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La espera de San José

“Qué es lo que tenía que esperar, no lo sabía. Únicamente sentía que se trataba de una cosa que iba a transformar su vida…”

 

“Allí, entre las estrellas, vivía Aquel que le había mandado esperar…  ¿Se lo había mandado? Era una convicción profunda, aun cuando no se basara en ninguna señal. Era casi tan profunda como la fe en la existencia del Altísimo. Porque, sin Él, ¿tendría el mundo algún sentido?

José hablaba con el Altísimo muchas veces a lo largo del día… Le hablaba de cada uno de sus asuntos, compartía con Él cada una de sus preocupaciones y continuamente, sin descanso, le expresaba su amor. No basta, pensaba a menudo, humillarse ante Él como ante el Señor. A alguien como Él, ¿podría bastarle solo la obediencia de un ser creado y tan desamparadamente débil? Podría obligarme a la obediencia. Pero mi amor solo yo se lo puedo dar… El Altísimo no contestaba, aunque José sentía su cercanía, tal como se siente la presencia de una persona oculta en la penumbra. A veces las palabras de la Escritura se disponían de tal forma, que sonaban como respuestas. A veces, como llamadas. Y cuando le hablaba continuamente de sus sentimientos, a menudo, oyendo la lectura de los versículos en la sinagoga, encontraba en ellos una reiterada y afectuosa invitación para esperar.

Qué es lo que tenía que esperar, no lo sabía. Únicamente sentía que se trataba de una cosa que iba a transformar su vida. No siempre aceptaba esta llamada. Sí, pero, más que rebeldía, eran dudas las que le asaltaban, ¿y si yo me estuviera engañando?, pensaba a veces. ¿Y si ni siquiera es su llamada? ¿No enseñaban los sabios doctores de la Ley que un hombre a su edad debía encontrar una esposa y formar un hogar?

…Mas, en cuanto empezaba a rezar, las dudas se disipaban. Al contrario, tenía la certeza de que Él deseaba esta espera. La deseaba como pidiéndola… Esta conciencia le hacía sentirse diferente de la gente que le rodeaba. Se daba perfectamente cuenta de esto. Los sentimientos inquietos se tornaban en añoranza y sueños de belleza. Y había casi dejado de esperar que sucediera algo por la vía normal y humana…

 

Fuente:  “La sombra del padre”, pág 35, por Jan Dobraczynski, un autor polaco de nuestro tiempo.

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