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La fascinación de lo real

“La característica de un santo como Newman es la de ser un hombre que está dispuesto a cambiar” describe Carlos Hoevel, doctor en Filosofía. El catedrático que profundizó la lectura de toda su obra, llama a “experimentar lo que puede acontecer en nosotros mismos cuando entramos en contacto con él.”

 “…Vivir en la tierra es cambiar, y la perfección es el resultado de muchas transformaciones…”, escribe el cardenal Newman. Con esta cita, el doctor Carlos Hoevel introduce al conocimiento de este gran educador inglés.  Explica que, para Newman, “la persona que no está dispuesta a cambiar, o a sufrir transformaciones, a veces, dolorosas, ¿cómo llega a ser una persona cabal?  “El crecimiento es la única evidencia de la vida”, escribe a continuación el presbítero en Apología Pro Vita Sua (su autobiografía).

Atraído por “la dinámica y la capacidad de cambio” que tuvo esta personalidad convertida al catolicismo, el profesor Hoevel, Titular Ordinario de Historia de las Ideas Económicas y Políticas de la UCA la investigó. Desde entonces brinda conferencias para estudiantes universitarios y secundarios, que invitan a observar a Newman en su camino a la santidad.

Relata que cuando nace en Londres, su padre tenía un buen pasar. Pero en aquella época, Inglaterra entra en una crisis económica, con lo cual la situación de su padre se desestabiliza, luego, en su infancia muere su madre también.

 A pesar de todo, consigue entrar al lugar a donde ocurrirán los episodios más importantes de su vida; la universidad de Oxford. Allí, en aquel colegio secundario, empezó a sentir la vocación al sacerdocio.

 Su conversión tuvo lugar a los 15 años. Entonces escribió: “descubrí que, en la vida, la cuestión estaba entre Dios y yo. Me descubrí a mí mismo y descubrí a Dios al mismo tiempo…”

Así entra al núcleo de la Iglesia Anglicana, llamada “iglesia establecida” o “high church”, que estaba vinculada con la monarquía, las elites sociales y culturales inglesas y en absoluta enemistad con Roma. Como cuenta Newman en su apología, “Roma es sinónimo de horror”.

 Tras su ordenación sacerdotal, continúa como profesor, mentor o tutor de los alumnos de Oxford y con los años, se convierte en un gran predicador.

Newman comienza a dar sermones en la Iglesia de St Mary, empezando un ascenso vertiginoso en el anglicanismo hasta convertirse en una persona con una gran riqueza filosófica, literaria intelectual que empieza a ser conocida también afuera de la Universidad. El presbítero inglés se hallaba en el corazón de la iglesia anglicana, en el tope intelectual y más prestigioso de la época, justo en 1820, cuando el imperio británico estaba en el centro del mundo.

Un viaje que cambia todo

El profesor español, Víctor García Ruiz, retoma un libro y también algunas cartas escritas por Newman acerca de un viaje definitivo para su vida, que realiza al Mediterráneo en 1833. Entonces, es invitado por el padre de un amigo, y por primera vez se aleja de la formación humanística de Oxford, del ambiente selecto y rodeado de todas las tradiciones.

Para esta comitiva, viajar al Mediterráneo, es decir, al mundo latino, era el exotismo. El barco de Newman rodea España, y llega a Gibraltar. El sacerdote inglés empieza a mirar con sus propios ojos las cosas que hasta entonces veía en los libros. Viaja a Malta, luego a Grecia, donde visualiza los templos de la isla de Itaca, en la que había estado Ulises. Finalmente llega a Roma, y queda absolutamente impactado. Italia lo invade con su belleza arrebatadora, y cuando arriba a Sicilia colapsa, no puede soportarlo. Fue tan grande su conmoción que se enferma de fiebre tifoidea.

 En Sicilia estuvo a punto de morir, pero es rescatado por los pobladores y un sacerdote católico. Allí recibe el influjo de esta iglesia local, que ve salir por todos los poros. Cuando se cura, vuelve a Roma, donde mantiene algunas entrevistas, e incluso, ve al Papa de lejos.

Cuando regresa a Inglaterra, está transformado. Y se pregunta: ¿en esta Iglesia intelectual, fría y llena de libros voy a poder seguir sobreviviendo? Algo me falta.  Entonces, recorre todas las bibliotecas y comienza a estudiar cómo puede tratar de devolverle la vida a la iglesia anglicana, y funda la Oxford Human. Este movimiento trata de explicar el acontecimiento de la fe desde otro lugar, y produce un revuelo fenomenal que repercute en toda la iglesia de Inglaterra.

