“Años atrás, pocos estudiantes pasaban más de 4 horas en la escuela, hoy 8 horas parecen pocas”, comenta Roberto Dvoskin, economista especializado en Marketing de las causas sociales, un educador que plantea que ante esta realidad “los costos son crecientes”. Por esto, él promueve alternativas “para apoyar la inclusión escolar y las nuevas formas de aprendizaje y enseñanza”.
En medio de un gran conflicto sobre el financiamiento de las Universidades Públicas, es necesario que repensemos la forma en que la educación (en su conjunto) debe pensar y reflexionar la forma de poder “equilibrar sus cuentas”.
Algunas premisas: la educación, como la salud, son “industrias” cuyos costos crecen permanentemente. No hace falta aclarar que hace 60 años un docente resolvía sus problemas con una tiza y un pizarrón. Esto hoy es inadmisible en un marco de tecnologías y saberes en profundo cambio. En segundo lugar, la necesidad de absorción de conocimientos de los alumnos (y de capacitación docente) se incrementa de manera sustantiva. Años atrás, pocos estudiantes pasaban más de 4 horas en la escuela, hoy 8 horas parecen pocas.
En ese marco, los costos son crecientes y apoyando al concepto de inclusión (todos tienen el derecho y la responsabilidad de educarse) la crisis es un resultado lógico a las nuevas formas de aprendizaje y enseñanza. Las instituciones educativas, con sus ingresos —muchas veces bajos— deben hacer frente a los salarios docentes y no docentes (entre el 75 y el 80% de los gastos corrientes), a la amortización del capital (deterioro lógico de equipos e infraestructura), a los mayores costos educativos (necesidad de mayor equipamiento tecnológico) y a decisiones de crecimiento (un nueva biblioteca).
Ante esta situación, las alternativas son limitadas. La primera es bajar los costos: en general esta posibilidad implica reducir salarios que a la postre implica tener peores docentes y reducir la calidad educativa . La segunda es aumentar la matrícula: no sólo no es sencilla y la competencia es fuerte, sino que muchas veces el “mercado” —es decir el grupo social al cual nuestro colegio está destinado— es limitado. La tercera es incrementar el precio de la matrícula: momento difícil el actual, y puede implicar dejar sin escuela a familias cuyos recursos económicos son limitados.
La cuarta opción es desarrollar estrategias de recaudación de fondos para acciones específicas. En general, no hay mucha tradición en la Argentina de llevar adelante proyectos de “causas sociales” que impacten positivamente al grupo social que concurre a nuestra institución.
Para poder generar una estrategia de recaudación de fondos efectiva es necesario tener en cuenta tres premisas básicas: un proyecto claro, que claramente mejore nuestra propuesta educativa; tener un equipo profesional que lleve adelante la idea y tenga una relación permanente con los potenciales donantes; y que toda la institución esté comprometida con el proyecto elegido, dejando de lado intereses y egos personales.
Empecemos a pensar que no estamos solos en nuestro amor por la educación. Con buenos proyectos, muchos nos darán su apoyo y posibilitarán que las ideas se conviertan en realidades.
FUENTE: Roberto Dvoskin es Licenciado en Economía de la UBA y obtuvo su título de Maestría en el Instituto Tecnológico de Israel. Realizó cursos de especialización en Marketing y Negocios en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires y en el centro de capacitación de A.C. Nielsen en Lucerna – Suiza. También participó en el curso de redacción de casos en la Universidad de Harvard.
Es profesor en la Universidad de San Andrés y en la Universidad Nacional de Moreno. Dictó cursos en numerosas universidades de Argentina, Latinoamérica, y en España y Francia. Actualmente es director ejecutivo del Colegio Tarbut y director de la Lic. en Administración de Empresas de la Universidad de San Andrés.
