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Mi recuerdo de Francisco, un Papa educador

“Fue Mons. Bergoglio uno de los primeros en confirmarme en el camino de promover el aprendizaje-servicio solidario…” Desde la última audiencia que mantuvo con el Papa Francisco a finales del año pasado hasta el día que lo vio por primera vez en 1999, Nieves Tapia testimonia los encuentros que la marcaron “fuertemente” como laica y educadora.

Tal vez en unos meses -o en un par de años- podamos escribir en profundidad sobre el enorme legado que el Papa Francisco nos dejó a los educadores. Seguramente se necesitará tiempo y estudio para poder valorar la cantidad y calidad de esfuerzos que dedicó a la educación durante su Papado, y también antes. Una rápida lista tendría que incluir – por nombrar sólo algunas pocas- la organización en 2015 del primer congreso mundial de educación desarrollado en el Vaticano, con más de 6.000 participantes de todo el mundo; el lanzamiento del Pacto Educativo Global en 2019, la fundación de Scholas Occurrentes y la Universidad del Sentido, además de los innumerables mensajes y encuentros para educadores de todos los niveles y modalidades a lo largo de su pontificado. Y ni hablar del impacto de encíclicas como Laudato Sì y su concepto de “ecología integral” en la vida real de tantas instituciones educativas.

Francisco fue -como Juan Pablo I- uno de los pocos Papas que antes de serlo ejerció como profesor en el nivel secundario, y su oficio docente se advertía no sólo en la estructura y lenguaje de sus discursos, sino sobre todo en su particular amor y dedicación a los niños, jóvenes y adolescentes. Habría que repasar sus mensajes para las Jornadas mundiales de la Juventud, y para la Jornada mundial de los niños y niñas que inventó en 2024 y no llegó a repetir en 2025. Y también habría que repasar las innumerables fotos, selfies y abrazos con jóvenes que acompañaron todo su pontificado, porque sus gestos a menudo hablaban todavía más fuerte que sus palabras.

Habría que recordar su actualización del principio de Pestalozzi de educar “cabeza, corazón y manos”, su insistencia en que “no se puede cambiar el mundo si no se cambia la educación”, su recordado mensaje a los jóvenes para que “hagan lío”, y sobre todo los grandes desafíos planteados en el Pacto Educativo Global como pilares de la pedagogía del Papa Bergoglio. 

Pero mientras escribo estas líneas que me pidió CONSUDEC, aunque está ya la alegría de un nuevo Papa, todavía están frescas las lágrimas del entierro de Francisco, y me van a disculpar si hago lo que estamos haciendo muchos en las redes sociales: compartir “mi” recuerdo de Francisco, repasar las anécdotas, las fotos, pintando nuestros retratos de la persona que tuvimos la gracia de Dios de conocer mucho o poco, relatos inevitablemente autorreferenciales, pero que -puestos uno junto a otro- tal vez nos están ayudando a conocer y entender más a quien fue nuestro Papa argentino.

Escribo entonces más desde el corazón que desde la cabeza, para compartir algo de lo que viví como laica y educadora junto a Jorge Mario Bergoglio. Por una cuestión de honestidad, empiezo por aclarar que no me anoto en la lista de los muchos que hoy se presentan como los “mejores amigos del Padre Jorge”. Tengo una anciana amiga que era parte de su grupo de jóvenes en la parroquia de San José de Flores, amigos y colegas que compartieron con él Seminario y vicisitudes setentistas, caminatas villeras y mates en su departamentito en la Curia, y sé que yo nunca estuve así de cerca. Pero sí tuve con él algunos encuentros que marcaron fuertemente mi vida personal y profesional, y aquí quisiera recordar algunos.

Empiezo por el más reciente, el que ya temíamos que sería el último. En noviembre pasado, con el equipo del Centro Latinoamericano de Aprendizaje y Servicio Solidario (CLAYSS) y la Universidad LUMSA organizamos en Roma el V Simposio Global de Uniservitate una red mundial de universidades católicas que promueven el aprendizaje-servicio solidario como parte de sus políticas institucionales. Entre los 200 rectores, docentes y estudiantes llegados de 35 países estaban el rector y algunos representantes de la Universidad Católica de Ucrania, y también un grupo de docentes cristianos y musulmanes de la Universidad de La Salle en Belén, Palestina, dando testimonio de que aún en medio del absurdo de la guerra se puede usar lo aprendido en las aulas para construir y reconstruir solidariamente todo lo que se puede.

Durante tres intensos días habíamos compartido ponencias, experiencias y sobre todo una alegre y fraterna convivencia con estudiantes solidarios y sus docentes, con autoridades y especialistas venidos literalmente de todos los continentes.

