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Novedades

El eco temporal del Evangelio

La Argentina cumple 40 años de democracia. Convencido de que ella “será más eco del Evangelio si los católicos nos involucramos más” monseñor Santiago Olivera nos sitúa en las enseñanzas del Magisterio, y el compromiso que puede generar. Una antesala a las contribuciones de este número y a los desafíos que el tema plantea en la actualidad para las aulas.

Escribir unas páginas sobre los 40 años de democracia que estamos celebrando, no deja de ser una alegría, pero también un desafío. Quiero escribir desde la experiencia de haber sido testigo de ella y, a la vez, como Pastor de la Iglesia. Una Iglesia a la cual le podemos adjudicar errores -sabemos de su realidad humana/divina- pero no podemos dejar de ver que su labor, en favor de la democracia, fue de suma importancia. 

Decía lo de ser testigo porque tuve la gracia, por ejemplo, de compartir mis años de seminario y años de mi ministerio sacerdotal con monseñor Laguna, uno de los actores fundamentales para el diálogo en favor del retorno de la democracia. Pastor valiente y de corazón amplio, que no supo escatimar los desafíos y se vinculó con unos y otros para lograr el cometido de la Iglesia, el cometido que la sociedad ya empezaba a pedir: democracia.

Como pastor de la Iglesia, me gusta situarme en lo que el mismo Magisterio enseña y me parece una expresión tan clara: “la democracia es el eco temporal del Evangelio”. Y estoy convencido que será tanto y más “eco” del Evangelio si los católicos se involucran más en ella, si nos involucramos más con ella, si desde la “voz” que nos da el voto hasta los que tienen vocación para la vida política, no claudican de su condición de bautizados, sea en el “cuarto oscuro”, sea al “asumir el cargo para el que fueron elegidos”.

Desde estas dos aristas- lo que nos enseña la Iglesia de la Democracia y el compromiso que ella nos suscita a todos- quisiera compartirles este eco personal en el aniversario que estamos celebrando, con la gratitud al saberme convocado para escribir estas líneas.

Una voz profética

La Iglesia tiene la misión- dada por Jesús- de ser profeta, anunciar la buena noticia y denunciar todo atropello de ella, es decir “dar razones de esperanza a los hombres y no callar lo que atenta a su vida y dignidad”. Y, en los años que precedieron a la democracia, no fue la excepción. De lo mucho que hizo y dijo, quisiera traer a la memoria, una publicación del año 1981 «Iglesia y Comunidad Nacional».

En esta parte del Magisterio, que sería muy amplio citar todo, me pareció un buen aporte, recordar la reflexión de los obispos en Argentina, en un contexto que implicaba un gran desafío y una gran valentía, no solo para reconocer lo que había que decir sino, también, decirlo y darlo a conocer. Cuando les hablaba de los aportes de la iglesia, es justo reconocerle a los hombres y mujeres que, fieles al Evangelio, sin convalidar la violencia en ninguna de las partes enfrentadas, supieron ser voz y acción para acercar las partes, generar diálogo y encuentro, trabajo artesanal y de “hormigas”, pero con una fe y esperanza puestas en Aquel que sabe de los triunfos, cuya antesala es la cruz, pero no vence ésta sino la vida y la paz. Celebro a esos testigos. He citado a monseñor Laguna, pero cuántos más hubo, algunos conocidos, de otros tantos lo sabremos en el Cielo.

“Iglesia y Comunidad Nacional” tiene aportes sobre la democracia, que en ese entonces se presentaba como un anhelo. Para que pudiera ser restablecida presentaba algunas pautas, tal cual lo expresa el punto inicial para empezar a hablar, propiamente, de la democracia: 

Ante la difícil tarea de restablecer la democracia, señalamos algunas condiciones esenciales para que ella pueda alcanzarse en plenitud

Estos requisitos particulares se ven como imprescindibles para que la Democracia sea más parecida al bien que buscaban los griegos en su origen y sea, más aún, ese eco del Evangelio que- como Iglesia- valoramos.

