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La Misericordia es el inicio de la educación

Un artículo del autor y pedagogo Franco Nembrini sobre el Jubileo de la Esperanza. “Los jóvenes necesitan guías capaces de transmitirles la certeza del bien por el que han venido al mundo”, escribe.

El Jubileo de la Esperanza es una gran ocasión, un desafío que debemos ser capaces y estar dispuestos a acoger, en primer lugar, planteándonos ciertas preguntas fundamentales para este tiempo que estamos viviendo, sobre todo los adultos. Por ejemplo, ¿cuál es la esperanza de la que yo vivo? Cuando llegó la noticia de que el Papa Francisco convocaba un Jubileo dedicado a la esperanza, mi primera reacción fue de gran consuelo.

¿Pero qué es realmente la esperanza? ¿Qué entendemos con esta palabra? ¿Cuál es la esperanza que no defrauda? Hay que ser muy claros. La esperanza auténtica es la certeza de la bondad del destino que nos espera. No hay otra esperanza, de lo contrario estaríamos hablando de optimismo, de temperamentos más o menos alegres o superficiales. La esperanza en cambio es otra cosa muy distinta. Es la certeza del bien por el que hemos venido al mundo. La oportunidad de este Jubileo, por tanto, nos invita a todos a trabajar para recuperar juntos el sentido de la esperanza, lo único que nuestros jóvenes de hoy necesitan de verdad. 

¿Por dónde empezar? Intentaré explicarlo con un ejemplo, una pequeña anécdota personal que se remonta a muchos años atrás. Yo estaba trabajando en casa y en un momento dado me doy cuenta de que el mayor de mis cuatro hijos, que tendría cinco años, me estaba observando, en silencio, con una mirada serena pero decidida. No sabía qué quería, qué podía necesitar, así que empecé a mirarlo yo también a los ojos, en silencio. De pronto sonrió de una manera preciosa y muy luminosa, me fascinó. Intuí entonces que mi hijo me estaba diciendo: “papá, asegúrame que vale la pena haber venido al mundo”. Esa pregunta que percibí aquel día en la mirada de mi hijo fue capaz de transformarme en un educador y tal vez también en un padre de verdad, y a partir de entonces marcó todas las cosas. Como profesor, desde ese día, siempre que me he enfrentado a una clase, nunca he podido dejar de sentirme interpelado por esa misma pregunta, como si me la dirigiera cada uno de esos chavales: “Dame una esperanza que sea suficiente para la vida y para el futuro”.

¿Somos capaces de ofrecer respuestas convincentes? Pues tal vez eso sea lo que les falta hoy a los jóvenes. No solo a ellos sino a toda una generación de adultos porque, o bien no tienen propuestas que logren estar a su altura, o bien parece que no tienen suficiente esperanza que transmitir a sus hijos. La emergencia educativa consiste precisamente en esto. 

El Jubileo es un desafío ante la necesidad de recuperar la esperanza, lo único que necesitan los jóvenes. El problema es que esta necesidad se encuentre con alguien que viva esa esperanza y la pueda comunicar. No hay que ser pesimistas. Esta generación de jóvenes, de la que se suele hablar mal, cuando se siente convenientemente desafiada, es capaz de sacar unas energías, un coraje y una responsabilidad impensables. Medirse con Dante ayuda a comprender el sentido más profundo de este desafío, porque la Divina comedia parece escrita justamente para devolver la esperanza a la humanidad. Basta ver sus primeros versos. «A la mitad del camino de nuestra vida me encontré en una selva oscura porque había perdido la buena senda». Vemos aquí que el mal parece prevalecer, un mal que es como vivir en una terrible mentira, en una oscuridad que es casi como la muerte… pero luego Dante dice: «mas, para tratar del bien que encontré en ella, contaré otras cosas de las que en ella vi».

