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Novedades

«Escuchar a las nuevas generaciones» en la escuela también

“¿De verdad es complicado hablar con los jóvenes? Una pregunta que puede iluminar el camino” expresa el licenciado Rodolfo Escobar, reconocido por su trabajo con chicos y chicas de ambientes muy diversos. En esta contribución, relata algunas experiencias que ayudan a disponer el corazón para acoger a los jóvenes sin reservas. Generando escuelas como “lugares seguros en los que se construyen sentidos y se proyecta la vida”.

Atendiendo a los núcleos del Pacto Educativo Global, nos proponemos profundizar en la escucha a las nuevas generaciones, a partir de algunas claves para dar lugar a la voz de chicos y chicas en la escuela.

Pensamos este artículo en dos partes: por un lado, si de escuchar a las nuevas generaciones se trata, nos pareció necesario hacer real esta escucha, y para eso les preguntamos a más de 100 chicos y chicas de escuelas secundarias de la Provincia de Buenos Aires, C.A.B.A y Mendoza: “Si pudieras hacer oír tu voz en el mundo de las personas adultas ¿qué les dirías?”.

En la segunda parte, y teniendo en cuenta esta primera escucha, proponemos algunas claves concretas desde la hospitalidad y la pedagogía del cuidado para habilitar una escucha activa en la escuela.

La voz de las nuevas generaciones

Los chicos y chicas que respondieron nuestra consulta lo hicieron de forma anónima y voluntaria. La mayoría tienen entre 14 y 16 años. Entre los contenidos que desearon manifestar al mundo adulto se destacaron:

La necesidad de que las personas adultas tomemos real conciencia del cuidado del planeta, más allá de los discursos y a partir de acciones concretas que los más jóvenes advierten con mucha claridad. Nos dicen:

“Que se comprometan a cuidar el medio ambiente”

“La cría de ganado para producción de carne causa deforestación en el mundo”

“Que cuiden el medio ambiente, ya que el agua se está contaminando cada vez más; hay más basura de la que debería; pensar el futuro del planeta, hay sequía en dichas provincias por desperdiciar el agua; empezar a usar lo justo y necesario, no desperdiciar la comida ya que en algunos países no tienen para comer…”

Otro aspecto que se reiteró de manera sostenida fue la demanda por el cuidado de la salud mental de chicos y chicas. En particular en cuanto a la consideración de la seriedad que esto tiene. Hicieron un llamado a las personas adultas a no minimizar estos fenómenos o considerarlos como “cosas de chicos”, así lo expresaron:

“…nosotros sí podemos tener problemas, podemos sufrir de ansiedad, depresión, etc. No es

una pavada, es algo que la mayoría de los adultos no entienden; no entienden que nosotros

también necesitamos tiempo o que necesitamos privacidad o simplemente estar solos”.

“… que un adulto haya sufrido más que un joven no le da el derecho de menospreciar los

sentimientos de agobio, como abrumado, o de tristeza que sienten los adolescentes”.

“Que escuchen a los adolescentes porque muchos se sienten solos”

“Que presten más atención a la salud mental de los adolescentes”

También se refirieron a cuestiones vinculares en el marco de las relaciones con sus progenitores, insistiendo en la necesidad de ser respetados en su subjetividad, y evitar formas de relacionarse atravesadas por la violencia. Paradójicamente, chicos y chicas insisten en que las personas adultas ocupemos el lugar que nos corresponde: contener, cuidar, poner límites y saber decir que no cuando es necesario. Nos piden:

“Que hagan bien las responsabilidades que les corresponden, porque ahora mismo la mayoría de cosas dependen de los adultos como la educación y cuidado de los jóvenes…”

“Que sean responsables en todo sentido, buenas personas y den un buen ejemplo para las futuras generaciones”

“Que nos escuchen, que nos apoyen en todo, que estamos en una etapa dura y nos demuestren comprensión y amor”

“Que cuando discutan no lo hagan frente de sus hijos, porque la verdad a nosotros nos lastima ver cómo discuten y ahí hay muchos que sufren traumas, son estos motivos los que conllevan a cosas malas”.

“Que entiendan muchísimo a sus hijos, que sepan también el esfuerzo que hacemos para poder salir adelante con nuestros estudios. Porque cuesta, muchas veces nos cuesta. Pero a pesar de todo, queremos que se sientan orgullosos de nosotros y que no lo hacemos por nosotros mismos, sino por ellos también”

Por último, pero no menos importante, chicos y chicas buscaron señalar un horizonte de sentido que supera lo material, advirtiendo a las personas adultas que hay otros valores que están por encima de lo económico.

“Que la voz de los adolescentes y niños también es importante. Somos personas, que merecen ser escuchadas y que buscan un cambio de aquello que falla en el sistema”

“… que tengan más empatía con las otras personas, que no existen ellos solos en el mundo y que no todo es la plata”

¿Qué escuchamos cuando escuchamos a los y las jóvenes?

Seguramente estas expresiones de chicos y chicas nos dejan resonancias, pero entre estas expresiones, quisiera destacar una que podría iluminarnos en el camino que sigue.

Una de las respuestas planteó: “¿De verdad es complicado hablar con los jóvenes?”. Este informante, con la frescura propia de la juventud, nos interpela: ¿Es tan difícil escuchar a los chicos y chicas? ¿No será que no somos capaces de silenciar todo el ruido de nuestra adultez desde el cual suponemos entender qué quieren decirnos.

