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Redescubrir el modo de abrazarnos

Alejandra Castigioni

Profesora de Educación Preescolar. Licenciada en Relaciones Públicas, Universidad Argentina de la Empresa. Especialista en Gestión Cultural y Políticas Culturales. Magister en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural, Instituto Superior de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (Investigadora: Educación intercultural crítica e infancias, perspectivas de la corporalidad). Correo electrónico: ale.casti@hotmail.com

Aislados para proteger nuestra salud, y para proteger al otro, aislados para proteger nuestra comunidad y a esta aldea global. Aislados nuestros cuerpos. La pregunta es ¿cómo abrazarnos en tiempo de pandemia? Escribe la especialista Alejandra Castiglioni. El cuerpo es el espacio primario donde se instala, expresa y percibe la emocionalidad. Es “el lugar” donde todo sucede, donde se sostiene y se fragua la conversación educativa y se desenvuelven los procesos de socialización e individuación, donde habitamos vínculos para soñar, gestar y construir nuevos escenarios. La pregunta es ¿Cómo abrazarnos en tiempos de pandemia? Hay algo más que los cuerpos… Hay una interfaz entre ellos donde erupcionan nuestros gestos, voces y relatos, este es el espacio de la corporalidad. Quizás sea momento de redescubrir su potencia, matices, intensidades y lenguajes para intentar abrazarnos de otros modos, tan necesarios en el escenario de una pandemia. Hace falta compartir el miedo, el dolor, la distancia, el silencio, la soledad. Así, el valor de la voz que contiene, la mirada que reconoce, el silencio disponible a los otros, el llamado de atención que cuida, la palabra que reconforta, la distancia física que protege, entre otros gestos, ellos forjan un entramado que abriga la conciencia social, lo que por su parte sostiene y construye esperanza. Estos entramados habitan en esa interfaz que media “entre lo social y lo individual, lo psicológico y lo simbólico”, los que cada cultura aloja y le otorga sentido. Cultura que, en su sentido dinámico e inacabado, se hace visible en nuestros cuerpos siempre en movimiento, al pensar, al hablar, al mirar y en el transcurso de nuestras vidas. La cultura puede pensarse como forma integral de vida creada por una comunidad a partir de su manera de resolver – desde lo corporal, emocional y psíquico – las relaciones que mantiene en su seno “con el propósito de dar continuidad y sentido a la totalidad de su existencia”. Continuidad a la existencia…. Allí el aprendizaje que hoy nos implica, allí la educación. Un proceso con intencionalidad pedagógica contextualizado, donde capitalizar sentimientos y pensamientos diversos, recuperar la amorosidad y la emoción que moviliza situaciones del mundo interno en la interacción consigo y con los otros ya que “no hay acción humana que la funde como tal” sin emoción. Hoy hacen erupción en nosotros, las más variadas. Asimismo, referenciar los modos que cada cultura construye – en sus relaciones – el modo de transmitir emociones mediante gestos, expresiones éticas y estéticas, disposiciones corporales que modulan la comunicación social y la imagen corporal. De allí la importancia de la escucha y disponibilidad adulta a esta dimensión, que desde la pedagogía intercultural crítica permiten capitalizar esta coyuntura en el extrañamiento de lo real. En este sentido, la corporalidad humana, también aloja valoraciones arbitrarias, producto de un consenso histórico y social circunstancial que no se corresponde con la naturaleza misma del cada ser humano y estigmatizan. Pero, este virus nos hace iguales ante su hostilidad, no hay prestigio autopercibido que proteja de su virulencia. Es un momento histórico donde revisar la matriz simbólica que organiza nuestra percepción del otro, para comprender que la pandemia no distingue etnia, edad, nacionalidad, clase social u otras categorías instalándonos a todos en las mismas condiciones para contagiarnos. Quizás no sucede esto para conservar nuestra salud, en muchas ocasiones estaremos dependiendo de quien sea respetuoso del bien común. ¿Cómo construir estas transformaciones necesarias desde el campo educativo? Analizando crítica y amorosamente los gestos que nos vinculan y en qué medida sustentan una perspectiva de derechos; será responsabilidad de todos encarnar las palabras de Freire, nadie se salva solo, nadie salva a nadie, nos salvamos en comunidad. Así la centralidad de la educación, en su dimensión insoslayable, como instancia de transformación social donde los educadores gestamos lo gestante a partir de la voz infantil, entregando un legado respetuoso de la humanidad y de la naturaleza -como parte de ella- entre cada generación y así, construyendo comunidad. La voz infantil nos recuerda a cada instante esta necesidad imperante, me invito, les invito a reponer sus expresiones que nos lo recuerdan cuando vamos a cortar una flor, cuando no cuidamos nuestro medio ambiente, cuando gritamos, cuando demandan escucha atenta o nuestra disponibilidad. Quizás así desenvolver nuevos procesos alojando su deseo, emoción en diálogo con el bagaje antropológico y simbólico que alojan en su excepcionalidad. Para Kohan, “la humanidad tiene un soma infantil que no lo abandona y que ella no puede abandonar” (2004: 274). En este ser continentes de la infancia, territorio, sentido y condición de la experiencia humana, la que erupciona per se en un devenir incesante, anticipa nuevos comienzos… ¡es vida! Rita Segato dice que somos emanaciones de nuestros paisajes. Creo que esta es una oportunidad para reinventar en comunidad paisajes más justos, más humanos, disponibles amorosamente a cada niño, niña y niño, quienes portan en su singularidad un impulso vital y transformador. También, instancia para revisar el rol de los estados en las economías mundiales y la implicancia de las políticas neoliberales que entienden -ya lo sabemos- al ser humano como mercancía y en el caso de las infancias, marcan a los niños como oportunidad o amenaza para cumplir sus objetivos. Hoy intentamos mil maneras de llegar a los otros, y en ellos a los alumnos y a sus familias para que ninguno de ellos se «caiga » de esta comunidad de la que formamos parte, un entramado que construye conciencia social, que sostiene nuestra corresponsabilidad de existir. El sol seca la arcilla y derrite la vela, dice Kant, un mismo hecho -en este caso- global, devastador y arrasador puede ser una invitación a valorar la vida una vez más y elegir de qué modo honrarla escuchando infancias, las que portan sin dudas, un impulso vital.

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