 Newman comenzó a descubrir que lo que estaba tratando de resucitar en su propia iglesia, en realidad ya estaba presente en otra iglesia, la “católica”, aquella que había intuido en su viaje, como verdadera.

En busca del propio destino

Newman se convierte en 1845, entonces, los católicos de Inglaterra se reunían a escondidas en los pocos lugares que quedaban. Estaba prohibido para ellos ejercer cualquier cargo público, y el que se convertía, autodestruía su vida social.

 El presbítero inglés se da cuenta haciendo un trabajo interno que tiene que cambiar, decide dejar la capellanía de St Mary, y se recluye con otras personas en un monasterio llamado Little More. Tiempo después, renuncia a todas sus posiciones de profesor, capellán, y a sus lugares de absoluto predominio en la iglesia anglicana para quedarse sin nada. Abandona Little More y hay un relato que describe la noche en que Newman se entrega; sale a la madrugada caminando con las valijas porque un sacerdote pasionista se dirige hasta él a caballo para recibirlo en la Iglesia Católica. Así ve por última vez en su vida, las torres de Oxford, que era su hogar.

Newman se hace oratoriano, un seguidor de Felipe Neri, el santo que funda el oratorio. Se va a vivir a Birmingham, y allí no le fue muy bien. Por un lado, los anglicanos, lo despreciaban por haberse ido, y por otro, los católicos le preguntaban ¿Y vos? El sacerdote es rechazado en ambos lugares.

Mi mayor desobediencia es la de impacientarme por lo que soy, y entregarme a una aspiración ambiciosa por lo que no puedo ser.

Pero ¿Cómo vive Newman los acontecimientos que Dios le iba presentando, de modo positivo?  En su libro, este santo lo describe así: “… si me detengo sobre mi verdadero yo, entonces mi cambio es bueno. Pero, si yo me desarrollo a partir de lo que no soy, entonces no hay verdadero cambio… Mi mayor desobediencia es la de impacientarme por lo que soy, y entregarme a una aspiración ambiciosa por lo que no puedo ser. Cada uno de nosotros tiene la prerrogativa de completar la propia naturaleza y desarrollar su propia perfección. ¿por qué es tan valioso que yo cambie desde lo que soy?”

 Entonces escribe: “Dios me ha creado para que le preste un servicio determinado, me encomendó una tarea que no le ha dado a ningún otro, yo tengo mi misión. Por tanto, confiaré en El, si estoy enfermo, mi enfermedad puede servirle. Si estoy perplejo, mi perplejidad puede servirle, El no hace nada en vano. Puede quitarme los amigos, arrojarme a los desconocidos, puede hacer que sienta desolación, que mi corazón se deprima, que no vea claro el futuro. Sin embargo, Él sabe lo que hace…”

Vivir a fondo su vida personal fue para Newman el cambio necesario. Y en esto sigue la palabra de Jesús: “… de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma…” Pero él tenía una frase más fuerte que la de Jesús: “…No temas que tu vida llegue a su fin, sino que nunca tenga un comienzo…”  (Newman señala el riesgo de no haber vivido nunca la propia vida). Llegó a tal punto con esta cuestión que se planteó que no iba a cambiar, sino era con el “yo” que Dios le había dado. No por egoísmo, sino porque es un yo creado, no inventado.

Entonces, empezó a evitar muchas cosas que lo desviaban del camino. En 1860 cuando estaba por celebrarse el Concilio Vaticano Primero, el Papa en persona lo invitaba a ser asesor teológico de la reunión. Contestó que no podía ir, porque percibió que su misión era terminar de escribir una de las grandes obras que la historia de la humanidad recordará: “La gramática del asentimiento”.

Dos caminos

El cardenal Newman vivía una gran tensión: o se conformaba con el esquema de vida que tenía, o se animaba abrirse a lo real. Para él hay dos caminos: el camino del conocimiento y el del corazón.

 En “La gramática del asentimiento” Newman distingue entre el conocimiento nocional y el conocimiento real. El primero (nocional) es enciclopédico, nos da conceptos, o teorías, que de alguna manera nos permite ordenar las cosas. Pero, según el prelado, este conocimiento no termina de llegar a la realidad. Por eso, el cardenal habla de un segundo modo de conocer que es más real, permite acceder a las cosas y desarrollar el propio yo. Él lo llama el asentimiento real. Así descubrió que lo que estaba pasando en la Iglesia anglicana de Inglaterra era una gran construcción de nociones, pero no era la realidad.

