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Más yerbas de la educación en línea

Estamos ante “el desafío de abrir la escuela, cuando no podemos abrir la escuela…” escribe la docente Judith Anabel Trembecki, Rectora del Colegio Nuestra Señora de Luján de Paraná, quien durante algunos años fue vicepresidenta de la Junta de educación de la arquidiócesis.

 

Un compañero de formación y líder en escuela, escribió un artículo cuyo título es “La desigualdad federal de la educación en línea” y generosamente pidió a un grupo de compañeros abrir el debate y recibir críticas. Comparto creo, la totalidad de sus planteos…

Así que tomé mi celular y sencillamente escribí algunas ideas breves que están en mi mente y mi corazón hace varios días y que maduraron en la reflexión común con mis colegas docentes del colegio del que soy rectora.

 Son cuestiones a las que –entre tantas otras- estamos tratando de “no esquivar”, sino al contrario, tomarlas, hacernos cargo y responder.

Aunque fueron dichas sin muchos arreglos, a él le gustaron, lo emocionaron… Y pienso que, si hubo una empatía, una conmoción es porque algo de mi pensar y mi sentir, es el de Pedro y seguramente de muchos. Entonces, ante su pedido, me largo yo también a escribir.

Diariamente leo reflexiones, escucho comentarios, miro memes acerca del esfuerzo (grandísimo) que estamos haciendo los docentes para aprender a enseñar en entornos virtuales mientras damos clases de nuestros espacios curriculares específicos… del trabajo (costoso) que están haciendo los padres, primeros educadores, ampliando su misión para facilitar el acceso a las propuestas escolares de sus hijos, del aprendizaje (forzoso) que hacen nuestros estudiantes para organizarse y “entrar en las clases” y aprender, estando en su casa. Sin embargo, en todo eso hay un aspecto que no está incluido o considerado tan seriamente como amerita, y debe ser asumido como dije inicialmente. Se trata del desafío de “abrir la escuela cuando no podemos abrir la escuela.” Esta expresión pertenece a Silvia Maddoni, amiga, Magister y Asesora Pedagógica de nuestro colegio, y me parece muy adecuada para expresar mi idea.

¿Cómo convivimos en línea?

La escuela es mucho más que el aprendizaje de una disciplina en un aula… Nuestros estudiantes extrañan el recreo, la charla, el mate, extrañan el mástil y muchas otras cosas que son escuela también. Es que la escuela es lugar de socialización, es espacio de convivencia y de aprendizaje de la misma, es juego, es complicidad, es amistad, es romance (yo soy de nivel secundario), es movimiento, es mirada, escucha y gesto. Es acompañamiento de situaciones y es familia.

Y nuestros gurises, son mucho más que estudiantes, cerebro y cognición. Son corazón, emoción, sentimiento… Son espíritu y trascendencia, son prójimo y son amor. Son cuerpo, movimiento y pasión.

¡No reduzcamos la escuela! ¡No empobrezcamos la persona! ¡No cerremos en tiempo de encierro! ¡No confinemos! ¡No aislemos en tiempo de aislamiento! Porque queremos estar más juntos y unidos que nunca.

En cambio, podemos preguntarnos ¿Qué actividades de las que estamos proponiendo “en línea” van en ese sentido de compartir lo que extrañamos de la escuela, nuestros sentimientos, nuestros deseos y sueños, lo que nos está costando? ¿Qué proyectos comunes estamos proponiendo, entre todos los profesores o por áreas, que apunten a esta reflexión y a este acompañamiento? ¿Los invitamos a compartir algunos videos, algunas fotos y otro tipo de expresiones que permitan a los chicos vivir lo que les está faltando que no es sólo la lengua y la biología? ¿Y si es lengua, los ayudamos a expresar todo esto? ¿Y si es biología, los ayudamos a integrar su ser y a tener nueva mirada de la Casa Común? ¿Cómo convivimos en línea? ¿Intentamos reflexionar, animar, fortalecer y fortalecernos? ¿Es posible o pretensioso abrir la escuela así, en tiempos de encierro y pandemia?

Yo creo en la imaginación de la caridad, en la creatividad siempre renovada de quien acompaña procesos de aprendizaje, en el profesionalismo docente que no se reduce al dominio de una disciplina, sino que crece en el arte maravilloso de educar a través de la misma a toda la persona.

Yo creo en la imaginación de la caridad, en la creatividad siempre renovada de quien acompaña procesos de aprendizaje, en el profesionalismo docente que no se reduce al dominio –indispensable- de una disciplina, sino que crece en el arte maravilloso de educar a través de la misma a toda la persona.

Yo creo en la escuela así de grande, capaz de reinventarse en cuarentena para seguir siendo lo que es y ser lo que puede llegar a ser, “en línea” también. Porque la escuela somos los sujetos, y para que haya escuela, increíblemente lo notamos hoy más evidentemente, sólo se necesitamos un alumno, un maestro y un vínculo.

Nuevamente tomo prestada una expresión. Esta vez a Juan Pablo II que expresaba el llamamiento de este modo: «Es la hora de una nueva ´imaginación de la caridad´ que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre». (Carta Apostólica Novo millennio ineunte al concluir el Gran Jubileo del año 2000. N° 50)

Así quiero conducir mi escuela, que es el pedacito que se me confía hoy. Así acompañamos y sostenemos pobremente a nuestros docentes (también atravesados por el mismo encierro), así estamos para los chicos y sus familias, así estamos porque así somos…

Cuando volvamos a clase (ese momento que anhelamos con todo el corazón) ¡por favor! No lo olvidemos, no nos desesperemos por recuperar lo perdido, por ampliar horarios, por aumentar las tareas, por recuperar contenidos… Cuando volvamos a clase, volveremos al patio ¡antes que al aula! Volveremos al ruido, al aire, al sol, al abrazo, al compañero y amigo. Y después, sólo después, a reunirnos para reflexionar lo vivido. Y después, sólo después sabremos lo que habremos aprendido.

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