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El silencio como experiencia formativa

“Hoy más que nunca estamos llamados a brindar a nuestros niños y jóvenes experiencias que los hagan crecer en interioridad” sostiene Estela D´amico, educadora y referente de Directivos de nivel primario en la Vicaría de Educación del Arzobispado de Buenos Aires. Desde este año, es también miembro de la Academia Nacional de Educación.

Quisiera compartir algunas reflexiones que en mi experiencia como maestra, directora y formadora de docentes confirmo a diario.

Nos preocupamos por capacitarnos, ponernos a tiro con las últimas novedades y así brindar a nuestros alumnos lo mejor, pero, ¿cuánto atendemos a nuestra formación espiritual? Con el adjetivo espiritual, hago referencia a esa dimensión inherente a todo ser humano, más allá de las creencias o religión que profesamos. Me refiero al autoconocimiento, a nuestra capacidad de centrarnos y descubrir en lo más profundo de nuestro corazón, que somos parte de un todo, somos interdependientes unos de otros y que hay algo más grande que nos trasciende, al mismo Dios que nos habita a todos.

Pienso, también, en trabajar nuestro autodominio, en la capacidad de escuchar, de comunicarnos asertivamente, de dialogar, de cuidarnos y cuidar al otro y al medio ambiente, de reflexionar y anticiparnos a nuestras acciones, sabiendo que cada cosa que decimos y hacemos, tiene repercusiones en el universo entero.

El silencio es elocuente y fecundo, siempre está gestando vida, es creativo y poderoso. Antecede a la palabra y a la idea, acompaña el pensamiento y la memoria, despierta el recuerdo y el sentimiento, introduce en el encuentro y el misterio. El silencio crea intimidad, nos hace presentes a nosotros mismos y a los demás, nos convoca para el encuentro y se hace un medio privilegiado para transmitir el amor cuando no alcanzan las palabras y los gestos. Nos abre a la presencia de Dios, al resplandor de su gloria. Sin silencio no hay escucha y sin escucha no hay diálogo posible.

Silenciarnos sirve para conocernos; si nos conocemos podemos amarnos. Cuando nos amamos nos integramos y abrazamos todo nuestro ser: vemos lo bueno y lo malo que hay en nosotros, lo aceptamos y lo abrazamos. Cuando nos conectamos con nosotros mismos podemos amar a los demás y vivir en comunión con ellos, porque los vemos como son, no la proyección que nosotros queremos.

Si cada ser humano pudiera vivir de esta manera, seguramente las sociedades serían más armoniosas y equitativas.

Considero necesaria esta brevísima introducción, partiendo del principio de que nadie puede dar lo que no tiene, que si nosotros, los adultos, no vivimos esta experiencia, no nos privamos de vivir de una manera más plena y feliz sólo nosotros, sino que privamos también a quienes nos suceden, porque somos el espejo en el que se miran los niños y los jóvenes. 

Pese a todos los dichos o teorías, los adultos somos modelos imitables o descartables para ellos.

Cultivar el silencio en los niños es ofrecerles un espacio donde poder escuchar, sentir y cuidar de su “refugio interior”, para que así puedan crecer fuertes interiormente, llenos de imaginación, creatividad, empatía, amor y saber estar a solas consigo mismos.

Las personas somos gestadas en el silencio del útero materno donde resuenan los latidos del corazón de nuestra madre y los ecos de voces lejanas. El niño recién nacido gusta del silencio, es su hábitat más conocido, se comunica por medio del silencio elocuente del lenguaje corporal, del abrazo y de la mirada.

La práctica del silencio en la escuela no tiene marketing. Cuando diseñamos nuestros planes de estudio y nuestras prácticas pedagógicas, pensamos en incorporar todo aquello que les permita a los alumnos desarrollar competencias para desempeñarse de una manera exitosa y segura frente a los desafíos de nuestro tiempo, de prepararlos para aquellos trabajos que aún hoy no existen. 

Queremos ser para ellos la mejor escuela, una escuela de excelencia que brinde una formación integral. En este afán, quedan afuera cuestiones ineludibles para la formación de la persona, para el desarrollo de la dimensión espiritual, inherente a su esencia, que va más allá de lo religioso. 

