El error de la cultura moderna ha sido el intento de afirmar valores independientemente de aquello que les ha dado origen, aquello que en la cultura occidental les ha hecho germinar.
Para la cultura moderna una vez que el Cristianismo ha hecho que el hombre alcance una cierta autoconciencia de sí mismo se deben afirmar los valores prescindiendo de la Iglesia, y es este intento fracasado el que nos ha llevado ahora a la destrucción de las evidencias.
Los valores fruto de un encuentro con Cristo que tiene la capacidad de despertar la razón y la libertad del hombre, donde las fuerzas naturales del hombre se potencian frente a la gracia de Cristo, fuera de esta relación no se realizarán. Los valores que son en si mismos evidentes como la vida, la persona, etc. solo se vuelven aceptables gracias a la fé. Se desligaron los valores del origen que les hace tomar vida.
Si no comprendemos el problema y el sentido entre el cristianismo vivido y los valores, pensamos que podemos insistir en la defensa de ciertos valores como si ellos fuesen ya evidentes para todos. La persona puede ser afirmada y valorada por algún tiempo aunque esa fé se haya apagado, pero luego las cosas se acaban perdiendo gradualmente.
Nos empecinamos en decir que ciertos valores son evidentes por el hecho de que los afirmamos de palabra, terminamos por considerar malvados a los que no los aceptan.
El desmoronamiento de las evidencias es la clave de la crisis actual. Nos encontramos ante el desmoronamiento de las evidencias que durante siglos fundaron nuestra convivencia.
¿Cuál es el camino para un redescubrimiento positivo de lo que pertenece a la verdad de la experiencia humana, con vistas a una renovada edificación de la vida común en nuestra sociedad plural.
No podemos insistir solo en cuestiones ligadas a la moral, en el ámbito personal y social.
No podemos insistir en cuestiones dogmaticas y morales.
Una pastoral educativa debe mostrar el atractivo que Cristo tiene para el corazón del hombre, Una propuesta sencilla, profunda e irradiante. Luego surgen las consecuencias morales.
Los hombres siempre nos colocamos en la pregunta ¿Qué tengo que hacer?
En realidad Cristo no deja de estar al lado del hombre en sus vicisitudes cotidianas y mucho menos en este momento trascendente para nuestra historia. Se ha tomado la batalla en sus manos. Esta batalla la juega El, pero la juega con toda la fuerza de la Ternura de su Amor.
Esa es la manera como Cristo vence la apatía, la distracción , el vacío, la nada, poniendo ante nuestros ojos la Ternura de su Amor. A través de rostros y circunstancias donde se hace presente en la vida de los hombres derritiendo la frialdad de nuestros corazones con sus gestos y palabras, lo nuestro es evidéncialo , secundar su presencia en nuestras vidas, dejarnos vencer.