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La mirada de un matemático francés

Se llama Laurent Lafforgue y sus escritos sobre la educación y la escuela lo enfrentaron a todo el establishment cultural de su país. Para él la comunicación de la tradición es “el” problema de la civilización actual. Tiene una página web que se puede leer fácilmente; y a través de ella, invita a preferir la realidad a la ideología, para volver a educar.

 

Con el lema “En busca del rostro humano”, tuvo lugar en octubre una nueva edición de Encuentro Madrid, un congreso que suele presentar en sus paneles, educadores de toda Europa. En esta ocasión, los participantes escucharon a Laurent Lafforgue, un profesor de 40 años que trabaja en uno de los institutos de Estudios Científicos más prestigiosos de Francia, y que fue condecorado en 2002 con la Fields Medal (para los descubrimientos más sobresalientes en Matemáticas) y con la Legión de Honor en 2003.
Lafforgue tiene una página en internet que se puede compartir ampliamente; está escrita con sencillez y a la vez, con contundencia. “Las personas que me conocen», dice en una de sus columnas, “saben que este compromiso mío tiene algo de paradójico y que, por encima de mi condición de matemático, de mi interés apasionado por la literatura, de mi amor por Francia y por su lengua, yo pongo la fe en Jesucristo y mi fidelidad confiada a la Iglesia católica, a través de la cual he recibido esta fe: cosas que con frecuencia me sitúan en una posición crítica con respecto a la Francia republicana y laica y, aún más, con respecto a una sociedad secularizada en la que me siento extranjero. A pesar de esto, defiendo la escuela republicana…».

¿Cómo empezó a ocuparse del problema educativo?

Me acerqué a este problema de forma concreta, sin preconceptos. Siento un gran afecto por la escuela a la que asistí desde niño. Pero mi interés específico por la educación nació hace algunos años, casi por casualidad, cuando firmé un manifiesto para la defensa de la enseñanza de los idiomas latín y griego, que se encontraban en grave peligro. Impresionado por esta situación que denunció un puñado de profesores, empecé a documentarme leyendo libros, y escritos de personas con orientaciones ideológicas distintas, unidas por la seriedad del trabajo y por la pasión por la escuela y el futuro de los jóvenes. De esta lectura salí profundamente turbado: más que el latín o el griego, lo que estaba en peligro en Francia era la enseñanza de la misma lengua francesa. La nueva escuela francesa no tenía nada que ver con la que había conocido veinticinco años antes.

¿Cómo definiría la educación?

La educación consiste en ayudar a los jóvenes a entrar en su propia humanidad. La escuela es importante porque, aunque no agota en sí toda esta tarea, desarrolla una parte esencial: ella es, existencialmente, un lugar de transmisión de conocimientos. Sin embargo, hoy en día en Francia la escuela es todo menos esto: se ha convertido en un lugar de vida, no digo que no, en donde se practican valores como la tolerancia, hay quien habla de la escuela como “lugar de paz” (cosas preciosas, pero que no tienen nada que ver con la finalidad para la que existe la escuela).

Muchas personas dicen que la escuela que usted añora es para un mundo acomodado, afectada por enormes problemas de integración social…

Una gran amiga mía, Liliane Lurçat es una mujer anciana, hija de inmigrantes muy pobres. Cuando era niña pudo asistir solo a la escuela elemental. Esta escuela le transmitió algunos conocimientos certeros y fundamentales. Por ejemplo, la hizo capaz de leer un libro y de comprender lo que estaba escrito en él. Gracias a esto, cuando las circunstancias se lo permitieron, se puso a estudiar, se especializó en psicología y escribió un libro de psicología infantil que es el mejor que existe en Francia en la actualidad. Mi país tuvo siempre ejemplos destacados que desmienten por sí solos la tesis que usted apunta. Pensemos en escritores como Charles Péguy, que me entusiasma, o Albert Camus. Hombres nacidos en condiciones de gran pobreza, huérfanos. Pero la escuela los hizo capaces de llegar a ser lo que fueron y les dio los instrumentos necesarios. Siempre me ha impresionado una anécdota de Camus. Cuando le comunicaron que le habían concedido el Nobel, se lo contó en seguida al que había sido su maestro en la escuela. También para mí es así.

Usted dice que la escuela no agota el problema educativo. Hablemos de las causas generales de esta crisis, de lo que está en el paso previo al problema escolar.

El primer dato es que en la actualidad el adulto ya no es capaz de asumir su papel de adulto.

Y sin embargo los adultos de hoy asistieron a un tipo de escuela que usted, en sus escritos, define como óptima.

