La docencia debe ser “el trabajo del Siglo 21” apunta Enrique Palmeyro, Director Mundial de Scholas Occurrentes. Hoy, ante el desarrollo “inaudito” de las redes y de la inteligencia artificial, el educador invita a mirar lo que señaló Francisco en su primera exhortación hace diez años: “las mayores posibilidades de comunicación se traducirán en más posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos.” (EG nro 87).
Enrique Palmeyro
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Providencialmente, en una época del mundo en la cual tiene mucha fuerza la tentación de dejarse vencer por el pesimismo, nuestro querido Padre Obispo Jorge Bergoglio fue ungido en marzo de 2013 como sucesor de Pedro.
Inmediatamente el Papa Francisco, animado por el Espíritu Santo, puso todo su esfuerzo, todo su ser, en devolver la esperanza al mundo, en hacernos sentir el Amor de Dios.
Aun en medio de tantas contradicciones, una profunda alegría existencial surge de esta convicción y la Exhortación Apostólica “La Alegría del Evangelio” la expresa de manera magnífica.
Sin duda este hermoso texto resulta también profético para la tarea educativa. Los docentes estamos muchas veces tentados por entregarnos al desánimo y al pesimismo al convivir con tantas carencias familiares y sociales y, también, por los temores que generan la tecnología digital, la inteligencia artificial y otras “nuevas yerbas”.
En este marco resultan especialmente esclarecedoras las palabras de San Juan XXIII al inaugurar el Concilio Vaticano II que el Papa Francisco cita en el Nro 84 de EG: “Llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina […] Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente. En el presente momento histórico, la Providencia nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas que, por obra misma de los hombres, pero más aún por encima de sus mismas intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados; pues todo, aun las humanas adversidades, aquella lo dispone para mayor bien de la Iglesia”.
Hoy las redes y los instrumentos de la comunicación humana han alcanzado desarrollos inauditos, planteándonos “el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación. De este modo, las mayores posibilidades de comunicación se traducirán en más posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos.” (Cfr. EG nro 87).
Para vencer el temor lo mejor es animarnos a ampliar la mirada. ¿Debemos temerle a la tecnología?
La tecnología es el saber que los seres humanos desarrollamos para sobrevivir frente a la fuerza de la naturaleza y procurar mayor bienestar.
Si bien es un saber presente en toda cultura desde el inicio de los tiempos, el saber tecnológico acumulado ha ido acelerando su alcance de tal manera que los cambios generados en la forma de vivir crecen de manera exponencial.
Muchos plantean que se avecina una gran disrupción en la historia de la humanidad, es decir, un cambio tan sustancial que excede lo predecible. Algunos llaman a esto “gran disrupción” o “singularidad”. Una evolución vertiginosa hacia escenarios impensados.
Ocurra o no esta “singularidad”; hay bastantes coincidencias en que la humanidad va a cambiar más en los próximos 20 años que en los 300 anteriores.
¿Qué hacer desde la labor educativa en la escuela considerando esta realidad? ¿Para qué mundo y qué trabajos debemos preparar a los jóvenes?
Podemos imaginar algunas profesiones: Ordenador de tránsito de drones; diseño e impresión de ropa 3D; manager de plataformas colaborativas para todo lo relacionado con compartir vehículos, casas, etc; gestión de carreteras sin conductores. La capacidad de sustitución de tareas por parte de la inteligencia artificial irá creciendo exponencialmente.
El problema es que este paradigma tecnocrático pone la tecnología meramente al servicio del lucro, dejando de lado ni más ni menos que las necesidades humanas y de la madre tierra. (cfr. Laudato Si nro 106)
¿Cuál debe ser la tarea educativa en este contexto? ¿Seguir formando con el paradigma de la revolución industrial para la producción de manera repetitiva? ¿Limitarnos a preparar a los niños y jóvenes para poder realizar solamente los trabajos que serán demandados por el mercado? Siguiendo los sabios principios expresados en EG Nros 217 a 237: El tiempo es superior al espacio, la unidad prevalece sobre el conflicto, la realidad es más importante que la idea, el todo es superior a la parte; debemos prepararlos para transformar, con su trabajo, el mundo en el mundo que anhelamos. Entrelazando sus sueños con nuestros sueños, de manera tal que nuestra fe y convicciones les resulten orientadoras sin bloquear su propia capacidad de soñar.
¿Cómo transformar entonces la enseñanza de cara al Siglo XXI?
Ya existen aprendizajes encapsulados, miles y millones de videos, podcasts, y diversas piezas de comunicación enseñando desde recetas de cocina, idiomas, matemáticas, canciones, entre otras.
Sin embargo, está claro que tener acceso al conocimiento no significa que todo el mundo pueda volverse autodidacta. Una pequeña minoría puede serlo teniendo acceso a los materiales que se encuentran en la web. Realidades sociales como el bullying no pueden quedar libradas a la ley del más fuerte en la nueva selva que es el mundo digital.
La inteligencia artificial muestra solo lo que sus dueños quieren mostrar, y si nos limitamos a eso, el panorama es sombrío.
Para asumir esta realidad, la docencia debe ser “el trabajo del Siglo XXI”, para lo cual hay que mantener la conexión con las raíces y al mismo tiempo evolucionar. El valor empático y pedagógico de un maestro no puede ser reemplazado por la inteligencia artificial, pero sí necesitamos conocer la tecnología y usarla a favor del mundo que anhelamos.
El aula tal como la conocemos nos brinda una seguridad que se resquebraja cada vez más.
¿Nos animamos a transformarnos y educar en aulas sin paredes, con los valores de siempre e incorporando las nuevas tecnologías?