Hasta último momento algunos casi no podían creer que íbamos a tener una audiencia privada con el Papa. Pero sí, ese 8 de noviembre Francisco quiso que estuviéramos con él ese puñado de representantes de los centenares de universidades católicas que han adoptado al aprendizaje-servicio solidario como parte de su identidad. Su mensaje nos conmovió, nos reafirmó en el camino que venimos recorriendo -algunos desde hace décadas- y hoy nos suena como un testamento al que serle fieles: 

Dado que «no podemos cambiar el mundo si no cambiamos la educación», debemos reflexionar juntos sobre la forma de iniciar y liderar este cambio. La red Uniservitate, del Centro Latinoamericano de Aprendizaje y Servicio Solidario, ha desarrollado el método pedagógico del service-learning, o “aprendizaje en el servicio”, cultivando la responsabilidad comunitaria de los estudiantes a través de proyectos sociales, que forman parte integrante de su trayectoria académica. Y de esta manera las instituciones educativas católicas hacen honor a su título. Para una escuela o una universidad, ser “católica” no añade un simple adjetivo honorífico a su nombre, sino que significa el compromiso de cultivar un estilo pedagógico característico y una didáctica coherente con las enseñanzas del Evangelio. No es ideología evangélica, no, es humanismo, humanismo según el Evangelio. En este sentido, Uniservitate responde con coherencia a las intenciones del Pacto Educativo Mundial, cultivando itinerarios formativos atractivos para todos.”

Ese “todos” que en los comentarios después de su muerte se repitió tantas veces, en esa sala era una realidad viva: los proyectos de aprendizaje-servicio solidario tienen la capacidad de atraer a todos los estudiantes y docentes, también a aquellos que no comparten la fe católica, pero que se nos unen en el común ejercicio del amor fraterno. Y por eso, los budistas venidos de Asia, los musulmanes de Medio Oriente y los agnósticos de todos los continentes estaban tan emocionados con el mensaje del Papa como los que crecimos dentro de la Iglesia.

En su mensaje, Francisco nos recordó desarrollar los tres mensajes del corazón, la cabeza y las manos, y nos dijo que “la tarea no es fácil, ¡pero es apasionante! Educar es una aventura, es una gran aventura”. También nos dejó lo que me parece una definición preciosa de qué es el aprendizaje-servicio solidario:

“los proyectos pedagógicos deberán poner a los estudiantes en contacto con la realidad que les rodea, para que, a partir de la experiencia, aprendan a transformar el mundo no para su propio beneficio, sino con espíritu de servicio.”

Y hasta tuvo tiempo para salirse del libreto y contarnos una anécdota de infancia… (la pueden leer en castellano en el texto del Osservatore. Para todos los que estábamos en la sala, fue muy fuerte que el Papa nos confirmara nuestra misión como educadores solidarios, algo que seguramente nos sostendrá en los momentos duros, y que también aumenta nuestra responsabilidad de ser fieles a esta misión. 

Después de su mensaje me tocó ser la primera en acercarme a saludarlo. Antes de que yo le dijera nada me dice: “pero yo a usted la conozco”. Le dije que sí, y cuando le dije mi nombre casi podía ver trabajar a esa enorme “computadora” que en su cabeza registraba cada rostro y cada nombre, y su sonrisa de reconocimiento fue una gracia más en esa mañana increíble. 

Le di el regalo que le llevaba -un libro que publicamos con UNESCO donde se ve la sintonía entre el Pacto Educativo Global y lo que los expertos internacionales dicen que es la educación del futuro, le expliqué algo de quiénes estaban en la sala, y después le conté algo personal a lo que me respondió con un chiste tan porteño que me hizo soltar la carcajada, contraviniendo seguramente el protocolo (aunque los serios monseñores que estaban parados al lado ya parecían estar acostumbrados a la falta de protocolo del Papa argentino y sus connacionales).

Durante casi una hora saludó a cada uno de los rectores, docentes y estudiantes venidos de todo el mundo. Todos salían de saludarlo con enormes sonrisas, lágrimas o ambas. Al terminar, pusieron su sillón junto a mi silla para la foto protocolar, y yo aproveché para decirle “vio que seguimos haciendo lío”. En la foto oficial se ve cuando Francisco me responde “sí, hay que hacer lío, mucho más lío”. Después de la foto se paró con su bastón y dándose vuelta me dijo “Me alegró mucho verla después de tanto tiempo”.

Esas palabras fueron las últimas que me dijo en la tierra, y me siguen conmoviendo. Me hicieron pensar que él también se acordaba no sólo de las varias veces que nos vimos en el Vaticano, sino de esos pocos encuentros que compartimos en Buenos Aires, cuando él era mi Arzobispo.

No sé de cuáles de nuestros encuentros porteños se acordaría Francisco, pero yo tengo muy presente que -25 años antes de la audiencia en el Vaticano- fue Mons. Bergoglio uno de los primeros en confirmarme en el camino de promover el aprendizaje-servicio solidario, cuando yo estaba recién dando los primeros pasos.

