Estas líneas hilvanan un relato. La narración poética, ético-política y pedagógico-pastoral de la experiencia de trabajo en la enseñanza y el aprendizaje del Instituto Parroquial Virgen Inmaculada en el Barrio Ramón Carrillo, Villa Soldati, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Una vivencia comprometida y una certeza: persistir en la construcción del encuentro con los demás a partir del aprendizaje y la edificación de una comunidad educativa. Por Mariano Luis Bindi.
En diálogo con la historia
Esta tarea tuvo su origen en el marco del proyecto que delineó el entonces Cardenal Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco, y que fuera impulsado por el Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia de la Ciudad de Buenos Aires, tal como sigue siendo hoy.
Desde esta decisión pastoral y con las comunidades de los barrios como protagonistas, se viene trabajando por la realización de “las tres C”, Capilla, Club y Colegio, a partir del año 2013 en las villas y barrios populares que atiende pastoralmente el Arzobispado de Buenos Aires. Por ello, el 19 de marzo de 2015 —Festividad de San José— fue inaugurado el Instituto Parroquial Virgen Inmaculada que, a dos días del inicio del otoño del próximo año, celebrará su primera década.
El Instituto Parroquial Virgen Inmaculada (IPVI) del Barrio Ramón Carrillo, Villa Soldati, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, tiene sus raíces y su futuro en un barrio que, como tantos otros en la ciudad, transita sus sueños y desafíos entre muchas carencias y postergaciones: Los servicios públicos son deficientes, la iluminación y el agua potable son conseguidas y se sostienen después de muchas luchas de la comunidad. El servicio de gas es limitado y el mal funcionamiento cloacal, más el deficiente e irresponsable servicio de recolección de residuos, hacen que las condiciones de salubridad sean un tesoro que las familias preservan con mucho esfuerzo.
El hacinamiento, la falta de políticas responsables de las diversas dirigencias partidarias, los pocos espacios verdes para la recreación y el esparcimiento, las espasmódicas participaciones de un Estado presente que garantice derechos, se entrelazan con las postergaciones de todo tipo que viven mujeres, hombres, niñas y niños, jóvenes y ancianos desde una cotidianidad de lucha y esfuerzo.
Las violencias de todo el arco: institucional, doméstica y familiar, de género y contra los y las jóvenes, entrelazadas con las acciones y presiones del narcotráfico, golpean con crudeza.
Sin embargo, esta comunidad barrial apuesta por el encuentro. Se juega por la construcción común, por la lucha cotidiana y conserva el tesoro de la palabra. El de su propio relato, de sus narraciones y de su lenguaje poético y su estética popular hecha celebración, festejos, liturgia, encuentro, aromas y colores, pasiones que persisten.
Por lo tanto, cualquier proyecto educativo debe sostener lo que persiste. Es necesario generar una pedagogía de la persistencia: debe ordenarse, valorarse y destacarse y si fuera posible, sistematizarse la persistencia de la palabra viva, del juicio crítico, del asociarse y encontrarse, del celebrar y reírse, del partir y compartir el pan. Del anhelo de justicia. La persistencia de lo que hermana. La de un amor persistente.
Desde allí nace una práctica educativa que pueda sostener una poética de la equidad, en medio de la invisibilización, el ninguneo y el maltrato con el que se castiga a las mujeres y hombres que viven en los barrios donde se hace más fuerte la vulneración de derechos.
Por ello, un grupo de docentes comprometidos con el impulso del sacerdote de la comunidad, Pbro. Pedro Baya Casal, empezó a pensar un colegio parroquial gratuito, allá por agosto del 2014, con el diseño curricular oficial, el reconocimiento, el aporte y supervisión del Estado garantizando la universalidad de la educación y la incorporación al sistema de enseñanza y aprendizaje.
Así tomó cuerpo un sueño: el secundario del barrio, de la gente. No una “escuela para pobres” entretenidos con el aprendizaje de algún oficio para ingresar al mercado laboral, “normativizando y normalizando” sus existencias, pero invisibilizando así a aquellas personas.
La escuela parroquial del barrio: un lugar donde jóvenes y adultos puedan aprender, imaginar, reflexionar, divertirse, soñar, escucharse, encontrarse y construir desde el mensaje liberador del Evangelio.
Hoy, casi diez años después, el secundario cuenta con dos modalidades de enseñanza. Una para jóvenes y adolescentes, con dos orientaciones: artes visuales en el turno mañana y educación física durante la tarde; y otras dos orientaciones de bachillerato secundario para adultos: una en administración de empresas y otra en humanidades que se cursa durante el turno noche, dando un espacio para quienes trabajan durante el día.
La poética de la equidad
Los docentes y directivos del equipo que fue formándose y que comenzó sus clases en una capilla del barrio, que hoy también es parte del Hogar de Cristo, mientras se realizaba la obra de la escuela, fueron alternando el trabajo de las aulas entre los salones de la parroquia y el mismo templo de la iglesia.