Claves para una escucha disponible desde la escuela

A la hora de buscar algunas pistas concretas para la escucha, vale volver a lo que los chicos y chicas nos dicen:

“Simplemente que escuchen a los jóvenes sin prejuicios o actitudes egocéntricas, sé que es difícil cuando uno tiene que dejar el ego de lado, pero veo necesario hacerlo cuando lo que se está poniendo en la mesa son dos ideas distintas, pero el respeto y el tratar a la otra persona por lo que es, lo hace fundamental”.

Sabemos que para que exista una escucha verdadera debe darse como condición de posibilidad, además del deseo de escuchar, una actitud de silencio que es principalmente silencio interior. A esto se suma el reconocimiento del interlocutor como alguien válido, por quien merece la pena dejar en silencio las propias razones, los propios deseos y argumentos desde los que establecemos cuál es nuestra verdad.

Sin esta disposición (que algunos autores llaman “hospitalidad”) quizás logremos una mímica de la escucha, “como si” estuviéramos disponibles para la escucha. Y quizás sea esto lo que tanto los jóvenes como el mismo Papa Francisco nos reclaman. Escuchar significará en primer lugar vaciar la mente y el corazón de lo que suponemos que nos van a decir.

Sabemos que para que exista una escucha verdadera debe darse como condición de posibilidad, además del deseo de escuchar, una actitud de silencio que es principalmente silencio interior. A esto se suma el reconocimiento del interlocutor como alguien válido, por quien merece la pena dejar en silencio las propias razones

Tal vez nos asusta el silencio posterior a las palabras de chicos y chicas que desnudan nuestros egoísmos, nuestros miedos y cansancios y por eso quizás es preferible quedarnos en el ruido de nuestros argumentos y razones, antes de admitir que sus preguntas y planteos dejan sobre la mesa mucho en qué pensar.

En la escuela, tristemente, no es raro que escuchemos a chicos y chicas que han perdido las ganas de vivir, o que no saben cómo afrontar sus emociones más que haciéndose daño.

Y si queremos cuidarlos, nos urgen personas adultas disponibles para la escucha, sea en el ámbito de la escuela o en el de la familia. Para esto sugerimos algunas claves que nos dispongan mejor a la escucha:

– Tiempo. Considerar si es el mejor momento para escuchar. Si no tenemos posibilidad en ese momento, sirve preguntar a chicos y chicas: “¿Lo que me querés contar puede esperar?” Y si hay que postergar la escucha, tenemos que ser nosotros quienes retomemos el diálogo en la próxima ocasión.

– Empatía. Posicionarnos de forma empática ante las preguntas, sufrimientos, y expresiones de chicos y chicas. Sin minimizar ni desmerecer lo que les pasa.

– No anticipar, o suponer interiormente lo que los jóvenes nos quieren decir. Incluso poder parafrasear sus expresiones buscando develar si comprendimos lo que dicen. Por ejemplo: “Cuando decís que estás cansada de la vida ¿Qué querés decir?”.

– No interrogar ni interrumpir sus relatos buscando detalles y precisiones que por ahora no quieren darnos. Es constante el reclamo de personas adultas que se quejan porque sus hijos e hijas: “No les cuentan nada”. Quizás estos chicos y chicas hayan tenido experiencias previas parecidas a estas.

– No juzgar. Poner siempre a la persona en primer lugar. Y sin olvidar que quien nos habla es alguien que por la naturaleza de su edad es más vulnerable.

– No sermonear. Evitar aconsejar estableciéndonos como modelos de perfección y virtudes, comparando las condiciones de la juventud actual, con las de nuestras propias vivencias. ¿Qué desafíos y demandas tendrán los chicos y chicas de hoy? ¿Qué dolores y angustias traen para ellos los ideales de belleza, de éxito, o de posesión que les proponemos desde el mundo adulto?

– Elegir la pregunta. Una pregunta muchas veces tiene mayor potencial para la reflexión que largos consejos y razones. Así, por ejemplo, podremos animarles a reflexionar sobre sus certezas y argumentos a partir de preguntas a la manera socrática.

– Restaurar. Finalmente, toda vez que podamos, nuestros espacios de escucha deben permitir que los chicos y chicas se vayan fortalecidos. Animarlos a considerar con más serenidad lo que nos plantean. Destacar lo verdadero y bueno de sus propuestas, y sobre todo ser coherentes en lo que les ofrezcamos como caminos de acompañamiento y escucha.

¿Es tan difícil hablar con los jóvenes?

La pregunta de este joven sigue resonando en mí. Me anima el ejemplo del Papa Francisco, experto en superar barreras generacionales y culturales, y siempre disponible a la escucha del diferente, de quien es radicalmente diferente.

En nuestras escuelas, todos los días tenemos esta oportunidad de disponernos a recibir a esos otros, diferentes, irreverentes, muy distantes a nivel generacional.

Dispongamos el corazón para acogerlos sin reservas, haciendo de esta escucha en hospitalidad una práctica que genere escuelas que son lugares seguros, espacios en los que se construyen sentidos y se proyecta la vida.

Fuente: Por Lic. Rodolfo Escobar. Licenciado en Psicología y Licenciado en Filosofía por la Universidad del Salvador. Maestrando en Dificultades de Aprendizaje. Coordinador de la colección de materiales para E.S.I de la Obra Don Orione- Editorial Santillana.

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