Una mirada a los desafíos que plantea la educación en el contexto de la situación sanitaria, donde se puede integrar la tecnología en los aprendizajes, de una manera natural, y en lugares que funcionan para este fin.
El espacio de trabajo es importante en cualquier actividad que se realiza, algo que por supuesto también se aplica a las aulas de los centros educativos. Su distribución, la disposición del mobiliario, los colores y tonalidades, y contar con las herramientas necesarias para desempeñar nuestra labor, son esenciales para ejecutarla correctamente, y en este escenario, la innovación educativa ha de ir acompañada de espacios acordes a ella.
La pandemia de COVID-19, hoy, además de los nuevos protocolos, nos plantea un gran desafío donde la tecnología deberá formar parte de la metodología de estudio de manera absolutamente presente y los espacios se deberán adaptar a las necesidades del alumnado y de los docentes para que el esfuerzo de estos meses, arroje el balance positivo que todos esperamos.
El propósito final es que se pueda integrar la tecnología en los procesos de enseñanza-aprendizaje de una manera natural y en espacios acordes a ello, para que la transición entre lo que ha sido en llamarse “la nueva normalidad” y los métodos tradicionales, puedan confluir en un estadío de innovación que apunte a caminar decididamente hacia la añorada transformación de la educación.
Dentro de esa “nueva normalidad”, trabajar en la re-interpretación de los espacios arquitectónicos destinados al aprendizaje, resulta imprescindible. El docente parado frente del alumnado al que imparte una lección representa un estilo que refleja el déficit de lo contemporáneo. Una forma de enseñar que lejos de ser tradicional, hace mucho tiempo está cuestionada.
No se trata de descartar métodos de enseñanza. Se trata de actualizarlos. Y justamente esos métodos requieren, como parte del cambio, de espacios apropiados en la búsqueda de la excelencia. En esa dirección, los países desarrollados ya están generando cambios que apuntan a generar interés por parte de los alumnos, con énfasis en no sólo lo que se dice, sino cómo se dice, y ahora deberíamos agregar, en dónde se dice.
El sociólogo Mariano Fernández Enguita, de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) bregó hasta conseguirlo, apostando a un nuevo concepto que se dio en llamar Hiperaula, a la que definió como “una propuesta de romper con el espacio y el tiempo heredados, alejándose del aula y de las lecciones tradicionales, y explorando nuevas formas de organización del tiempo y nuevas coordenadas del aprendizaje dentro y fuera del aula. Algo que hoy permite la ruptura de los muros externos al alcance de la tecnología, y de los internos, al alcance de la innovación”.
El nuevo rol docente en nuestro país
La renovación de estos espacios permitiría en nuestras instituciones educativas acompañar el cambio en las metodologías pedagógicas de los docentes y el modo de aprender de los alumnos.
Según los especialistas y epidemiólogos, el COVID-19 no será dentro de unos años, parte de una historia pasada, sino, aparentemente, será parte de un nuevo presente.
Si bien el inicio de clases, progresivo y distante al principio, será ya un cambio en sí mismo, sería bueno aprovechar el impulso positivo del árido camino recorrido, para ir preparando las bases de ese cambio hacia un tránsito más efectivo, placentero e innovador.
El docente ya no estará solo, sino que será parte de un equipo de dos, tres, cuatro o más profesores que podrían compartir espacios y grupos, preparar la docencia en colaboración, repartirse las tareas, combinar y trabajar en equipo para lograr la atención colectiva e individual de sus alumnos, aprender los unos de los otros, combinar especialidades distintas y fortalezas complementarias, de manera tal de beneficiarse de una actividad más acompañada y relajada para docentes y alumnos.
En ese espacio, las herramientas digitales no serán sólo un complemento, sino las que crearán el entorno que permitirá saltar de la lección impartida de un modo convencional, al trabajo autónomo, colaborativo y en red.
En síntesis, un beneficio dual. Docentes y alumnos, sumidos al cambio progresivo para preparar alumnos para el futuro, de la mano de la interrelación personal, la tecnología, el pensamiento crítico y la resiliencia.
¿Por qué la Arquitectura debe estar más presente que nunca en esta nueva etapa?