¿Qué espacio le dedicamos a las prácticas del silencio, al conocimiento de sí mismo, al desarrollo de su interioridad, a la escucha y al diálogo? 

Pareciera que no hay tiempo, no hay lugar en los programas, pero es imperante si queremos formar personas bien plantadas, virtuosas, que descubran el sentido de la vida y de la verdad, que tomen decisiones asertivas en función de los valores que abrazan, que tengan claridad mental y espiritual, que sean congruentes consigo mismas, que aprendan a convivir con otros y, sobre todo, que sean personas plenas y felices más allá de los avatares que les traiga la vida. Eso hay que enseñarlo porque solo no se aprende.

Los chicos, desde muy pequeños, se mueven entre la realidad y la virtualidad, en distintos mundos simultáneamente, pueden ser lo que quieran y cuantos seres quieran con sólo crear su avatar. La tecnología, el ciber espacio, la inteligencia artificial les abren posibilidades maravillosas e impensadas…lo que aún no sabemos es qué impacto tendrán en el cerebro, en la construcción de su identidad, en el desarrollo de su personalidad. 

Hoy más que nunca estamos llamados a brindar a nuestros niños y jóvenes experiencias que los hagan crecer en interioridad, en autoconocimiento, autoafirmación, capacitarlos en el desarrollo de su inteligencia emocional y espiritual, a reconocer la interdependencia de unos con otros y con toda la creación, porque nuestras acciones tienen consecuencias no sólo en nuestro entorno, sino en el universo entero. 

Nos ven correr todo el día, con el celular, el tráfico, las cosas que hacemos o dejamos de hacer para que nos quieran, para agradar, hablamos mucho y vivimos para afuera y eso es lo que los niños están mamando. Luego les decimos no grites, cálmate, pero ¿Cómo lo hacen? ¿Quién les enseña? Podemos estar en el mundo y estar en quietud, no es necesario vivir en un monasterio, se puede hacer en esta vida. A mayor extraversión, menos conexión con nosotros mismos, a más conexión interior menos confusión con el afuera. El silencio es un gran recurso y es baratísimo, pero tenemos que querer hacerlo, cada día un poquito.

Tenemos una solución para vivir de otra manera: callarnos, silenciarnos…podemos hacerlo cinco o diez minutos al día y progresivamente cada día un poquito más.

Hoy más que nunca estamos llamados a brindar a nuestros niños y jóvenes experiencias que los hagan crecer en interioridad, en autoconocimiento, autoafirmación, capacitarlos en el desarrollo de su inteligencia emocional y espiritual.

Nuestra responsabilidad es brindárselo a los niños y adolescentes, porque es un recurso de autoconocimiento y autoafirmación. El silencio es una escuela de generación de confianza y de centralidad. Para poder transmitirlo, primero tenemos que hacer la experiencia nosotros, que sea parte de nuestra vida, de nuestros hábitos. La experiencia que pasa por nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro corazón es la que se encarna y se torna aprendizaje.

Como las aguas del océano son sostenidas por su lecho profundo, el silencio es el lecho que sostiene nuestra comunicación. Podemos estar hablando y al mismo tiempo estar en silencio. Podemos estar callados y aturdidos por dentro. Es una cualidad de nuestra dimensión espiritual y pasará a ser una cualidad personal a medida que se vaya integrando a toda nuestra realidad humana. 

¿Cómo iniciar a los niños en el silencio?

Sería fácil para mí darles recetas, pero sabemos que cada escuela es un mundo y que las recetas no funcionan si no se tiene en cuenta el contexto, los alumnos que tenemos, las familias y los docentes, pero puedo compartirles algunas pistas, que ustedes sabrán implementar conforme a sus decisiones y posibilidades.

Para iniciar el silencio en los niños nos puede ayudar tener en cuenta cuatro factores que podemos poner en práctica de forma lúdica:

1- Desarrollar la percepción

El primer paso para desarrollar la percepción es ayudarlos a que se reconozcan a sí mismos. Lo podemos hacer agudizando cada sentido corporal, el gusto, el tacto, el olfato, la escucha y la mirada.  

