Así se expresa Myriam Andujar, abogada, docente e investigadora de San Juan, quien reflexiona sobre su experiencia abierta a la acogida que tiene lugar en Casa de Nazareth: “Un espacio para las personas trans”.
Abrí aquella puerta, sin saber exactamente adónde me llevaría. Pero algo me lanzaba hacia adelante como quien sigue un llamado. Hasta entonces, habitaba en la comodidad de las convicciones y creencias compartidas. Era un sitio común, donde la fe de uno es como un fuego que se enciende en el candil del otro. Fue, es y será una irreemplazable forma de mantener viva la llama. Pero me faltaba algo. No me bastaba con el «nosotros», los que pensamos igual. Necesitaba encontrarme con ese «otro» distinto de mí que, a la postre, termina confirmando nuestra yoidad. Esta condición de ser yo (yoidad) se ratifica frente al tú que me hace más pleno en términos de humanidad. Por eso abrí aquella puerta.
Primero y ante todo, personas
Traspasado el umbral, lo primero y lo único que vi fueron personas. No vi ideologías, ni orientaciones sexuales, ni géneros asignados o autopercibidos. Vi personas sufriendo, sufrientes. Vidas cruzadas por la tragedia, la soledad, el abandono y la marginación. Abrí la puerta al mundo trans. No estaba sola. Éramos cinco locos buscando sanar heridas, en lo que llamamos Espacio Trans. No sé si lo logramos, pero de algo estoy segura: mi vida no volvería a ser igual desde aquel día. Seguramente, la de mis compañeros de ruta también cambiaría para siempre.
Agradezco a Dios el haber desempañado mis lentes para ver más allá del maquillaje y la estética trans, al ser humano que palpitaba allí. Es cierto que abunda el rouge, y la prostitución las va cercando rápidamente. Sí las familias, la sociedad y el Estado las abandona, la calle se les presenta como única salida. Muchas de ellas no eligen la calle. ¿Quién quiere vender su cuerpo todas las noches? ¿Quién querría exponerse al frío, al alcohol, a la violencia o al riesgo permanente que supone vivir en la calle? Recuerdo que fueron preguntas de una de aquellas mujeres trans, que interpelaban nuestros esquemas morales. Es tan fácil ser rígido desde la tarima, pensé para mis adentros.
Solidaridad y prejuicios
Debo decir que pocas veces he visto tanta solidaridad como en aquellas comunidades de personas trans. Pudimos comprobar cómo mujeres trans en edad adulta dan hospedaje y ayuda económica a las más jóvenes y desprotegidas. Algunas de ellas, provenientes de otros países. No vi gesto alguno de xenofobia ni exclusión. La situación de calle de muchas de ellas es alarmante, situación que se agravó en los tiempos de pandemia. Hubo necesidad de alimentos y ropa de abrigo. Y la sociedad y el Estado provincial, en general, respondieron con generosidad. Visitamos personas trans en zonas muy alejadas, que luchaban por no caer en la prostitución. Nunca vi tanta pobreza como en aquella comunidad trans. Recuerdo un grupo de ellas mostrándonos, entusiasmadas, los pañuelos que habían bordado en un taller de costura comunitario, para saludar a la Virgen en la procesión. Mientras ellas hablaban, yo pensaba en un diálogo imaginario entre María y la Magdalena.
Myriam Andújar
Myriam Andújar es miembro del Instituto de Bioética de la Universidad Católica de Cuyo. Hoy comparte para nuestro espacio una de las tantas columnas semanales que escribió para el Diario de Cuyo (San Juan). Como experta en ESI (Educación Sexual Integral) además de dictar talleres en ámbitos educativos, hace poco intervino en un caso “para no desamparar” a una niña trans, de 9 años, que cursa sus estudios en la escuela María Auxiliadora de esa provincia.