En 1871, apenas arribado a nuestra región, el sacerdote francés, expresaba su asombro ante la Virgen de Luján. A ella acudió con la primera Peregrinación de Jóvenes, convocada en acción de gracias, cuando pasó la epidemia de fiebre amarilla. Luego se convirtió en historiador y promotor de su coronación pontificia; Rector y Capellán del Santuario, constructor de su gran Basílica.
El profesor y Director del Departamento de Historia de la Iglesia de la UCA, monseñor Juan Guillermo Durán reconstruye la vida de este sacerdote y su trabajo pastoral que se entrelaza en la Argentina del siglo 19, como “el gran capellán del santuario de Luján”.
La investigación basada en una buena búsqueda y aportación de fuentes, conduce a un gran relato en el que no faltan ilustraciones de la época, acorde al estilo que refleja monseñor Durán como docente e historiador. Cuenta que el sacerdote Jorge María Salvaire nacido al sur de Francia, se forma en la Congregación de la Misión, llamada también “Misioneros Paúles, lazaristas o Vicentinos”, debido a su fundador, San Vicente de Paul. Cuando llega a Buenos Aires, su primer destino fue el Colegio de San Luis, junto al viejo Hospital Francés. Y su primer contacto con el Santuario de Luján y la Sagrada Imagen venerada en su Camarín, fue el 8 de diciembre de 1871 en ocasión de la Primera Peregrinación General, promovida por el Arzobispo de Buenos Aires, León Federico Aneiros.
Entonces, la epidemia de fiebre amarilla lo había contagiado, y estuvo muy grave. Además, este flagelo se había llevado a su madre, a una de sus hermanas, y a medio centenar de sacerdotes, religiosas, y unas trece mil almas.
Salvaire participó del trayecto con sus alumnos del Colegio San Luis, y como todos los peregrinos, viajó en el tren que partía desde la vieja Estación Parque del Ferrocarril del Oeste, junto al actual Teatro Colón.
Durán resalta que “ese primer contacto con la Virgen de Luján, fue decisivo para el resto de su vida. Al punto que su corazón quedó prendado de manera misteriosa por la ternura de la cara y los ojos de la aquella Sagrada Imagen, a la cual, como sacerdote, servirá hasta su muerte. Prueba de ello fue un comentario que hizo a sus hermanos sacerdotes, no bien regresó de aquel paraje: “Esa preciosa Perla necesita otro cofre”, aludiendo a la necesidad de construir un nuevo templo que la albergara para siempre.
Sin embargo, por el momento, Salvaire fue trasladado a la labor evangelizadora fronteriza de Azul, en los confines con la Pampa. El historiador describe que “allí se encuentra con dificultades de todo tipo, afrontadas con fe y fortaleza, hasta lograr la confianza de los indígenas. Entonces protagoniza la liberación de varios cautivos, y acuerda su rescate con el cacique Namuncurá”. Su tarea evangelizadora tuvo lugar, primero en Salinas Grandes, Santiago del Estero; luego fue a la provincia de Buenos Aires, donde pasó por Guaminí, Cochicó, Puán, Trenque Lauquen y Carué.
En esta región ya había aborígenes que tenían devoción por la Virgen Gaucha, pero el padre Salvaire fue muy asediado por ellos. Se había propagado una peste de viruela y los indios entendieron que el sacerdote la había traído, por lo que fue condenado a morir. Cuando estaba maniatado comenzó a rezar y pronuncia un voto mariano en el que se compromete a escribir la historia de la advocación de la Virgen de Luján, promover su devoción y construir un nuevo santuario, capaz de acoger al número de peregrinos que había aumentado considerablemente en la época.
La Basílica de nuestros días
El relato que reconstruye el docente de la UCA, continúa al narrar que el voto del sacerdote misionero se cumplió. Llega Bernardo, el hermano del cacique Namuncurá, lo envuelve con su poncho y le concede la libertad. Entonces, “La basílica que promovió el padre Salvaire es la que llega a nuestros días, y sustituyó al viejo templo, de menores proporciones que había sido levantado en el siglo XVIII”.
En 1875, el misionero lazarista fue ordenado custodia del santuario y párroco de Luján, por el entonces arzobispo de buenos Aires, monseñor Aneiros. Allí estuvo varios años y publicó la historia que todos esperaban. Luego viajó a Roma para solicitarle al Papa León 13 la coronación pontificia de la imagen, y también hizo confeccionar la corona en París para la Virgen. Después, el Pontífice la bendijo y le otorgó oficio y misa propia para su festividad que quedó establecida para el sábado anterior al cuarto domingo de Pascua.
Con la contribución de los fieles poco a poco se fue levantando el templo que hoy conocemos. Y el padre Jorge María Salvaire que murió a los 51 años, antes de partir dijo: “creo en Dios, amo a mi Dios, y espero en ti, Madre mía de Luján”. Sus restos descansan en la nave derecha de la basílica, a los pies de la imagen de la Medalla Milagrosa.
Fuente: Conferencia de Monseñor Juan Guillermo Durán, especialista en historia de la Iglesia.