Es evidente que los espacios que componen los centros educativos son esenciales para el buen desarrollo de la función que tiene encomendada la educación.
Están los que se caracterizan por propuestas estéticas más clásicas, los hay más vanguardistas, que se caracterizan por tener un diseño más actual, y otros que, a pesar de disponer de más espacio, no terminan siendo aprovechados por completo.
Incluso, en la mayoría de los casos, y por carecer de instalaciones, hay quienes demandan mejoras en su infraestructura para cubrir necesidades mínimas que contribuyan a impartir clases en condiciones favorables.
Tanto la iluminación como la ventilación en las aulas, son dos elementos arquitectónicos fundamentales para la concentración de los alumnos, además de evitar reflejos o colores estridentes que les distraiga o puedan dispersar su atención. Los jóvenes pasan una cuarta parte del día en el aula, por lo que este espacio debe ser muy cuidado y agradable. Y debe ocurrir lo mismo con el gimnasio y con el patio.
Sin embargo, en nuestro país, el déficit ya no sólo está referido en los metros cuadrados destinados al aprendizaje en las aulas, sino que sus patios, como una realidad manifiesta de numerosas escuelas de nuestro país, carecen de sombras y medias sombras para el momento del recreo y el esparcimiento, por lo que, en muchos casos, alumnos y docentes, terminan amontonados en los pocos árboles de los que disponen.
La necesidad de involucrar a todos los actores del proceso educativo, se impone. Esto es, concentrarse a futuro en realizar un estudio en profundidad, con la colaboración de sus usuarios, sobre los espacios de uso y recreación y analizar la coherencia entre el espacio construido y el espacio abierto de uso escolar.
La influencia que produce la arquitectura en los estudiantes es inevitable; es un factor asociado a la calidad formativa. El bienestar que supone tanto para los equipos directivos, profesores y alumnos, genera un sentimiento de pertenencia a una institución sólida y con valores, que ya de por sí, emanan del entorno.
Porque no hay que olvidar que cualquier centro destinado a la educación es también un punto de encuentro, de convivencia, de relaciones entre iguales, en el que no sólo se enseñan, se imparten y se comparten conocimientos, sino que también se aportan hábitos, rutinas y costumbres que terminarán siendo aplicadas fuera del centro educativo.
En nuestro país, la inversión en arquitectura escolar se ha limitado en los últimos 30 años, a mantener y reparar los edificios existentes, o bien, en el mejor de los casos, a realizar ampliaciones como una tímida respuesta al crecimiento demográfico y la demanda de mayor cantidad de metros cuadrados destinados a la enseñanza. Pero evidentemente, la inversión en edificios escolares, debe ocupar hoy, el mismo interés que lo ha representado en los últimos 4 meses, la infraestructura hospitalaria, donde el objetivo era estar preparados para la contingencia.
¿Podremos trasladar ese mismo ímpetu, de manera paralela, y considerar un mayor presupuesto tanto en instituciones públicas como privadas, destinado a la inversión en edificios escolares que puedan de manera solidaria, adaptarse a esta nueva necesidad?
Ya no se trata sólo de la modernización arquitectónica que pretende aprovechar el espacio, además de actualizarlo e inspirar al alumno. Está demostrado que las condiciones de iluminación, las transparencias y las sensaciones que provocan los espacios abiertos, invitan a la concentración, la atención y, por ende, el aprendizaje de los alumnos que, en definitiva, constituye la meta a lograr.
Las condiciones atmosféricas y del espacio donde se desenvuelven los alumnos, deben incentivar la educación inclusiva y las relaciones interpersonales entre los jóvenes y el equipo docente.
Por todo lo dicho, la arquitectura escolar debe ser, hoy más que nunca, el tercer maestro de los centros educativos, después de las familias y los profesores. Los espacios deben inspirar y motivar al alumnado, al mismo tiempo que impulsar y desarrollar su creatividad.
Miguel Atencio es arquitecto, ex investigador del Conicet, ex catedrático de la Universidad del Salvador y consultor de instituciones educativas en temas de arquitectura escolar y arquitectura bio climática.
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