Para él, la posibilidad de cambio en la vida está en la realidad del conocimiento al cual accede. “Hasta que no tenemos asentimiento real de las cosas –dijo – por más que tengamos plena aprehensión y asentimiento en el campo de las nociones, no tenemos agarradero intelectual y estamos a merced de impulsos, caprichos y luces errantes tanto en lo que se refiere a la conducta personal como en la acción social, la política o en religión…”

 Es la diferencia entre una persona que habla con conocimiento de causa, y la de alguien que habla solo nocionalmente de algo.  Para Newman el santo es capaz de vivir desde sí mismo, y lo logra en la medida en que tenga capacidad de llegar a lo real, a un conocimiento real y no puramente nocional.

 Como cardenal, Newman no se limitó a promover la Iglesia o a desarrollar la universidad a partir de un conocimiento real, si no que fue más allá; él vivió y actuó desde el corazón. Su lema cardenalicio fue “Cor ad Cor loquitur…” “El corazón habla a el corazón” porque sostiene que el hombre no sólo se caracteriza por su inteligencia y su voluntad, sino también por su afectividad.

 Un pasaje suyo sobre el corazón, dice: “qué desdichado estado y frialdad del alma que muchos viven y mueren; ricos y pobres, educados y no educados llenos de pensamiento, de inteligencia, de acción, y sin embargo con un corazón de piedra. Tan frío y muerto en relación a sus afectos como si fuera el paisano más pobre e ignorante…”

¿Entonces, es el sentimiento del corazón el que hace que una persona sea abierta? Newman está lejos de esta clase de sentimentalismo, que era un riesgo de los evangelistas que lo rodeaban. Él sostiene que una afectividad abierta tiene que venir acompañada por la acción. “La felicidad del corazón consiste en el ejercicio de los afectos. – escribe – No en los placeres sensuales, en la actividad, el contemplarse a sí mismo, o la conciencia del conocimiento…, sino en que nuestros afectos sean desplegados y ofrecidos. Y que permitan actuar en relación a los otros. La prueba de un corazón activo, es su acción… que pasa de un conocimiento nocional a un conocimiento real de la situación. Sin el movimiento del corazón el yo no se despliega, y vuelve a su lugar apagado…”

La prueba de un corazón activo, es su acción… que pasa de un conocimiento nocional a un conocimiento real de la situación. Sin el movimiento del corazón el yo no se despliega, y vuelve a su lugar apagado

Una cuestión esencial

La conciencia, para Newman es lo definitivo de la vida, “…una voz imperativa y contingente como ningún estado de la experiencia…” Para él, el corazón de lo religioso y el punto culminante del cambio está en la obediencia de la conciencia, que te persigue hasta que uno no la escucha más. Es un momento en que el yo es totalmente interpelado. La conciencia es una voz siempre presente en nuestra vida.

Pero no alcanza. Aquí aparece un segundo elemento, que es como un viento, porque a veces a la conciencia no le respondemos. Se trata del amor de Dios que está dentro del corazón, por eso Newman dice: “podemos amar las cosas creadas con gran intensidad; pero, tal afecto cuando está separado del amor al Creador, corre como un arroyo impetuoso vehemente y turbio, necesitamos algo más”.

 “El corazón sale solo por una puerta que no permite la expansión de todo el hombre”. Esa Puerta es Dios. Si la puerta no está del todo abierta, no permite el pasaje final. “Sino es demasiado audaz decirlo – escribe Newman- solo el que es infinito puede ser la medida de nuestro corazón… solo él puede responder al misterioso conjunto de sentimientos y pensamientos que tenemos dentro de nosotros”

 Sin embargo, para Newman, la conciencia y el soplido del amor tampoco alcanza, si no me encuentro con un acontecimiento sucedido: Cristo. Por eso, describe que, al encontrarlo, cada hombre habla por sí, es un testimonio. “El cristianismo crea una certeza de verdad…”

Así termina “La gramática del asentimiento”. Toda la obra del cardenal Newman es testimonio de alguien que luchó para encontrarse a sí mismo. Me siento identificado con él por este aspecto ambivalente de darse cuenta de las cosas de la vida y de su dificultad por acceder y salir. Demostrar a los otros quién eres, porque los otros, en definitiva, te están viendo de afuera.

Fuente: Conferencia del Profesor Carlos Hoevel. Diciembre 2019.

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