Los profesores y profesoras fueron aprendiendo y sosteniendo una convicción: la de reconocerse como aquellas y aquellos que no son los dueños de construir el discurso y el lenguaje de la comunidad educativa.
Aun desde sus bellísimas intenciones y su loable y admirable compromiso, no son quienes pueden narrar las historias ni pueden escucharse sus narraciones, si éstas no son construidas desde cada experiencia vital y existencial: la de aquellos y aquellas que viven en el barrio.
El proyecto de la escuela es colectivo, porque existe un relato de una comunidad creyente y viva en esta geografía de salvación: “El Carrillo”, Villa Soldati, Buenos Aires.
Los trabajadores de la educación estarán prácticamente obligados a escuchar las narraciones poéticas de esta existencia y si fuera el caso, luego de algún tiempo de estar silenciosamente presentes, animarse a acompañar el relato poético y estético de esta existencia. Relato que cobra vida en los cuentos y narraciones familiares de los abuelos y abuelas, en las cenas y fiestas de cada hogar. En los mitos y leyendas de las calles y pasajes. En las celebraciones y creencias de la piedad popular, en los bailes y danzas en honor de la Virgen y de los Santos que nacieron en nuestro territorio argentino y en el de las comunidades de países hermanos. En las peregrinaciones y Misas, en las ermitas y santuarios visibles en las calles del barrio. En los olores y sabores del encuentro.
Esto se afirma sin temor a ser acusados de “romantizar la miseria y el hambre”. Es absurdo tal señalamiento. Quien educa en estos barrios debe sostener el derecho que tienen las mujeres y varones, los y las jóvenes, los niños y niñas, derecho protagonizado y visible en este caso en este territorio: Barrio Carrillo de Soldati, de poder contar lo bello e irrepetible de sus existencias.
La experiencia de trabajo y reflexión sobre la educación en contextos vulnerados por toda violencia y arrasamiento de derechos, nunca es ni debe ser individual: es poéticamente colectiva.
Tampoco es meritocrática pues no sería inteligente ni justo que aquellos que la protagonizan se auto-perciban héroes o heroínas y que se entienda como una carrera de acreditaciones profesionales conseguidas de forma unipersonal.
Se entiende como colectiva, pues es partir y compartir el pan. El Pan de la Vida y de cada limitada y frágil existencia, pero elegida y convocada por la vocación de cada ser humano.
Es signo de hospitalidad, de recibir a las otras y los otros, y es celebrativa: mirarse a los ojos, compartir silencios, lo que hay entre las manos, la propia historia.
Es transformadora del corazón propio y constructora de un encuentro social justo y equitativo.
La equidad es poder estar, ser y acceder —desde ese reconocimiento— a aquello que cada persona, desde su especialísima condición de ser humano, desde su humanidad misma, merece. Y reúne tal condición por el don mismo de la vida que ha recibido en su creación.
Dicha experiencia sólo puede darse en el seno de la comunidad, por ser comunidad y realizarse en ella y desde ese mismísimo lugar. La comunidad otorga sentido a la subjetividad y se fortalece así la dignidad de la persona.
Las fraternidades pedagógicas: una propuesta de encuentro
Desde la experiencia en IPVI, puede pensarse que en las escuelas y comunidades educativas que se organizan en contextos de fuerte vulneración de derechos, es propicio fortalecer el lenguaje poético para lograr una fuerte y transformadora construcción de relatos. Desde allí, la poética nos posibilitará salir del lenguaje descriptivo que pone el foco en aquel que observa y no en quien protagoniza la vida cotidiana en su modo de habitar y ser en las villas y en los barrios.
Es oportuno impulsar la formación de los educadores para esos contextos, que puedan acompañar, contemplando, la realización del propio discurso de las personas de las comunidades —desde el lenguaje artístico y poético— promoviendo una currícula abierta y deliberativa y dinamizando a la vez la participación en la construcción de fraternidades como unidad pedagógica fundamental y complementaria de la escuela para estos contextos.
Si se habla de poética de la equidad, destacando los propios relatos y narraciones que expresan y definen subjetividades —en lo individual y en lo colectivo— y que es esperable que sean considerados y respetados como algo propio e intrínseco a cada mujer y cada hombre, de cada una y cada uno, es que se está intentando rearmar algunos sentidos y dar batalla por los símbolos.
Providencialmente, la voz del Papa en Fratelli Tutti nos deja una profunda visión de esta problemática que identificamos como la des-subjetivización. Así lo podemos leer desde las ideas fundamentales de la carta encíclica:
- Las personas estamos llamadas a la fraternidad universal, que es apertura. Somos parte del amor de Dios que es amor universal.
- Así podemos comprender que no hay “otros”, ni “ellos”, hay nosotros. Queremos un mundo abierto, sin fronteras, excluidos ni extraños y la tarea pedagógica de nuestras escuelas debe ser realizadora de esta persistencia del amor.