A través del encuentro con un compañero. Estar cerca uno del otro con los ojos cerrados, sólo percibirse, escuchar su respiración, saberlo y sentirlo cerca y también con los ojos abiertos, sostener sus miradas. Recibirse mutuamente en silencio.

 Podemos recurrir a la naturaleza, gran maestra para cultivar y nutrir la percepción. Percibir en silencio escuchando sus sonidos, aprender a escuchar su lenguaje para mantener un diálogo silencioso. 

A través de la música. Alternar el silencio y la escucha. Reconocer sonidos e instrumentos musicales. A través del arte, descubrir los colores y sus tonalidades, su intensidad, las formas y el impacto que produce en cada uno esa obra.

2- Experimentar y gustar del silencio

Para eso nos podemos valer de diferentes juegos donde combinamos el movimiento y la quietud, estar en movimiento en silencio, escuchando música o con un ruido ensordecedor que impide que nos escuchemos. Lo mismo con la quietud. Cuidamos de identificar movimiento con ruido y quietud con silencio. Podemos estar en movimiento y en silencio, o quietos y aturdidos por dentro. Recordemos que el silencio es una actitud interior, un estado espiritual, y no sólo significa estar callados como naturalmente se interpreta. 

Resulta imprescindible ofrecer espacios de silencio, propuestas ricas y variadas para que los niños puedan familiarizarse con esta actitud interior, experimentarla: 

Realizar ejercicios y juegos para distinguir el ruido del silencio.

Realizar ejercicios de variación de la voz hasta llegar al silencio, poder ir bajando paulatinamente.

Identificar cómo está su cuerpo ante el ruido y ante el silencio. 

Reconocer qué le sucede al estar en silencio (valoración).

 Aprender a saludarse en silencio, aprender a mirarse en silencio, aprender a comunicarse en silencio. 

Realizar ejercicios de relajación, respiración, percepción corporal y meditación.

3- Descubrir los beneficios del silencio

Por medio de actividades que pueden realizar en forma personal o grupal, con consignas que solo puedan escuchar si están en silencio. 

Las Rutinas de Bienestar y los anclajes al corazón son muy convenientes porque ayudan a silenciarse tanto al adulto como al niño, generan el espacio para poder entrar en sintonía de silencio, para ir progresivamente silenciando nuestra boca, nuestros pensamientos y diálogos internos para llegar a nuestro centro, nuestro corazón, a encontrar a Dios que nos habita y nos trasciende, a descubrir que somos partes de un todo mayor.

El educador encontrará en su propia experiencia personal de silencio, propuestas que le ayuden a trabajarlo con sus alumnos.

4- Apreciar el orden

El silencio también se expresa en el orden. El desorden confunde y aturde y no colabora al aprendizaje, ni al sano desarrollo. Tanto en el hogar como en la escuela podemos enseñar a que los niños colaboren con ese orden y que cada cosa tenga su lugar. El orden, la austeridad y la belleza son cualidades del silencio.  

Un entorno ordenado es una gran ayuda para la entrada en sí mismo. El afuera habla del adentro. 

¿Cómo ayudamos a los adolescentes a cultivar el silencio fecundo?

Los adolescentes están muy familiarizados con los tipos de silencio estériles que utilizan como barrera necesaria frente al adulto, ya sean sus padres o sus educadores. El silencio es su arma más poderosa y es necesario que sepamos reconocerlos. Hay ocasiones cuando el silencio del adolescente es un grito al adulto pidiendo su ayuda.

¿Cómo reconocerlo?

La aceptación incondicional, la confianza, el respeto profundo y la mirada amorosa del adulto son cuatro actitudes que se tornan fundamentales para acompañar el proceso adolescente. 

Aceptación incondicional: el adolescente percibe cuando es aceptado. Sus conductas o comportamientos muchas veces son muy provocativas para el adulto, la manera en que este reacciona es el elemento más ejemplar. En esta edad ya no sirven más los largos discursos acerca de cómo debe comportarse. El adolescente ya lo sabe y observa en silencio la reacción del adulto. 

