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Editoriales

La educación es un problema de todos

P. José Alvarez
Presidente del CONSUDEC

El Papa Francisco insiste en este tema, no podemos dejar a la escuela y los docentes solos en la tarea de responsabilizarse de la educación, el Estado Nacional está comprometido en involucrar a todos los sectores que conforman nuestra sociedad en un pacto educativo donde todos nos involucremos con la emergencia educativa.  Coincidimos en que el problema es grande e importante, es política de Estado.

El diagnostico lo hemos señalado  en otros momentos: la gran distancia entre los que tienen acceso a la educación y los que no la tienen. Los que tienen oportunidades en la vida  y los que no la tienen. Pero solo reducir estas distancias o eliminarlas no resuelven el problema verdadero de la educación. Experimentamos cómo, personas que han  tenido oportunidades en la vida, o que han tenido acceso a estudios universitarios no están exentos de delinquir, de hacer daño, y de volverse incluso nefastos para la comunidad.

El problema educativo requiere tomarnos en serio al Hombre. No se trata de qué técnicas pueden ayudarnos a lograr nuestros objetivos sobre él, sino tener el coraje de ir hasta el fondo en las causas de ese deseo infinito al que nada le alcanza. Ese deseo que por un lado lo impulsa a caminar cada día en busca de aquello que lo hace feliz, y por otro lado tropezar ante la mentira que lo decepciona. Reconocer los factores que hacen que la realidad por momentos no parezca responder a ese deseo infinito, y que la virtualidad parezca cumplir mejor una fantasía inalcanzable.

El acceso a la Educación no tiene que ver solo con la escolarización de los niños y jóvenes, tampoco alcanzará tener más dinero para las escuelas y sus proyectos y equipamientos. Las cosas esenciales e importantes de la vida como las personas que amamos, y las que nos aman, la vida, la grandeza de corazón, el sentido infinito y bello de la realidad, nos fueron dados gratis.

Todos somos responsables de la educación porque para aprender a vivir, a amar, a respetar al otro como otro yo, a reconocer para qué vale la pena vivir no requiere más que personas que transmitan esto en el vivir cotidiano.

En casa, en el trabajo, en el barrio, el niño y el joven reciben una transmisión de los demás, de la visión que cada uno tiene de su vida, es una oferta que en el niño pequeño lo asimila sin juzgarlo, pero en la juventud se tiene la posibilidad de juzgarlo, de compararlo, de criticarlo.

La Escuela puede brindar criterios para ese discernimiento, cómo y con que comparar pero en definitiva no puede hacerlo otro por mí.

Cuando   comenzamos un diálogo educativo debemos ponernos de acuerdo en que llamamos Educación, y de que estamos hablando. Si no respondemos a todo el hombre, si no nos ocupamos seriamente de él, planes, discursos, proyectos, libros serán solo arena que arrastra el viento.

Quien explica al hombre su dolor, quien se toma en serio su llanto, sus desvelos, su angustia. Quien acompaña en el trajín de la vida cotidiana la razón de tanto esfuerzo, y su destino.

Quien escucha tu deseo de felicidad, que ha quedado truncado en la decepción de una realidad que tiene cara de negatividad, que no parece responder a tu necesidad verdadera. Quien te explica la vida y sostiene tu mirada que reconoce lo bello, lo bueno lo verdadero, y como hago para encontrarlo cuando todos a mi alrededor hablan de robo, violencia, inseguridad, separación de familias, odios, rencores, privaciones, es decir cuando el discurso transmite una realidad que no es amiga, de la que es mejor escapar, no mirar, no escuchar. 

La Educación es un problema, porque el hombre tiene necesidad de que ella esté a la altura del problema humano, es un problema cuando la educación lejos de acompañar al hombre a una plenitud se ha dedicado al < arte de entretejer naderías > (Jorge Luis Borges, El remordimiento)

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