Uno de los desafíos que encontramos en los jóvenes hoy, es la comprensión de la vida como vocación y el problema es que vivimos en un mundo de seguridades. Quisiéramos una vida donde las decisiones puedan ser tan definitivas que no nos incomoden con giros inesperados, o con la ansiedad de arriesgar todo lo conseguido de un momento para otro.
Quisiéramos saber que mi carrera que decidí seguir no tenga alteraciones, es decir acertar en la elección y no tener que volver a empezar mañana de nuevo en otra. Sé que muchas veces los cursos o test vocacionales no aciertan y que las circunstancias de la vida misma hacen que los planes de ayer, hoy no puedan realizare. El miedo a volver a equivocarse no está ausente, después de experiencias así, y que también se desarrollan de manera similar en otros ámbitos de la vida, como la relación afectiva con quien te enamoras, o con amigos en los que pones la esperanza de cosas que no se concretan nunca, o en lo laboral.
La vida como vocación, no pasa por entender que descubro la misión que Dios tiene preparada para mí, ya no necesito saber nada mas, es decir entender el proyecto y lanzarme a su cumplimiento. La vida es un continuo llamado, donde cada instante del desarrollo de la misma tiene que ver con el designio de Otro. La Vocación entonces es la tarea que realizo respondiendo al designio que Otro tiene sobre mi vida.
Por tanto no es estática sino dinámica, el plan tiene que ver con una intervención en el instante presente de mi vida, en estas circunstancias del aquí y ahora. Por lo tanto la tarea vocacional no es un viaje con piloto automático, sino una atención constante al que me hace, en este instante irrepetible.
Esto vuelve toda la vida diálogo y oración, es decir una apasionante relación de comprensión, de Aquel que me hace una propuesta y la respuesta a ello en la certeza que la vida crece en este desafío de Amor. Así podríamos decir que el yo de un hombre no se define por el proyecto de un Dios que me pensó y me puso en el mundo con una misión determinada, a la cual yo debo comprender y seguir. Si no que el hombre es uno que está siendo hecho ahora, y que los equívocos y fragilidades son parte de lo que El hace de mí. Nada en el camino se pierde. La dimensión de la vida no se mide por los aciertos y desaciertos sino por la adhesión consiente y afectiva a un gran Amor presente en la vida a quien he decidido seguir. La compañía de Cristo en la vida del hombre no es abstracta, es concreta, es apasionante, sorprendente, que nos llena de estupor cuando permitimos que El sea nuestra seguridad.