“Dar espacio a esta pregunta permitirá descubrir la llama que alimenta nuestra acción, y Dios quiera que podamos decir también nuestra pasión”, expresa la doctora Carmen González, Decana de la Facultad de Filosofía de Santa Fe. En las últimas Jornadas de Institutos de Formación docente reflexionó sobre “la formación de formadores como proyecto existencial”.
Desde la Filosofía me gusta pensar que a la verdad podemos llegar a través de la belleza. Y con este criterio, elegí comenzar con una canción de Juan Manuel Serrat: déjense afectar por esto, vean que les pasa. Dice así: “Fue sin querer, es maravilloso el azar. No te busqué, y ni me viniste a buscar”.
Sin duda, no estamos aquí por azar sino por efecto de una respuesta más o menos velada, más o menos consciente a una llamada, a una vocación. Sería triste reconocer que “andábamos por ahí…”, que pasábamos por donde no queríamos pasar y decidimos estudiar profesorado.
Sin embargo, muy pocas veces hacemos el ejercicio, y no nos hacemos tiempo para pensar por qué estamos aquí. Dar espacio a esta pregunta, permitirá descubrir la llama que alimenta nuestra acción y Dios quiera que podamos decir también, nuestra pasión.
La primera respuesta a esta pregunta, para nada trivial, podría ser que estamos aquí porque amamos la educación, o más bien – ya que, si amar ideas o amar abstractos es poco humano- porque amamos educar. Ahora, ¿qué es educar?
(…) Si somos docentes de Institutos de Formación Docente estará más que claro que educar es despertar en nuestros alumnos – futuros docentes- ese compromiso moral con el cuidado del otro. Ser docente en un instituto superior es mucho más que ser un profesor, es ser un constante motivador de esa vocación que nos trajo hasta aquí, no por azar.
La denominada “formación de formadores”, no podrá quedar entonces en la planificación y el desarrollo de ciertos contenidos exigidos institucionalmente, ni mucho menos en el despliegue más o menos ingenioso y creativo de didácticas que sepan atraer a los alumnos a aprendizajes significativos. Será…, más bien, la tarea inquietante de inquietar, día tras día, con la pregunta de por qué estamos aquí. Será, en definitiva, la tarea de mantener despierta la mirada de los futuros docentes hacia su propia vocación, porque detrás de cada planificación de clases, deberá estar viva la pregunta de para qué lo hago. Y será plenamente fundante la respuesta que nos repita una y otra vez: “porque quiero que sea más”.
¿Qué es educar?
“Que otra cosa queremos alcanzar con la educación, si no que el joven que se nos ha confiado llegue a ser un hombre verdadero y sea auténticamente él mismo. Pero ¿cómo se puede alcanzar esta meta? Una cosa parece clara, el educador debe tener una percepción y un juicio verdadero sobre todo ello: en qué consiste la meta de la educación, es decir, el verdadero ser del hombre y la verdadera individualidad”.
Estas son palabras de Edith Stein en una conferencia titulada “Verdad y claridad en la enseñanza y en la educación, en 1926, cuando era profesora en la Escuela de Magisterio de las Hermanas Dominicas de Espira, Alemania. Ella nos lleva al centro de la pregunta que hoy debemos volver a pensar: cuando decimos educar ¿a quién se dirige nuestra acción?
En primer lugar, quién se educa es la Persona. Solo las personas pueden educarse. Solo ellas están constituidas por rasgos o facultades que les permiten ir haciéndose, ir siendo cada vez más plenos.
(..) Venimos al mundo como seres desprotegidos e inacabados desde el punto de vista natural o biológico, pero en esa carencia radica la mayor riqueza de las personas: poder decidir qué quiero ser.
En los tiempos que vivimos una afirmación como esta podría abrir la puerta para una serie de manifestaciones tan de moda como el supuesto derecho a decidir qué quiero ser tal, como si al llegar a este mundo fuéramos una nada que tiene por delante todo un abanico de posibilidades para elegir quién quiere ser … Nada más lejos de esta idea es aquella que nos invita a nuestra vocación docente en un real proyecto existencial.
Por medio de la educación, toda persona, va actualizando sus potencias: aquellas que les fueron dadas desde el momento en que comenzamos nuestras existencias, pero que solo serán potencias, es decir, capacidades, si no encuentran a quien las descubra y ayude a desarrollarlas. Somos desde el primer instante de nuestras existencias una integralidad, de corporeidad, afecciones y conciencia libre.
La ciencia del hombre que nos haga capaces de comprender al propio ser humano deberá ser una ciencia “omniabarcante” que lo estudie en su individualidad, y en su sociabilidad, en lo corporal, lo psicológico – anímico, y lo espiritual. En las realidades espirituales a que dé lugar y de las que forma parte, como la comunidad, el estado, o el lenguaje. La individualidad es consustancial al ser humano y en la vida real lo que encontramos son seres humanos concretos que podemos entender y explicar en lo esencial como una persona espiritual, pero este individuo vive en relación con sus semejantes formando parte de colectividades como la tribu, el pueblo, la humanidad y por ello no puede obviarse ese estudio en quién educa a niños o jóvenes.
Educar será entonces tender la mano a quién está entrando en el mundo cultural de la humanidad, que siglo tras siglo produce y cristaliza conocimientos que puede mejorar nuestra calidad de vida. No podemos renunciar entonces, ni a ejercer nuestra autoridad- en tanto responsabilidad, y no poder – ni a la transmisión de una tradición cultural que lejos de repetir fosilizando los conocimientos, los ofrece para una nueva y constante significación. Estamos aquí, en resumen, porque tiene sentido ser mediadores entre la historia de la humanidad y el presente de unas personas que quieren ser más y mejores seres humanos.
