativas, con la mirada puesta en el cambio social que anhelamos construir.

Para inspirar y guiar este proceso de transformación, recurrimos a la fuente primera y fundamental de nuestra fe: la pedagogía del Evangelio. Esta pedagogía, orientada a la transformación del mundo según el proyecto de Dios, nos brinda los principios y valores que iluminan nuestro camino.

“El valor de nuestras prácticas educativas no se medirá simplemente por haber superado pruebas estandarizadas, sino por la capacidad de incidir en el corazón de una sociedad y dar nacimiento a una nueva cultura.

En este contexto, cada institución educativa está llamada a reformular su proyecto educativo evangelizador, tomando como punto de partida la riqueza de su propio carisma o cultura institucional, para quienes son laicos. Es esa mística específica la que ha de impulsar, motivar, alentar y dar sentido a las transformaciones necesarias.

La construcción del Pacto Educativo Argentino debe ser un proceso participativo que involucre a todos los actores de la comunidad educativa: docentes, estudiantes, familias, autoridades, organizaciones sociales y demás agentes educativos. Es importante destacar que este pacto no está limitado a las instituciones católicas, sino que trasciende esa brecha y trabaja en conjunto por “la educación toda”. Se trata de escuchar las voces de todos y construir un consenso que refleje las necesidades y aspiraciones de la sociedad argentina, colocando esta nueva visión de la educación en la agenda como política pública.

No podemos esperar más para transformar la educación y construir un futuro mejor para las nuevas generaciones debe ser un esfuerzo colectivo para hacer del Pacto Educativo Argentino un instrumento real y concreto de cambio.

Fuente: Prof. María Gabriela Chileski. Especialista en el área de Formación Ética y Ciudadana del Centro de Teología y Filosofía. Instituto Superior Antonio Ruiz de Montoya.

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