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Una escuela que abraza la vida

“¿Qué implica pensar que la escuela es comunidad?” plantea María Julia Bassó, al ofrecer su testimonio desde el Proyecto Educativo San José de la Matanza. Un lugar que “recibe la vida como viene” y con niños que, como dice, “pasaron de tirar piedras a cuidar mariposas, de anteponer la violencia a priorizar el cuidado”.  La escuela que dirige esta docente se llama “Medalla Milagrosa” y ayuda a muchas familias de barrios como Ciudad Evita, Puerta de Hierro, 17 de Marzo y otros, que dependen de la parroquia San José, donde se encuentra el padre Nicolás “Tano” Angelotti. 

“El centro de la escuela son los pibes, y el centro en la escuela es la comunidad, una escuela que no se cierra, una escuela que no pretende ser escuela céntrica porque se suicida, porque la vida de nuestro barrio viene muy compleja, muy problemática, y necesita de la capilla, del colegio, del club, de la casita, de la comunidad, de la abuela, de la tía, para poder cuidar la vida. Una escuela que se abaja, que no se cree que se las sabe todas, que toma conciencia de que sola no puede y que se abre a la comunidad entera, para abrazar la vida”. Padre Nicolás “Tano” Angelotti.

¿Qué significa que los niños son el centro? ¿Qué significa para la escuela? ¿Qué implica pensar que la escuela es comunidad? ¿Qué necesitan los niños de nuestras escuelas?

La mamá se acercó temerosa a la escuela, y con su voz muy bajita me preguntó si había vacante en primero, le dije que sí, que somos una escuela nueva que tenemos vacantes en todos los grados, que bla bla bla… y me interrumpió para decirme con su voz todavía más baja que su hijita convulsionaba, que tomaba una medicación muy fuerte, que al jardín fue poco y nada, que en la primaria que había arrancado le habían dicho que no era seguro que esté porque no sabían cómo tratarla, – Yo no le quiero mentir por eso le digo todo esto…

Al otro día llegó Nazarena, cuentan mis compañeras que lloró, lloró casi toda la tarde, al otro día gritaba que tenía miedo, que tenía miedo de una u otra seño, que no quería entrar al salón.

Nazarena lloraba y lloraba. Fuimos probando, que caramelo, que un ratito en la dirección, un paseo al jardín, un juguete, un vasito de jugo especial y sobre todo desdramatizar, con las seños, sus amorosas seños, nos reímos mucho y así transcurrieron unos días.

Y ahora ahí estamos, en el patio, con la cocinita, haciendo dormir bebés, y con una amiga. Quizás eso es la escuela: el juego, la risa, las amigas y los brazos abiertos.

Tendrá sus días, como decimos los adultos, y tendrá sus otros días, como dicen los niños. 

Nosotras seguiremos intentando una escuela a la altura de Nazarena, donde el juego simbólico tenga espacio, dónde el legajo no sea lo que manda, donde podamos escuchar que tenía miedo porque la escuela se parece a un hospital y ella transcurrió gran parte de su vida allí. Ojalá logremos una escuela que sea patio y vida, que pueda dejar el hospital de lado, así Nazarena no tiene más miedo.

Con la necesidad de seguir intentando contar y pensar una escuela que sea comunidad, viene a mi recuerdo una mañana de otoño en la que una de las entrañables seños, esas de sonrisa abierta y corazón sincero, me mostró lo que había hecho uno de sus alumnos.

Ramiro llegó a la escuela hace rato, casi al principio, la mamá muy angustiada porque el niño tiene un diagnóstico de autismo, no podía seguir yendo a su anterior escuela sin acompañante (no se lo permitían) y ella había perdido su trabajo, por lo tanto su obra social. Intentamos decirle que esté tranquila, que íbamos a tratar que esté lo más cómodo posible y que ya iríamos viendo cómo armábamos una propuesta para él, primero un grupo junto con dos seños, luego dos grupos, cada uno con su maestra, que si PPI sí, que sí PPI no.

Fueron pasando los meses y finalmente (o al principio), Ramiro pasó a formar parte de un grupo enfocado casi totalmente a la enseñanza de la lectura y la escritura de los niños más grandes de la escuela que todavía no leen ni escriben convencionalmente. Y así la seño llevó adelante una hermosa propuesta de enseñanza llamada «Grandes Viajeros” y en el barco de Erick “El Vikingo” y Charles Darwin, Ramiro aprendió a leer y escribir.

Conmueven Ramiro y su seño, conmueve la seguridad de saber que «bajo ciertas condiciones de enseñanza todos los niños pueden aprender». Se emocionan los Vikingos y sus peces al ver a Ramiro leer y escribir el mundo.

Román es el más pequeño de 24 nietos, su sonrisa de Gardel y su gomera en el bolsillo, hacen que al verlo ya “te compró”, pero parece que todo su encanto está puesto en matar pajaritos y construir casas de cartón. Nos costó muchísimo que se ponga en tarea, como nos gusta decir a las maestras. No entraba al aula, su mochila venía casi vacía (si es que venía), lápices casi sin punta, migas de alguna galletita, la gomera y las bolitas tenían un lugar privilegiado en su mochila, y el día que lograba traer una pelota, todo era una fiesta. Tuvimos muchas negociaciones, que diez minutos al aula y luego a jugar, que un rato las bolitas y otro un ejercicio de matemática, pero con leer y escribir no quería saber nada. Ante tanta frustración en esta vida, ¿para qué sumarle una más?, parecía decirnos día a día.

Nos regalaron un juego, una especie de “¿Quién es quién?”, en el que los personajes tienen nombres de países, en algunos momentos Román venía a la dirección a jugar ese juego, y como quien no quiere la cosa fuimos leyendo los nombres de los países, y ahí en ese momento pareciera que perdió el miedo a leer y desde ese día va leyendo nombres no solo de países, sino nombrando el mundo.

Cielo, Juan y el mariposario, esos dos niños, mezcla rara de dulzura y crueldad, de pecas al viento y corazón curtido, esos dos chiquilines dedicaron su tarea durante meses, junto con su seño, al cuidado de las mariposas, mediante el armado de un mariposario. Miraron con lupas sus larvas, aprendieron en qué plantas ponen sus huevos, cómo se van transformando, y finalmente las liberaron. En ese proceso tan meticuloso de investigación, pasaron de tirar piedras a cuidar mariposas, de anteponer la violencia a priorizar el cuidado.

Podría seguir escribiendo acerca de Belén y sus gritos que empezaron a aflojar con bichos y gotitas de amor; de María, que con su jardín en el pelo puede jugar con sus amigas; de Luz, que corre y juega a la pelota con libertad; de Rocío, que ayer mismo me dijo: “aprendí a leer” detrás de sus rulos negros que esconden sus ojos; de Pedro y la necesidad de upa con su beso casi inesperado a su seño.

Supongo entonces, o quizás estoy segura de que la escuela es aupar, es cantar y hacer amigos, es poder leer y escribir el mundo, es cuidar, es sumar y restar. La comunidad cuida y enseña. ¿Cómo pensar una escuela por fuera? La escuela es comunidad o no es escuela.

La escuela abraza la vida o no es escuela. Abraza la vida para ser lugar para nuestros niños.

FUENTE: María Julia Bassó es maestra de escuela primaria y formación docente. Lleva más de 20 años de docencia en barrios populares. (Estuvo en la primaria de la escuela de Caacupé con el padre Toto). Y en este momento trabaja en la escuela “Medalla Milagrosa” perteneciente a la parroquia San José a cargo del padre Nicolás “Tano” Angelotti.

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