Es verdad. Yo defiendo la escuela republicana tal como se llevó a cabo entre finales del siglo XIX y los años sesenta del siglo XX. En los años cincuenta y sesenta los jóvenes habían recibido mucho de la escuela. La desgracia es que no fueron capaces de transmitir lo que a su vez habían recibido, porque precisamente en los años sesenta se introdujo en la cultura una gran duda acerca del valor de la tradición que habían recibido. Tenga en cuenta que el problema de la transmisión de la tradición y del conocimiento no es “un” problema: es “el” problema de nuestra civilización. Recientemente participé en un debate público sobre la escuela. Mi interlocutor, el famoso profesor Alain Viala, era un literato que hoy está en la cresta de la ola, profesor en la Sorbona y portador de todos los títulos y condecoraciones posibles. Este gran profesor, en su curso de Literatura francesa, no hace leer ni una sola obra –ni una sola, ¿comprende? de literatura francesa. Para superar el examen de Literatura francesa no es necesario haber leído una sola línea de Montaigne, de Racine, de Balzac, de Víctor Hugo… Por otra parte, se empieza desde la enseñanza elemental a instalar la duda en la mente de los chicos. Los padres constatan –tenemos miles de testimonios en este sentido– que sus hijos vuelven de la escuela inquietos, mientras que la escuela, para poder transmitir conocimientos, debería darles en primer lugar tranquilidad. Hoy en día la escuela debilita la confianza en uno mismo. Piense que ahora se instituyen seminarios de filosofía para niños, dicen que para que «aprendan a buscar». Pero, ¿cómo puede buscar algo un individuo si no está seguro de nada?

Usted opina, que esta gran crisis tiene origen en causas de orden filosófico.

Las razones más profundas de este problema son de naturaleza filosófica y antropológica, en cuanto que tienen que ver con la naturaleza del hombre. La afirmación de una posición dubitativa nos ha impedido, por encima de otras cosas, ver las proporciones del desastre. Pero la culpa no es de los profesores, que son a su vez víctimas de esta situación. La responsabilidad principal es del Estado mismo, que destruye la escuela introduciendo factores perniciosos como, por ejemplo, las llamadas “ciencias de la educación” que, parodiando el estatuto de las ciencias verdaderas, reducen al hombre –en la mejor de las hipótesis–  a un ratón de laboratorio, lo tratan como un cuerpo sujeto a leyes psicológicas, sociológicas, y lo privan de su libertad. Se enseña la educación así, en general, como si fuese una cosa vacía. Los Institutos Universitarios para la formación del profesorado son la cosa menos democrática y libre que existe, y se basan en este método pseudo-científico.

¿Qué sucede entonces con los jóvenes?

Los jóvenes deben sufrir, dentro de la escuela, una dosis de violencia inimaginable. No me refiero solo a los casos de indisciplina grave, que están a la orden del día, sino a la violencia cotidiana sufrida en un ambiente que ya no transmite conocimientos y que, por tanto, no transmite valores. Incluso valores sencillos, como el autocontrol, presuponen un conocimiento seguro.

¿Qué entiende por autocontrol?

Entiendo por autocontrol lo que te hace que, aunque te aburras en una clase, sigas escuchando y tomando apuntes.

Es una masa que resulta cómoda para los que detentan el poder, porque puede ser fácilmente esclavizada.

Mi amiga Liane Lurçat sostiene que en Alemania el nazismo se afirmó sobre todo porque la escuela alemana había sido previamente destruida. Hoy en día la situación en Francia no es muy distinta en cuanto a violencia ideológica. Hace poco tiempo, en una escuela de cierto nivel, una profesora fue acusada por una colega de nazismo ¡porque enseñaba gramática francesa!

Usted se convirtió en protagonista de un movimiento de reconstrucción de la escuela: esto es signo de que las personas que creen en el valor de la educación todavía son muchas. ¿Con cuáles encontró mayor sintonía?

Con las personas que tienen certezas, personas que hablan desde su experiencia real y no a partir de posiciones ideológicas. He conocido a muchos católicos verdaderamente motivados, pero también a muchos laicos, pero laicos verdaderos: comunistas, a menudo anticlericales convencidos. A veces he encontrado más sintonía con ellos que con muchos católicos. La razón es que estas son personas serias, pueden tener las ideas que quieran, pero a mí me interesa el hecho de que trabajan con seriedad en la escuela. Gente que prefiere la realidad de los hechos a la ideología.

Fuente: La entrevista completa se puede leer en https://www.laurentlafforgue.org/education.html

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