Estamos aquí, en resumen, porque tiene sentido ser mediadores entre la historia de la humanidad y el presente de unas personas que quieren ser más y mejores seres humanos.
¿Cómo formar formadores?
La descripción que la cultura contemporánea hace respecto de los formadores del siglo 21, nos deja en un terreno plagado de incertidumbres, tironeos, y exigencias imposibles de cumplir. Sin embargo, no hay allí nada nuevo respecto de lo que venimos hablando; al comienzo se nos plantea el desafío de estar frente a una sociedad, un sistema educativo con padres y alumnos que espera de nosotros que seamos “idóneos, cultos, y agentes de cambio”
¿Porque debería ser este un reto para el docente del siglo 21?, si aceptamos la vocación que nos compromete en el cuidado del otro… es decir, si hemos definido a la educación como ese compromiso para ser que cada uno de nuestros alumnos sea más ¿cómo puede un docente no ser agente de cambio?
Hoy se describe como aspiración de la sociedad que los docentes “actualicen permanentemente sus conocimientos…”, pero si decimos que los educadores son los mediadores entre el legado de la cultura y las nuevas generaciones, ¡¿cómo no estar actualizando permanentemente nuestros conocimientos!?
Luego al final, se nos recuerda que a los estudiantes de hoy exigen una educación compleja, y que nosotros somos los responsables de nuestro aprendizaje…claro … ¡por eso estamos aquí!
Lo que quiero mostrar es que solemos caer en la tentación de que estamos sobre exigidos, y que se pide demasiado de nosotros cuando en realidad “estamos preparados para otra cosa”, y “los alumnos de antes eran distintos…” en realidad, si transitamos la formación docente hace un tiempo como estudiantes y hoy como docentes “no es por azar”, sino porque es parte de, un compromiso existencial.
Vivimos para educar y para ayudar a otros a que lo hagan con sentido. Si no será hora de ir aceptando que confundimos la vocación docente como una profesión más. Será hora de re pensar qué docentes queremos ser.
Vivimos para educar y para ayudar a otros a que lo hagan con sentido. Si no será hora de ir aceptando que confundimos la vocación docente como una profesión más. Será hora de re pensar qué docentes queremos ser.
Consideraciones finales
¿Por qué estamos aquí? Creo haber podido desandar algunas cuestiones que nos ayude a responder esta pregunta. Estamos aquí porque nuestro rol de formadores no puede dejarnos indiferentes a las demandas del contexto en el que ejercemos nuestra vocación. Estamos aquí como siempre, queremos seguir revisando nuestras prácticas, nuestros suelos tan seguros por momentos y resbaladizos a menudo, que nos hace experimentar la necesidad de volver a preguntarnos si haber entrado al instituto como docentes fue por azar o fue por respuesta a una llamada. Reconocer esta segunda opción nos ayuda a mantener la llama que nos anima, a seguir siendo, en términos ignacianos fuegos que encienden otros fuegos, a seguir siendo más que docentes, educadores.
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“La formación de formadores”
según los organismos oficiales
El Consejo Federal de Educación en la resolución Nro 286/16 aprueba el Plan Nacional de Formación Docente que propone políticas para formar docentes sólidos, autónomos, críticos, creativos y agentes comprometidos con el cambio. Para ello centra su propuesta en cuatro principios: La justicia educativa por la cual los docentes deberíamos ser capaces de lograr que todos los estudiantes desarrollen sus capacidades fundamentales para la vida considerando a la vez, los diferentes contextos culturales y estilos de aprendizaje.
Un segundo principio que apunte a la valoración del docente, promoviendo su desarrollo, fortaleciendo su motivación, capacidades y colaboración entre ellos.
Un tercer principio, que busca la centralidad de las prácticas, interpelando todas las prácticas profesionales a lo largo de la formación inicial y “abriendo las aulas a otras miradas para expandir la reflexión pedagógica sobre cómo construir una enseñanza eficaz, ética y con sentido de justicia social”.
Y el cuarto busca renovar la enseñanza, incorporando nuevas tecnologías, pero “sobre todo, renovando la experiencia escolar, a través de prácticas pedagógicas abiertas a la diversidad, la expresión, la exploración, a la pasión por aprender durante toda la vida…”
No hay forma de pensar que la formación docente se acaba al finalizar el trayecto en los institutos. Ahora bien, una mirada que vuelve sobre nuestra vocación nos exige también una mirada sobre aquellos a quienes consagramos esa vocación. Es verdad que las nuevas generaciones de estudiantes de todos los niveles reclaman una revisión de los modos en que vivimos ejerciendo nuestra docencia hasta ahora.
En la resolución 330/17 del Consejo Federal de Educación, podemos encontrar otra guía, en la que se menciona que el marco de organización de los aprendizajes, transforma los procesos de enseñanza desde la perspectiva de las disciplinas hacia la perspectiva de las habilidades o competencias que atraviesan los contenidos disciplinares.
Habla de 6 capacidades fundamentales para desarrollar de aquí al año 2030:
- Resolución de problemas
- Pensamiento crítico
- Aprender a aprender
- Trabajo con otros
- Comunicación
- Compromiso y responsabilidad