Debe poder transmitirse y compartirse a través de la construcción del conocimiento que:
- Buscamos un bien moral y una ética social, porque nos sabemos parte de una fraternidad universal. Construir la amistad social a través del diálogo para lograr una mejor política. (SS.Francisco, 2020)
Estas ideas iluminan y entrelazan la experiencia en Soldati, en Inmaculada, por lo reflexionado y celebrado. Por lo debatido y vivido. Aún no tienen una realización terminada, pero se está transitando un proceso.
Retomando entonces las ideas para caracterizar las fraternidades, se expresa que éstas no reemplazan ni trastocan la existencia y la dinámica del aula, al contrario: la complementan y construyen con ésta.
Pueden formarse según lo que cada equipo directivo y docente decida para las escuelas en contextos de vulneración de derechos y desde ellas. Es decir, en diálogo permanente con los estudiantes y sus familias: Por edades, por afinidades, por disciplinas curriculares, por experiencias. Pueden ser solo de jóvenes, de adultos, intergeneracionales, etc. La formación de las mismas surge luego del diagnóstico institucional que cada comunidad realizó y realiza y es necesario que se consensúen los criterios para dicho diagnóstico.
En las Fraternidades —que pueden reunirse semanal o quincenalmente— se comparte la vida y la fe. Se reza, se celebra y se vive el compartir y el encuentro. Al mismo tiempo y desde allí, se delibera y dialoga acerca de lo que los estudiantes aprenden, se delibera sobre el diseño curricular, se comprende la lógica del mismo, y se lo interpela de acuerdo con los proyectos y las esperanzadas aspiraciones vocacionales de cada joven, nacidas en la realidad cotidiana de ese barrio. Las fraternidades “meterán a las familias en la escuela”. Las docentes y los docentes narrarán sus experiencias y opciones pedagógicas y se decidirá con criterios desde el Evangelio y con prácticas de ciudadanía responsable, las mejores formas de construir las normas de convivencia para la comunidad educativa.
Experiencias y testimonios
Hay posibilidades muy interesantes para que dichas fraternidades también puedan ser el ámbito de realización de iniciativas y dispositivos pedagógicos protagonizados por toda la comunidad educativa en cada escuela.
Los y las jóvenes que las integren pueden realizar desde ellas elaboraciones de narraciones y testimonios desde imágenes visuales tomadas en fotos y videos transitando la geografía del barrio. Entender desde ese material concreto y simbólico como fue la historia de la construcción de los espacios y del hábitat común. En encuentros interfraternidades se pueden intercambiar esas historias con muestras plásticas, escénicas y musicales, bienales de arte y caravanas culturales, dándole vida, forma y color desde esa poética.
Las fraternidades pueden construir también el espacio para el juego, el deporte y la recreación. No solamente desde el modelo —muy saludable y formalmente bien instituido y resuelto— de los interbandos o intercasas, sino también desde una articulación interinstitucional con aquellos lineamientos que el club parroquial determine y establezca en cuanto a prácticas deportivas, certámenes y competencias.
Como el diálogo es vivo y permanente con toda la comunidad parroquial, el modelo de fraternidades es también el de la Familia Grande Hogares de Cristo para la recuperación de las personas con adicciones y los consumos problemáticos. Ello forma parte del presente vivo de las comunidades en las villas y en los barrios para construir una alternativa de peso que enfrente a “las otras tres C” (calle, cárcel, cementerio), y produzca una alternativa.
Al paso de lo sucedido en IPVI, un poco antes, algo después, las opciones y los testimonios de vida de los sacerdotes Pepe Dipaola y Lorenzo “Toto” de Vedia en la Comunidad de la 21-24 en Barracas con el proyecto educativo de Nuestra Señora de Caacupé. La presencia de Monseñor Gustavo Carrara y la Comunidad Educativa de Madre del Pueblo en el Bajo Flores. El sacerdote Gastón Colombres con la escuela Nuestra Señora del Carmen en la villa 15, la Ciudad Oculta en Lugano. Todos estos sacerdotes y sus comunidades eclesiales transitando el proyecto educativo del Colegio, la Capilla y el Club en las barriadas pobres de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Pero también, el presbítero Nicolás “el Tano” Angelotti, con Katy Crichigno y equipo en el Proyecto San José en la Matanza: Con jardines de nivel inicial, primarios, secundarios y profesorados de nivel terciario.
Ellas y ellos. Mujeres y hombres del pueblo de Dios trabajando en la pedagogía de la persistencia desde la poética de la equidad, para lograr el milagro de transformación que la educación supone. Tantos y tantas que en estos años han transitado y vivido.
FUENTE: Mariano Luis Bindi es profesor de historia y especialista en Educación. Trabaja en escuelas del Arzobispado de Buenos Aires desde hace casi 35 años. Entre 2014 y 2019 fue rector fundador del IPVI en el Barrio Ramón Carrillo en Villa Soldati. Actualmente es Director de la Escuela Domingo Savio en Aldo Bonzi, La Matanza, Provincia de Buenos Aires, y profesor de nivel terciario de Historia de la Iglesia en el Instituto Padre Elizalde en Ciudadela, y de Historia y Perspectivas de la Educación en el Instituto Superior de Formación Docente del Proyecto San José en Ciudad Evita, La Matanza.