Son muchos los puntos referidos a esto, pero me gustaría citar algunos:

La mayoría tiene el derecho de gobernar y decidir el rumbo político de la Nación, y la minoría o las minorías tienen el derecho de disentir con ese rumbo y proponer caminos alternativos. La mayoría debe respetar a la minoría en la libre expresión del disenso. La minoría debe respetar a la mayoría en su derecho a la conducción sin una oposición sistemática a la tarea de gobierno en bien de todo el país. Las actitudes de una y otra deben estar siempre subordinadas al bien común.  

Escrito hace más de cuarenta años, creo que sigue siendo un desafío actual la capacidad de escucha y de dejar de lado todo desprestigio de la “voz” del que piensa distinto. No podemos catalogarnos con calificativos tan dañinos como “vende patria”, “cipayo”, etc.  ni tampoco adjudicarse, nadie, ser los únicos “centinelas de la Patria”. La democracia se construye, o mejor, se solidifica y crece, es más fiel a lo que ella es, tanto y cuanto nos sepamos escuchar, valorar, disentir incluso; pero sin enemistades absurdas cargadas de odio. 

La separación y el equilibrio de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, que la Constitución consagra, deben tener vigencia permanente y efectiva, evitando la indebida injerencia de un poder en otro y favoreciendo el juego libre y el mutuo control entre sí.

Creo que no queda mucho comentario para hacer, la tentación latente de injerencia en los Poderes debe ser vencida sabiendo que la democracia necesita de esa sana independencia de estos. La capacidad de quienes integran los mismos debe estar investida de una conciencia clara y fuerte de que se tiene en sus manos, ni más ni menos, un tesoro grande que se conquistó con la vida de muchos, tesoro llamada democracia.

¿La democracia soy yo?

Para presentar la segunda arista, con la que concluiré la presentación, quiero citarles esta expresión del filósofo francés Henri Bergson:

“El sentido o sentimiento de la democracia, por su propia naturaleza, es un sentido o sentimiento evangélico, el poder que la anima es el amor, su esencia es la fraternidad, su verdadera fuente es la inspiración evangélica”. 

Aquí la misión es nuestra, no soy la democracia, en el sentido de que ella pueda identificarse con algún líder o ciudadano en particular, pero sí está en nuestras manos el cuidado de la misma y que se fortalezca cada vez más. 

“El sentido o sentimiento de la democracia, por su propia naturaleza, es un sentido o sentimiento evangélico, el poder que la anima es el amor, su esencia es la fraternidad, su verdadera fuente es la inspiración evangélica”.

Tenemos que ser conscientes que, para que la democracia, nuestra democracia “goce de buena salud”, debemos asumir lo que los obispos nos decían también:

La democracia en la Argentina, por su tradición, exige también un alto grado de conciencia nacional, que signifique resguardar nuestra cultura y valores tradicionales sin cerrarnos por eso a los valores universales legítimos. La grandeza nacional es un objetivo legítimo de nuestra democracia, pero no para pretender ninguna hegemonía internacional sobre otras naciones, sino para cumplir una misión de servicio, proporcionada a nuestras posibilidades y aptitudes en el concierto de las naciones.

Imagino aquí, y disculpen, si es una banalidad, pero si el ímpetu y el grado de participación con el que vivimos el último mundial de fútbol, lo volcásemos también, en nuestra responsabilidad con la democracia, imagino que haríamos maravillas de nuestro país.  Creo que eso es posible. Animémonos a hacerlo.

Siguen los obispos: “La democracia que exige una participación personal, consciente y comprometida, debe preocuparse por la creciente educación cívica de sus ciudadanos, para que no sean muchedumbres gregarias, sino pueblo responsable”. 

