El Señor que viene, el Señor que se vuelve compañero de nuestra vida, trae consigo un atractivo para el hombre, una promesa de plenitud que debemos procurar volverla evidente, es decir dejarla que produzca en nuestro corazón un desarrollo que nos haga personas nuevas. Este es el gran anuncio, “Dios con nosotros” Dios dentro de nuestra vida, para nosotros.
Normalmente, salvo raras excepciones no se nos muestra con estrepitosas manifestaciones, mas bien tiene el semblante de un susurro, de una sugerencia, de una cordial invitación, para lo cual el deseo despierto de Infinito, la búsqueda y la conciencia de que nada alcanza son síntomas positivos que nos invitan a agudizar el oído y la mirada.
Dios ha respondido y viene a nosotros, no como fruto de nuestra imaginación o como una voz interior, Dios viene a nosotros con un rostro de niño, se lo puede tocar, alzar, escuchar su llanto, alimentarlo, seguirlo, o quedarse con El.
Hoy no ha desaparecido de la escena de los lugares y de las horas en que se desempeña nuestra jornada, sigue susurrando al corazón necesitado, a la vida accidentada, a las rebeldías con tinte adolescente de quien no se deja vencer por un amor que llega a nosotros. El Señor viene y tiene el rostro de las circunstancias, de las personas, de las luchas interiores, que susurran que este es el rostro que buscamos, que este es el lugar donde queremos estar, que no se soporta nada fuera de esta presencia que llena todos los instantes de la vida de luz.
Hoy podemos decir que el deseo de una feliz navidad consiste en una presencia que llena toda la vida.
Ha nacido en la vida una esperanza, una razón para mirar.
Feliz Navidad.