O sea, que después de sólo tres versos en los que uno se encuentra como perdido en el infierno, llega el anuncio: el mal se puede mirar, se puede afrontar, se puede atravesar, no hay infierno del que no se pueda salir para «ver de nuevo las estrellas». ¿Cómo? La subida de la montaña del Purgatorio representa ese camino de purificación, verdad y libertad que lleva a estar dispuestos y preparados para gozar en esta vida del bien y la alegría que Dios nos ha prometido. Esa es la esperanza. El tema que plantea la Divina Comedia también es la necesidad de poder contar con auténticos guías. Muchas de las fragilidades que encontramos en el universo juvenil, como vemos en las noticias, derivan de la debilidad de una generación de adultos a los que les cuesta identificar maestros y padres capaces de mostrar la esperanza de la que estamos hablando. Desde el contexto escolar al familiar, la crisis de la figura paterna es un aspecto fundamental. Durante mucho tiempo se ha hablado del padre como emblema de cualquier forma de autoritarismo, vejación y falta de libertad. Y ahora estamos pagando las consecuencias. Los padres ya no saben ser padres, les cuesta, se presentan ante sus hijos como un amigo mayor, pero a los hijos no les vale porque lo que desean de verdad es un padre. 

La ansiedad que experimentan tantos jóvenes se debe justamente a la falta de figuras educativas como referencias sólidas donde reconocer que la esperanza supone también un camino de misericordia y de perdón. El contexto en el que hemos caído ejerce una presión muy fuerte sobre los jóvenes en términos de metas que alcanzar y resultados que obtener. No se trata solo de pedirles cosas complicadas, a menudo el juicio ya se ha emitido como una condena inapelable: “tú no eres como deberías ser, tú no haces todo lo que eres capaz de hacer, tú no…”. ¿Pero cómo podrá aprender si el adulto que tiene delante ya lo ha condenado en cierto modo? Sin embargo, eso es lo que pasa cuando el mensaje que le llega a nuestros hijos es más o menos este: “Cuánto te querríamos si tú…”. En general, las expectativas de resultados académicos son de altísimo nivel, con el riesgo de sentirse derrotados antes de empezar cuando esa brecha parece imposible de saltar. Pero un hijo debe saber que tiene valor al margen de todo lo demás, debe oír: “Tú vales, tú no eres tu mal, no eres tu pecado, no eres tus debilidades. Tú eres infinitamente más”. En este sentido, la misericordia es el inicio de la educación, la esperanza de cualquier itinerario educativo.

La ansiedad que experimentan tantos jóvenes se debe justamente a la falta de figuras educativas como referencias sólidas donde reconocer que la esperanza supone también un camino de misericordia y de perdón.

 

¿Cómo beneficiarnos entonces de este año jubilar de la esperanza? En primer lugar, aceptando el desafío que nos lanza, es decir, viviendo este tiempo plenamente, haciéndonos ciertas preguntas fundamentales. Porque si no miento, si soy serio, empezaré a preguntarme: pero yo ¿qué espero en la vida, con qué esperanza me levanto por la mañana? El problema no es tanto cómo transmitirla a nuestros jóvenes, hijos o alumnos. La esperanza se apoya en una experiencia presente y si hay esperanza, ellos la ven, la siguen, se alimentan de ella. El problema somos los adultos. ¿De qué esperanza vivimos? ¿Por qué traemos hijos al mundo? ¿Para qué la fatiga del vivir? ¿Dónde está la razón de una alegría siempre posible, incluso en las dificultades? El gran beneficio del Jubileo reside justamente en querer relanzar este desafío. Hay un poema de Leopardi que empieza con esta pregunta: «¿en qué esperanzas sustentas tu corazón?». Partamos entonces de ahí. ¿Cuál es nuestra esperanza hoy, aquí, ahora, en el trabajo, en la familia, ante la enfermedad o la dificultad? Hagámonos preguntas. Juntémonos con amigos para encontrar respuestas. Pongámonos a trabajar en el tema de la esperanza. Eso cambiaría el mundo. 

FUENTE: Franco Nembrini es profesor de Historia, Lengua y Literatura Italiana también de Religión. Formó parte del Consejo Nacional de Enseñanza Católica en Italia y es autor de varias publicaciones traducidas al español como “El arte de educar. De padres a hijos” (2013) y la trilogía “Dante, poeta del deseo. Conversaciones sobre la Divina Comedia”: Volumen I, Infierno, Vol. II, Purgatorio y Vol. III, Paraíso (2017).

 

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