Aprovechando los días de receso escolar que nos posibilitan salir de la vorágine diaria que nos impone lo urgente, los invitamos a profundizar la reflexión acerca del segundo desafío que el Papa Francisco nos propone en el Pacto Global Educativo: “la escucha a las nuevas generaciones”.

Sin ánimo de spoilear, mientras leía los artículos para pensar estas palabras iniciales, algunas reflexiones generaron en mí nuevas preguntas sobre mi propia experiencia docente que quisiera compartirles, esperando generen en Uds. otras.

La primera, es más general y motivó la idea de trabajar en estas próximas publicaciones los distintos desafíos del Pacto: ¿en cuánto responde mi práctica docente al desafío propuesto por el Papa? y, en particular, ¿cuánto escucho a mis estudiantes? y ¿en cuánto incide esta escucha?; porque podría ser “el docente piola” con el cual se puede hablar pero que, sin embargo, eso no impacte en lo más mínimo en mi tarea o, en el otro lado de la cuerda, que solo esté dispuesto a desarrollar lo que, a mi entender, “les resulte más interesante”.

La escucha es una actitud fundamental a la hora de planificar, me permite diseñar las actividades y tener en cuenta los aspectos a profundizar, generar lugares de encuentro entre la realidad que se vive y los contenidos a desarrollar, posibilitar espacios de reflexión, ahondar en los puntos conflictivos, favorecer el cambio, facilitar el desarrollo las competencias necesarias para afrontar la realidad que se vive y linkear con cada proyecto de vida.

La escucha siempre es contextualizada, no juzga ni clasifica, sino que permite comprender y encarnar los saberes en la realidad; permite generar espacios de encuentro, no solo en lo “personal” para conocer a quien tengo enfrente sino en lo “pedagógico” para encontrar los mejores caminos para llegar a buen puerto, en otros términos posibilitar andamiajes y aprendizajes significativos.

Incorporar la escucha como parte de nuestro hacer implica cambiar la manera de pensar nuestras clases, generar el espacio de la escucha es animarse a dialogar y hacerlo en un campo a veces desconocido, es dejarse interpelar y sorprender, es prepararse a no tener respuestas y disponerse a buscarlas juntos, es ponerse en el lugar de aprender y no solo en el de enseñar.

Hoy a la mañana me entrevistaron para una publicación hispanoamericana, al concluir la entrevista me preguntaron ¿Cuál sería el mejor centro educativo?, no espera la pregunta y, por ende, no tenía preparada la respuesta, dije lo que me vino a la mente, lo que me salió de adentro: el mejor centro educativo es el que da respuesta la realidad en el que está, el que enseña en el contexto en el que está inserto, el que se encarna en su realidad y enseña lo que esa comunidad necesita para su mejor desarrollo. Obviamente, para eso es necesario escuchar.