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Novedades

La verdadera revolución educativa

“Necesitábamos como antes, el ágora, el patio, y el aula. Los griegos Sócrates y Platón nos enseñaron que todos los diálogos ocurren allí, algunos son programados, pero la mayoría espontáneos” Una experiencia de Bernardo Recamán Santos, reconocido profesor de Matemática, colaborador de Ruta Maestra, Santillana.

Nadie que examine lo que fue su vida durante los dos años de la emergencia sanitaria global, podrá decir que no cambió. Algunos fueron cambios dolorosos y duraderos: duelos, pérdidas, enfermedad, trastornos laborales. Pero muchos otros también fueron cambios permanentes, maneras de hacer las cosas, de organizar los tiempos y comunicarse con los otros, aspectos de la vida cotidiana que no volverán a ser lo mismo que antes.

Será difícil olvidar también esas primeras sesiones de clases virtuales. No fue fácil acostumbrase a no estar rodeados de nuestros estudiantes, a no tenerlos al frente durante las clases, en los corredores, el patio, la cafetería del colegio o la universidad. Todo ello quedó desplazado a una pantalla cuadriculada con algunos nombres y siluetas en la cual ocasionalmente, solo unos pocos, los menos tímidos, se asomaban por unos instantes breves para responder a alguna pregunta, cuestionar alguna afirmación, o hacer algún comentario. Los profesores, mientras tanto, quedábamos sin saber si todos los demás, la mayoría, estaban presentes en la sesión y si algo de lo que les decíamos llegaba a sus oídos, para no hablar de sus mentes.

Nos dimos cuenta, de repente, de cómo era de importante el encuentro cotidiano y real con ellos, el saludo matinal, las conversaciones sin importancia, los recreos imprescindibles y, luego, el encuentro formal en la clase con todos sus retos. Reducidos a comunicarnos con nuestros estudiantes a través de un teléfono celular, una tableta o un computador, tuvimos que darnos cuenta que todo lo que hacemos cuando estamos con ellos, es infinitamente más de lo que esas poderosas tecnologías nos permiten hacer.

Es cierto, esos aparatos nos facilitaron algunas cosas increíbles; la posibilidad de compartir toda clase maravillosos videos que, bien escogidos, y no simplemente puestos para rellenar las interminables horas frente a la pantalla, podían sin duda contribuir a la ilustración e, incluso, a la formación de todos: estudiantes y profesores. También nos pudimos comunicar con colegas y estudiantes de otras instituciones, acceder a cursos, charlas, conferencias o encuentros virtuales en cualquier esquina del mundo.

Sin embargo, la educación virtual es apenas instrucción virtual. Y durante casi dos años tuvimos ocasión de bombardear a nuestros estudiantes con abundante información. Era información a la que teníamos acceso muy fácilmente, pero poco era lo que podíamos hacer con ella. Sin muchas posibilidades de generar verdaderas discusiones alrededor de esos contenidos, y de ponerlos en contexto con sus saberes previos los alumnos no podían deliberar, poner en duda o cuestionar si fuera el caso, ese bombardeo de información.

No sabremos antes de varios años, quizás décadas, cuánto cambió la educación por causa de la pandemia y todo lo que nos forzó a ensayar e implementar. La sensación inicial que muchos tuvieron, fue que toda la educación podía ser virtual. Pero, superado ese espejismo, comprendimos que, tales tecnologías si bien tenían el poder maravilloso de permitir un mayor acceso al conocimiento, esto no bastaba. Necesitábamos, como antes, como lo sabemos desde los griegos, como nos lo enseñaron Sócrates y Platón, el ágora, el patio, el salón, la ruta y todos los diálogos que ocurren allí, algunos programados, la mayoría espontáneos.

Diálogos entre profesores y estudiantes, o entre los mismos profesores y, quizás los diálogos más importantes de todos, entre los propios estudiantes, forjando amistades que los acompañarán el resto de sus días. De esos diálogos surgirán los intereses de cada uno, y su visión del mundo en general.

Diálogos entre profesores y estudiantes, o entre los mismos profesores y, quizás los diálogos más importantes de todos, entre los propios estudiantes (...). De esos diálogos surgirán los intereses de cada uno, y su visión del mundo

Entonces, esta crisis de dos años, este alejamiento temporal de la normalidad, tiene la posibilidad de convertir la escuela en un verdadero lugar de encuentro. Y los docentes que antes se limitaban a llegar al salón de clase, pasar lista de los estudiantes, y ponerlos a escuchar sus bien planeadas presentaciones en Power Point tienen que saber que la pandemia los volvió obsoletos.

Los estudiantes saben que en YouTube hay videos infinitamente mejores acerca de cualquier tema. Pero, lo que nunca encontrarán allí, en Tiktok, Instagram, y cualquier novedad de este siglo, es un docente que escuche, aconseje, y contagie a los estudiantes con sus entusiasmos y pasiones, que les muestre caminos, ejemplos, o que los corrija cuando sea necesario hacerlo, en una palabra, que los quiera. Esto fue algo que pude constatar cuando le pregunté hace unos días, a una de mis estudiantes, qué era lo que más echaba de menos de las clases presenciales. No se demoró mucho en decírmelo: “Que cuando resolvíamos alguno de tus problemas, y estabas de buen genio, nos premiabas con un chocolate”.

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