Fue poco antes de la Navidad de 1999 cuando me encontré personalmente con él por primera vez. Yo venía colaborando con la Conferencia Episcopal desde muy joven, y en ese momento formaba parte del Departamento de Laicos. También colaboraba con la Vicaría de Educación que él había creado en Buenos Aires, formando a docentes parroquiales en el desarrollo de proyectos educativos solidarios. Pero lo fui a ver porque Juan Llach -que acababa de ser nombrado Ministro de Educación por De la Rúa-, me había ofrecido el cargo de Directora del que sería el primer programa nacional de aprendizaje-servicio en el Ministerio. Después de haber sido criada en el Magisterio sobre la importancia del compromiso temporal de los laicos, para mi sorpresa algunos sacerdotes que hasta entonces habían sido muy amigos me empezaban a mirar con mala cara por colaborar con un gobierno con el que no simpatizaban y hasta me vaticinaron que “iba a olvidarme de ser católica”. 

Decidí entonces ir directamente a mi pastor, y contarle por qué me parecía importante asumir el cargo que me ofrecían. En medio de su apretadísima agenda de los últimos días del Adviento, Mons. Bergoglio me recibió en una salita después de la misa en la Catedral. Y cuando le conté lo que me estaba pasando, me dijo una típica frase bergogliana que no voy a olvidar: “Nieves, ¿qué problema se hace? Yo siempre digo que prefiero que los laicos vengan al confesionario si tienen que pedir perdón, que vengan a la sacristía a pedir consejo”. De sus palabras, pero sobre todo de su actitud, entendí que él sí creía en lo que decían los documentos sobre el compromiso de los laicos… y de las laicas. 

Ese respaldo de mi arzobispo marcó el inicio de una década en la función pública en la que -con una breve interrupción durante 2002, en la que fundamos CLAYSS- pude promover una pedagogía basada en la solidaridad a través del Programa Nacional “Escuela y Comunidad”, del Premio Presidencial “Escuelas Solidarias” y desde 2003 el Programa Nacional Educación Solidaria (que milagrosamente sobrevive a todos los cambios y tormentas de nuestras políticas educativas nacionales).

En los 25 años que siguieron a ese encuentro en la Catedral, he seguido trabajando desde la función pública y desde la sociedad civil para promover una educación en la que la solidaridad no sea un contenido teórico, sino u método para aprender y enseñar, para “ablandar los muros de la escuela” y -en las palabras de Francisco al lanzar el Pacto Educativo Global- para “formar personas disponibles que se pongan al servicio de la comunidad. El servicio es un pilar de la cultura del encuentro (…) En esta perspectiva, todas las instituciones deben interpelarse sobre la finalidad y los métodos con que desarrollan la propia misión formativa.” 

Permítanme concluir con uno de esos gestos con los que nos enseñaba a servir más que con mil palabras. Cuando el Cardenal Bergoglio era el Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, y adelantando lo que Francisco llamaría “sinodalidad”, decidió invitarnos a un grupo de laicos a participar del debate sobre educación que tendría lugar en la Asamblea plenaria de la CEA. Era la hora de la siesta de un muy caluroso día de febrero cuando llegué con mi bolsito a la Casa de Retiro de María Auxiliadora en San Miguel, donde entonces se reunían. La Hermana Directora de la Casa me recibió muy afectuosamente, me explicó que los laicos invitados nos hospedábamos en otro lado, y me dio las instrucciones para llegar. Salí con mi bolsito, mientras el silencio de la casa indicaba que la mayoría de los obispos estaban durmiendo la siesta. Pero para mi sorpresa, en la galería me encuentro al Cardenal Bergoglio, que me pregunta: “¿A dónde va, Nieves?”. Le explico, y me repregunta: “Pero ¿ya estuvo ahí, sabe cómo ir?”. Y yo: “No se preocupe, ya me explicó la hermana”. Y ahí me dijo con firmeza: “No, se va a perder, yo la acompaño”, me agarró el bolso y me acompañó al rayo implacable del sol de las dos de la tarde las casi 10 cuadras. 

La verdad, no me acuerdo nada de lo que hablamos en esa caminata, ni casi nada del debate educativo que tuvo lugar en esa Asamblea de los obispos. Me queda la fuerte impresión de que un Cardenal me estuviera llevando el bolso por las calles de tierra de la periferia bonaerense. Y llevo para siempre en el corazón ese gesto concreto de servicio de un pastor que nos enseñó con el respaldo de su vida.

FUENTE: María Nieves Tapia. Directora de CLAYSS (Centro Latinoamericano de Aprendizaje y Servicio Solidario, www.clayss.org.ar). Inició y condujo los primeros programas de aprendizaje- servicio del Ministerio de Educación de Argentina (1997-2010), y fue vice-presidenta de la Prioridad Juventud (1980-1997) y miembro del Departamento de Laicos de la Conferencia Episcopal Argentina. 

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