La confianza: el adolescente necesita que confíen en él, se va a seguir apoyando en los adultos que sabe que confían en él. En el momento que ellos elijan, se abrirán al diálogo. La desconfianza los encapsula y los aleja más. 

El respeto profundo: nace de las dos actitudes anteriores. El adolescente necesita que lo respeten, aunque su manera de ser y de estar sea muy diferente a la de los adultos. Es una etapa que se caracteriza por la búsqueda de la identidad y el separarse de sus mayores. Esto produce mucha ansiedad y angustia. La aceptación, la confianza y el respeto son un bálsamo que necesitan, aunque no lo sepan pedir. 

La mirada amorosa: no enjuicia, sino que acompaña y manifiesta el profundo amor que sentimos hacia ellos; es una mirada que valora, confirma y anima.

La única manera de cultivar el silencio que el adolescente necesita en esta etapa de su vida es cultivar un clima donde estas actitudes propicien un diálogo reflexivo, donde el adolescente encuentre respuestas en su búsqueda existencial. 

Necesita encontrar sentido, y si en el mientras tanto no lo encuentra, tiende a aturdirse para no escuchar las voces interiores que lo inquietan y angustian. Acompañarlo desde el amor, la compasión y la incondicionalidad será imprescindible para que el adolescente pueda desplegarse y animarse a ir al encuentro de sí mismo.

El silencio es una poderosa herramienta para el autoconocimiento, la conexión con los demás y el despliegue de una espiritualidad que trasciende las creencias religiosas.

Tanto en la educación de los niños como en la de los adolescentes, el silencio desempeña un papel fundamental en su desarrollo integral.

En un mundo caótico, podemos demostrar que existe la posibilidad de vivir de otra manera, modelando este valor y ofreciendo a las generaciones más jóvenes la oportunidad de experimentar la riqueza del silencio en sus vidas. 

A través de la percepción, la experimentación y el entendimiento de los beneficios del silencio, podemos guiar a nuestros niños y adolescentes hacia un camino de autoconocimiento, reflexión y conexión profunda consigo mismos y con los demás, fortaleciéndolos para ser personas resilientes.

El silencio, lejos de ser ausencia, es una presencia profunda que nutre el alma y enriquece nuestras vidas. Al abrazar el silencio, abrimos la puerta a la autenticidad, la paz interior y la sabiduría. Es un regalo que podemos ofrecer a las generaciones futuras, ayudándolas a encontrar el equilibrio necesario para plantarse frente a la vida, recibiendo lo que esta trae cada día, como don, más allá del acontecimiento en sí mismo, con plenitud, sabiendo que no es lo que nos sucede lo que nos marca, sino aquello que hacemos con lo que nos sucede.

El silencio, lejos de ser ausencia, es una presencia profunda que nutre el alma y enriquece nuestras vidas

Si quieres hacer este regalo a tus alumnos, te dejo una breve guía.

Inicia cada clase con un momento de silencio consciente

Dedica unos minutos a guiar a tus alumnos en un breve ejercicio de silencio. Invítalos a sentarse cómodos, con la espalda recta apoyada en el respaldo de la silla, ambos pies apoyados en el piso, las manos sobre las piernas. Invítalos también a cerrar los ojos, a respirar profundamente, a relajarse y a no detenerse en ningún pensamiento o molestia corporal que pudiera aparecer. 

Puedes ayudarte con una música instrumental de fondo con el volumen muy bajo para la inducción, pero luego apagarla. Es necesario quedar en silencio absoluto. Guíalos para que respiren profundamente y en cada inhalación a recibir paz y en cada exhalación, entregar paz. Luego los guías para ir saliendo de a poquito de ese estado. El tiempo en que quedan en silencio es progresivo, comenzando por un minuto, extendiéndolo a cinco o diez. Este simple acto ayuda a calmar sus mentes, a enfocar su atención y los predispone para el aprendizaje, generando un ambiente receptivo y tranquilo en el aula.

El ejercicio es una invitación, por lo que, si algún alumno no quisiera hacerlo, se le permite aclarando que no haga ruido ni interfiera en el ejercicio de los demás. La experiencia evidencia que finalmente todos gustan del silencio y si alguna vez el maestro no lo hace, ellos lo piden.

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