Este gran desafío visto por los obispos, lamentablemente, sigue siendo aún hoy una necesidad impostergable. Hace unos días leía una entrevista a un intelectual de nuestro país que expresaba lo siguiente:

Lamentablemente, se ha ido promoviendo (moviendo hacia adelante, no hacia arriba) a nuestros muchachos y chicas facilitándoles el paso de año a año, de ciclo a ciclo, sin atender a desarrollar su persona y capacitarlos como ciudadanos. Sarmiento decía: “Arriba, la Constitución como tablero, y abajo la escuela, para aprender a deletrearla”. ¿Cómo se forman ciudadanos democráticos sin apelar a la base constitucional? Es pasmoso el gradual empobrecimiento sistemático al que se somete a nuestros alumnos. Es como irlos desnudando y desnutriendo por grados, y decirles, mentirosamente, que están creciendo y fortificándose. La mitad, como se sabe, al egresar del secundario, no puede entender lo que lee; además de no poder expresar una breve exposición oral fluida. Pero, eso sí, tiene asegurado el ingreso a la universidad, en la que está prohibida por ley toda forma de examen inicial de selección. Solo egresará el 50% de los ingresados, y a los que egresan se les ha facilitado su avance con tres o cuatro recuperatorios por parcial. Una miserable y engañosa gimnasia que consiste en debilitar los músculos en lugar de tonificarlos. Se logra ciudadanos manipulables, sin capacidad de reacción.

La democracia ha hecho mucho en favor de la educación, sería muy ingrato no decirlo, pero creo que estamos siendo testigos de esto que expresa Barcia en esta entrevista. Es una alerta que, creo también, estamos a tiempo de cambiar el rumbo. Necesitamos ciudadanos comprometidos, creemos que el Evangelio tiene luz y fuerza para marcar el camino y dar los elementos y la valentía de transitar ese camino que señala.

Conclusión

Mirar estos 40 años es una buena oportunidad para preguntarnos y descubrir, ¿en qué estado estamos? ¿Cómo está nuestra democracia?, ¿cómo está nuestra participación?, ¿Cómo estamos viviendo y cómo debemos participar mejor para todos los asuntos que hacen al bien común?     

Bibliografía

Iglesia y Comunidad Nacional 117 (en adelante citaremos ICN). Idem N119.  Idem N 120. Idem 130.Idem 131.

J. Maritein en “El Cristianismo y la democracia” – recomiendo su lectura, son unas páginas de muy rico contenido reflexivo en torno a la democracia. Cito: “No solamente el espíritu democrático procede de la inspiración evangélica, sino que además no puede subsistir sin ella. Para conservar la fe en la marcha hacia adelante de la humanidad, a pesar de todas las tentaciones de desesperar que nos proporciona la historia, y singularmente la historia contemporánea; para tener fe en la dignidad de la persona y en la humanidad común, en los derechos humanos y en la justicia, es decir, en valores esencialmente espirituales; para tener, no de un modo formal, sino en realidad misma, el sentido y el respeto de la dignidad del pueblo, que es una dignidad espiritual que se revela a quien la sabe amar; para sostener y avivar el sentido de la igualdad sin caer en un igualitarismo nivelador; para respetar a la autoridad, sabiendo que quien la detenta no es más que un hombre, como aquellos a quienes gobierna y que la tiene su cargo debido al consentimiento o a la voluntad del pueblo, de la que es vicario o representante; para creer en la santidad del derecho y en la fuerza de la justicia política, real aunque a largo plazo, ante los triunfos escandalosos de la mentira y de la violencia; para tener fe en la libertad y en la fraternidad, hace falta una inspiración heroica y una creencia heroica que fortifiquen y vivifiquen la razón y que nadie excepto Jesús de Nazaret ha incitado en el mundo”

https://www.lanacion.com.ar/ideas/pedro-luis-barcia-la-grieta-se-ha-socavado-con-pala-ideologica-y-con-adoctrinamiento-escolar-nid18032023/

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