Desde hace 4 décadas los argentinos convivimos con el desafío de cuidar el sistema democrático, que se construye día a día y se alimenta de la voluntad popular. Escribe el diputado Eduardo A. Santamarina. Ex presidente del Partido Demócrata de la Capital Federal.
Para las nuevas generaciones, vivir en democracia es algo innato, pero para muchos de nosotros es una construcción colectiva y personal. Es que la vida dentro de este acuerdo social tiene como vértice principal la educación y la aceptación sine qua non de los derechos y las obligaciones, como así también de las instituciones, sus compromisos, límites y deberes.
Protagonistas de una historia sinuosa, los argentinos con el correr de los años nos aferramos a la democracia, elevando la vara y exigiendo que se nos represente bien.
Aunque muchas veces seamos críticos de los dirigentes y de nosotros mismos, hay otras en las que somos testigos de determinados acontecimientos que dejamos pasar con una pasividad que asusta.
Pero cada suceso que hemos vivido nos ha llevado a que maduremos la vida democrática, volviéndonos más demandantes. Porque ya son 40 años en los que hemos visto “de todo”, y reconocemos cuáles son las señales de alarma ante las que hay que actuar.
“La libertad como tal debe regir el orden social, delimitado por reglas, pero que nos permitan actuar sin arbitraje dentro del ámbito permitido, solo así es factible garantizar la igualdad de oportunidades”- principios del Partido Demócrata De la Capital Federal.
A la hora de poner límites, la libertad de expresión es un elemento fundamental. El ejercer esta potestad, apelando a la responsabilidad y buena voluntad de la ciudadanía, es lo que marca un parámetro de crecimiento en nosotros como conjunto societario. Sin ella, no hubiésemos sido partícipes de las manifestaciones que nos congregan a favor o en contra de determinados líderes y/o consignas, separados por solo metros de distancia.
La participación activa, el involucramiento en temas que posiblemente antes se debatían en ámbitos más reducidos, hoy traspasa la esfera del llamado círculo rojo y toma las mesas familiares y los encuentros entre amigos. ¿Será por todo este fenómeno que cada vez somos más los que nos animamos a dar el salto “del otro lado del mostrador”?
A veces no es suficiente con ser representados, sino que se despierta el deseo de
representar a quienes tienen formas similares de pensar. Todo eso, fue lo que me llevó a dar un giro en mi vida profesional – y personal- e integrar una lista allá por el año 2015.
Si bien siempre fui una persona comprometida con la realidad de mi país, durante mi
mandato como Diputado de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, sentí que pude dar testimonio y reivindicar causas muchas veces acalladas. Allí, fui testigo en primera persona de cómo la política sienta en una mesa a personas que jamás creí que cruzarían palabras, a representantes de idearios políticos que, delante de las cámaras muestran lo antagonistas que son, y sin embargo dentro del palacio legislativo debaten y buscan consensos. Y así debe ser. Porque, aunque existan cuestiones innegociables, la democracia acerca posiciones y garantiza libertades.
Soy optimista respecto de la evolución de la vida en democracia, sobre todo después de haber sido testigo de cómo se dialoga puertas adentro. Con el paso de los años seguimos madurando instituciones. La Justicia, como rectora y ordenadora de todos, el Poder Legislativo, cada vez más plural y abierto a quienes tantas veces han acallado y el Poder Ejecutivo que debe mostrar eficiencia y gestión, algo que hasta la fecha se ha visto por períodos muy cortos de tiempo. Así, vamos a seguir construyendo una sana cohesión social, en busca de una vida sin violencia, sin miseria y sin privilegios.
Estoy seguro que este año la celebración de la democracia será plena: tendremos elecciones que coinciden con la celebración de las 4 décadas de democracia en Argentina.
Este 2023, Tenemos la oportunidad histórica de mostrar cuáles son los baluartes que rigen nuestra vida y hasta dónde estamos dispuestos a soportar, haciendo valer el poder del sufragio, dándole un voto de confianza a quien nos entusiasma con sus ideales, y corriendo aquellos que no están a la altura de las circunstancias.