“Una que permita a nuestros jóvenes visualizar un futuro que los incluya”. Aporte de Natalia Fidel, diputada de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Si bien podríamos decir que en Argentina durante las últimas cuatro décadas ha habido grandes avances en términos de derechos sociales, también tenemos que reconocer que llegamos al 2023 desgastados, con muchas deudas pendientes. Con un evidente hastío colectivo, producto de múltiples fracasos de la política para dar respuestas a los problemas más elementales, muchos de los cuales generan un gran dolor, frustración y desencanto.
Pero el peor desencanto, y creo que el más peligroso y menos justificado, es con el otro: nos cuesta encontrar en la diversidad una oportunidad de crecimiento. Un sentimiento muy diferente al de los inicios del ‘83, cuando la sociedad vivía una etapa de efervescencia política. Donde nos encontrábamos a pesar de las diferencias, lo que era lógico porque durante seis años había sido proscrita nuestra libertad de ser y decir. Supimos entender que el disenso era un tesoro que había que valorar y respetar, y jamás volver a perder. Esa fue la esencia del «Nunca Más».
Creíamos que el futuro sólo podía depararnos algo mejor, y sin duda así fue. Toda una generación nacida y criada en democracia. Pero 40 años más tarde estamos en una encrucijada en la que pareciera que todo lo que hacemos tiene el mismo resultado, y que toda la culpa de esos fracasos es del otro. Llegamos a un punto en donde la diferencia se estigmatiza y nos encerramos en un bucle pendular: vamos de un lado al otro porque tendemos a negar cualquier legitimidad de lo que hizo quien piensa distinto. Una trampa del borrón y cuenta nueva que nos impide avanzar. Y peor aún, que va construyendo en la idea del otro diferente un obstáculo para el progreso. Algo que como sociedad ya habíamos elegido desterrar de nuestra identidad.
Por eso, creo que gran parte del debate que debemos estimular en las aulas argentinas, vinculado a estos 40 años de democracia, tiene que ver con la aceptación del otro y la necesidad de acuerdos, valores fundacionales de la vuelta a la democracia pero que, paradójicamente, hoy nos cuesta vivir en los hechos.
Pensemos qué pasaría si en cualquier aula del país preguntáramos cuáles fueron los temas que discutió la política durante el último año. Muy probablemente, se mencionarían problemas estructurales como la inflación o la inseguridad, y también algunos hitos específicos de alta visibilidad como la condena a Cristina Fernández por corrupción, el intento de magnicidio contra ella, los cambios en el Ministerio de Economía, la confrontación del Gobierno Nacional con la Corte Suprema de Justicia. También es muy probable que el sentimiento general que perciban sea el de confrontación e incapacidad de diálogo. Y que compartan cierto escepticismo sobre la política como herramienta de transformación.
Tenemos un problema importante si gran parte de la agenda política que hoy le estamos proponiendo a nuestros jóvenes es una agenda de avasallamiento institucional, divisiones, violencia y crisis política. Quienes formamos parte del sistema político tenemos que reconocer que la agenda que se debate es frustrante, porque se ha transformado en una agenda de inestabilidad institucional. De dudas más que de certezas. Del pasado más que del futuro. De divisiones y necedades.
Tenemos un problema importante si gran parte de la agenda política que hoy le estamos proponiendo a nuestros jóvenes es una agenda de avasallamiento institucional, divisiones, violencia y crisis política.
Tal es así que durante los últimos años se ha mencionado más la palabra “lawfare” que la palabra “pobreza” y se ha discutido más la palabra “grieta” que la palabra “acuerdo”. Es curioso porque estoy segura que si hiciésemos una consulta entre todos los dirigentes políticos la abrumadora mayoría creería que es más importante lograr un “gran acuerdo nacional para eliminar la pobreza” que “incrementar la grieta para evitar el lawfare”.
Estas circunstancias que parecen semánticas tienen un impacto muy profundo y determinante en nuestra realidad porque se traducen en debilidad institucional y eso tiene costos concretos. Por eso creo que es necesario poder discutir en las aulas uno de los principales desafíos que tiene pendiente nuestra generación: cómo construir una nueva agenda de prioridades comunes a todos los argentinos.
Esto no significa proponer un debate que resigne las diferencias o matices ideológicos, que son centrales en el debate político. Significa potenciarlas a través del establecimiento de un marco estratégico que defina objetivos trascendentes en los que podamos estar de acuerdo, para subordinar los debates ideológicos a la consecución de esas metas o visiones sobre nuestro futuro. Parece una verdad de perogrullo, pero tener un rumbo claro, coherente y consistente en el tiempo es la única manera de avanzar en la maleza de frustraciones en la que por momentos parece que estamos detenidos.
En 2023 tenemos una nueva oportunidad de seguir madurando como sociedad. Los desafíos pendientes y la realidad política argentina tras 40 años de democracia requieren que discutamos acuerdos a partir de los que el país pueda definir una nueva agenda de prioridades comunes. Una que permita a nuestros jóvenes visualizar un futuro que los incluya, y para eso debemos estimularlos a que sean parte de esa construcción.
Natalia Fidel
Natalia Fidel es legisladora por Confianza Pública en el bloque “Vamos Juntos” de la Legislatura. Preside la Comisión de Obras y Servicios Públicos. Es Lic. en Ciencia Política, con especialidad en Administración y Políticas Públicas.