Dos palabras “que van de la mano” en un programa de desarrollo integral promovido por el colegio María de la Esperanza de Tucumán. Se trata de una experiencia que articula la educación sustentable con el pacto educativo global, y está narrada por el licenciado Carlos Bulacio, presidente de la junta regional de Educación Católica en el norte argentino, a la mesa Laudato Si.
El Colegio María de la Esperanza, pertenece a la Obra popular educativa Sagrada Familia y está ubicado en la localidad rural de Santa Lucía, al norte de la capital tucumana. En su proyecto de educación ecológica integral “podemos encontrar implicancias específicas que se dan dentro del pacto educativo y de la educación sostenible”, explicó el profesor Carlos Bulacio, quien habló de esta experiencia concreta, en la mesa Laudato Si.
“Esta institución que presenta una característica particular, dijo -. Cuando su congregación (los hermanos de la Sagrada Familia) cumplió cien años, decidió fundar una escuela en zona desfavorable. Entonces, con la ayuda del obispado, se realizó el acto de donación del terreno que dio inicio a la construcción de la escuela María de la Esperanza en mayo de 2010, y en una región reconocida por sus plantaciones de limones y arándanos.
Desde el primer momento, la construcción del edificio escolar se planificó para que se adecúe al entorno en el que tiene incidencia. A partir de la capacitación que ofreció la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Tucumán, la obra se realizó en base a caña de bambú, que aquí le decimos caña hueca y crece muchísimo en la zona.
La universidad en conjunto con la comunidad, y la asociación de la Sagrada Familia, también fue ofreciendo instancias de capacitación para que las familias puedan construir su propia vivienda con este material oriundo del lugar. Así que, muchas personas de Santa Lucía pudieron aprender a utilizar “la caña hueca” no sólo para sus propias casas sino como medio de trabajo también. Ellos construyeron además una gruta de la Virgen a partir del bambú.
La escuela está inserta en una zona de cultivo de cítricos. Y, a partir de un pedido de su directora, Laura Ceresoli, los aviones que fumigaban plantaciones mientras los chicos estaban en clases, dejaron de pasar. Este reclamo comenzó a generar un cambio en la cultura de la actividad económica del sector.
Un proyecto transversal
A partir de su compromiso con la educación ambiental, el colegio María de la Esperanza logra desarrollar la huerta agroecológica. En este contexto rural, de zonas aledañas, se presentaron alternativas para contar con laboratorios de campo, donde se aplican muchas técnicas de cultivo no convencionales, con el objetivo de establecer comparaciones, y desarrollar también trabajos de investigación vinculados a la producción de hortalizas y plantas aromáticas.
¿Qué busca todo esto? Propiciar el desarrollo de hábitos saludables y responsables con el medio ambiente.
Es un proyecto que continúa a través del tiempo, fomentando la práctica de cultivos no sólo en la institución, sino también en los hogares particulares de los chicos; y para generar a partir del acompañamiento de las huertas familiares, una mejora en la nutrición. Esta es una tarea educativa que valora la soberanía alimentaria, a través de la producción artesanal de hortalizas.
Los aprendizajes sobre los requerimientos que tienen las plantas, los tipos de suelos, el control biológico de plagas, y todas las cuestiones que hacen a la producción agrícola benefician al medio ambiente, y son amigables, sobre todo, con la comunidad que se podía ver perjudicada por la proliferación de pesticidas en la zona.
Este es un proyecto que permite, en primer lugar, dialogar sobre el modo en que estamos construyendo el futuro del planeta y sobre la necesidad de invertir los talentos de todos en un camino educativo que haga madurar una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora.
Por otro lado, logra reavivar el compromiso por y con las jóvenes generaciones, renovando la pasión por una educación más abierta e incluyente; y buscando colaborar con el cuidado de la casa común ante los desafíos que los interpelan. No es fácil luchar contra ciertos poderes económicos o terratenientes que por ahí no están buscando el desarrollo integral.
Tomando los fragmentos de la encíclica Laudato Si: “La creación es un don, para ser compartido…” y como sostiene el Papa Francisco, “en el relato del Génesis junto a la palabra cultivar, inmediatamente dice otra: cuidar. Una se explica a partir de la obra. Una va de la mano de la otra. No cultiva quien no cuida y no cuida quien no cultiva”.
En síntesis, esta mirada que tiene la escuela María de la Esperanza permite desarrollar una educación ecológica incluida en lo curricular, para fomentar la conciencia ecológica y llevar a cabo acciones transformadoras. Estas acciones, garantizan un acceso equitativo a la educación, porque esta escuela es absolutamente gratuita, y está sostenida por los aportes de otras escuelas de la congregación. Lamentablemente y desde el año 2012, el colegio todavía no recibe los aportes estatales que facilitarían mucho su funcionamiento.
En la región rural de Tucumán no hay otra institución como esta, que impulse la promoción de los derechos humanos y los grandes temas de Laudato Si dentro de la comunidad, alentando el liderazgo ecológico en alumnos y profesores, pero también en la comunidad en general.
Esperanza es el nombre de nuestro colegio
La OPSAFA Obra Popular Educativa Sagrada Familia es una propuesta que invita a transformar la realidad. A través de su asociación de familias, laicos y educadores, vislumbró que la localidad de Santa Lucía tenía el potencial para fundar una escuela con la colaboración de la gente y en especial de los vecinos. Se trata de una de las zonas más postergadas, “el interior del interior” en la provincia de Tucumán, expresa Carlos Bulacio.
Desde su nacimiento, esta obra se planteó algunas líneas de acción: – lo educativo propiamente dicho, y, – la educación no formal: con un área social, o socio comunitaria, cultural, y también de pastoral, “para explicar cómo entendemos a Jesús en nuestras vidas, y en nuestras comunidades”.
Laura Ceresoli, su directora expresa que “la gente de la localidad tiene mucha esperanza en nosotros”, por esto, “esperanza es el nombre de nuestro colegio”.
La escuela como edificio utilizó un método constructivo de bajo impacto ambiental. Se hizo con bambú que es el material más renovable de la naturaleza, y además es particularmente amable con el medio ambiente, retiene la humedad y el dióxido de carbono; además protege el suelo para implicar y fomentar la sustentabilidad que el mundo necesita por supervivencia.
El instituto de los Hermanos de la Sagrada Familia está atrás de todo este proyecto. Es una congregación fundada en el siglo 19 por el religioso francés Gabriel Taborin, cuya vida estuvo dedicada a la niñez, la juventud, mientras visitaba con frecuencia las escuelas y parroquias donde trabajaban los Hermanos.
Taborin escribió también algunos libros en los que une la promoción cultural y la evangelización. Toda su obra fue acogida nada menos que por San Juan María Vianney, el cura de Ars en quien encontró una amistad y apoyo muy importante.
Fuente: Conversatorio sobre “Desafíos para este tiempo”. Mesa Laudato Si Argentina. Carlos Bulacio es Lic. en Letras. Profesor de Castellano, Literatura e Historia en nivel medio y superior. Es Rector y Rep. Legal. Es además vicepresidente del Consejo Provincial de Educación Católica de la Diócesis de la Santísima Concepción de Tucumán.