El aporte del libro para la enseñanza de las matemáticas, y el trabajo docente para que su uso sea realmente significativo, fue el tema de un encuentro convocado por el Ministerio de Educación en la última Feria del Libro. Profesores de larga trayectoria como Beatriz Moreno, Gustavo Zorzoli y Liliana Prosperi, protagonizaron un diálogo con distintas miradas. El análisis de autores de textos, que llegan a las aulas de todo el país.
Gloria Rodriguez, integrante del equipo de Matemática de la Escuela de Maestros de CABA presentó esta iniciativa. Un abordaje sobre los aprendizajes de las matemáticas en el contexto de la post pandemia, y, sobre todo, “en aulas donde hoy hay mucha diversidad”.
La primera invitada en hablar fue Liliana Prosperi, con 35 años de experiencia en el área de la educación media y superior. Entonces señaló que “para una planificación acorde al diseño curricular los libros son una gran ayuda… sin embargo, esta actividad no impide que tengamos que hacer recortes, seleccionar los sentidos de los contenidos que vamos a trabajar, y organizarlos teniendo en cuenta las prioridades y los tiempos”.
Así que “el primer diálogo del docente es con el diseño curricular, que tiene que ser espiralado” dijo. Luego planteó el siguiente desafío: “a veces el libro no cumple con el diseño y la planificación; contamos con un buen material entre manos, pero hay que articularlo: la selección de la secuencia, los contenidos, y los sentidos de los contenidos. Imagínense si tenemos que enseñar fracciones en quinto grado; para que los alumnos aprendan se requiere nuestro trabajo: plantear qué intencionalidad didáctica buscamos para los problemas en esta secuencia; ver por qué los autores eligieron estos tipos de problemas, y pasar luego a las consignas, y los signos de representación”.
“Después de esto viene la planificación más específica” continuó la docente, “sobre todo, qué creemos que nuestros alumnos van a aprender a propósito, dentro de la secuencia planificada para el aula”.
Una mirada
Liliana Prósperi desarrolló su carrera enseñando en el reconocido Instituto Superior Joaquín V. González. Desde su experiencia como autora de manuales de matemáticas, le comentaba al auditorio: “Estarán pensando que no es tan bueno usar los libros, sobre todo, si tengo que basarme en las secuencias planificadas por otros autores”. Sin embargo, dijo, “los que hacemos secuencias conocemos las dificultades y lo difícil que es encontrar problemas para trabajar el sentido de un conocimiento matemático”.
Sabemos que, “cuando trabajamos para el aula lo hacemos en soledad, planificamos y elaboramos materiales en soledad. Por eso, la propuesta de usar libros de otros autores nos desafía a evitar ciertos sesgos que imponemos involuntariamente o con las mejores intenciones. (Nuestra propia bibliografía escolar, la experiencia docente de creer que ciertos problemas son más importantes que otros. O que los alumnos van a aprender más con determinados problemas)”
“En este sentido, creo que el aporte de un libro lleva otras voces al aula. Un desafío que tal vez no hubiéramos elegido y en el que tenemos que entrar en la lógica de los autores y sus problemas. Esta una riqueza en nuestra práctica, porque podemos enfrentar a los alumnos a una matemática más interesante”.
Me detengo en algunos aspectos: por ejemplo, estamos muy habituados en cómo resolver y calcular distintos tipos de problemas; pero, en las propuestas editoriales aparecen algunas propuestas para analizar procedimientos, conciliar soluciones, y hacer una tarea más reflexiva y cognitiva después de un problema que ya está resuelto. Este es un análisis que deberíamos plantearnos.
Por ejemplo, temas como los registros de representación, las funciones en el nivel secundario que habilitan tantos gráficos, fórmulas, mapas desordenados, o lenguaje coloquial. El análisis del material tendría que abonar qué información pueden leer los estudiantes de esos registros, o qué pasajes facilitan los problemas que están presentes o faltan ahí. Si el libro tiene algunas relaciones que a nosotros nos gustaría que aparezcan o no, entonces ahí va nuestra intervención.
Sin embargo, si no estamos convencidos de esos contenidos, es mejor que no los llevemos al aula. Porque el trabajo de argumentación, y de reflexión nos obliga un poco no sólo a pensar en la enseñanza, sino en la matemática misma. Es decir, tendríamos que hacer todos juntos matemáticas cuando nos encontramos con un material nuevo que no sabemos porque está ahí y para qué.
Con respecto a las consignas, es recurrente el tema de que los alumnos – tanto de nivel primario como del secundario – no siempre las comprenden. Pero, si miramos nuestras clases habituales, los docentes podemos leer y dar las explicaciones necesarias antes de poner a los alumnos en tarea.
Para ello, se necesita la escucha atenta; cuando un tema es nuevo para los estudiantes, es necesario observar la heterogeneidad de conocimientos disponibles y de sus compresiones.
Por otra parte, los libros también tienen aportes teóricos, y en este sentido los docentes podemos planificar este uso; pensar cómo conciliar las definiciones generales o particulares que brinda el texto, con aquella que podemos construir en el aula con los estudiantes. Esto, los enfrenta también a un vocabulario diferente. Es otro desafío”.