Una recapitulación de la charla con Carlos Hoevel, en el conversatorio coordinado por Joaquín Viqueira y Mariana Fuentes sobre: “La identidad de la escuela católica para una cultura del diálogo” organizado por la Vicaría de Educación del Arzobispado de Buenos Aires y el Consudec, la mañana del 9 de febrero de 2023.
Tenemos en la Iglesia de nuestro país estructuras educativas importantes, pero mucho de lo que está por debajo de esas estructuras es un suelo que ya no está arado, que está duro y- en muchos casos- congelado, que debemos remover y labrar nuevamente
Para vivir nuestra identidad, no se trata entonces de ponernos en primera instancia, como directivos o como docentes, a defendernos frente a los alumnos o frente a los padres, de determinadas ideas que no admitimos como escuela católica, por ejemplo, la ideología de género.
Es obvio que entre la ideología de género y la doctrina católica no hay compatibilidad posible, por lo menos en sus versiones radicalizadas que pretenden difundir una concepción antropológica totalmente opuesta a la cristiana. Pero, aunque habrá situaciones especiales en que tendremos que ponernos firmes, no puedo ir directamente con el Catecismo y tirárselo por la cabeza a mis alumnos. Evidentemente, yo mismo me ideologizo si entro en ese combate de ideas sin antes labrar el suelo y empezar a reconocer la experiencia humana que tenemos en común. Me parece que ahí está el punto. Te pasa no solo con los chicos, sino también con los padres y, si sos directivo, con tus propios profesores, que muchas veces vienen sin esa labranza de la tierra, sin esa conciencia de su propia experiencia humana o cristiana. Entonces tengo que empezar muy abajo, desde esa experiencia humana que no relativiza los principios ni huye de la defensa de las verdades de nuestra fe frente a las ideologías que hoy la cuestionan, pero que permite redescubrirlas desde un nuevo comienzo real, desde una apertura humana y vital a lo verdadero.
Invernadero de plantas nativas
Joaquín Viqueira: ¿En qué medida los conocimientos, palabras y testimonios de los docentes favorecen este llamado del documento “a educar en una identidad católica para la cultura del diálogo”?
Carlos Hoevel: Cuando comienzan las clases, todos los que salimos al escenario del aula sentimos esa misma especie de miedo escénico que nos pone cada año en idéntica situación de precariedad, de fragilidad en el punto de partida.
Este temor, nos da la oportunidad de hacer un trabajo importante: el de volver a recordar por qué estamos por pisar el escenario de esa aula, de dónde salió por primera vez el impulso que nos llevó a dedicarnos a la educación y qué es lo que hoy me mueve a volver a hacerlo.
Este aspecto de la memoria, del recuerdo, es una toma de conciencia que me ayuda a concentrarme en lo esencial y a evitar muchos de los problemas que sufrimos en la docencia actual debido a la dispersión o al activismo vacíos que finalmente derivan en la desmotivación o la depresión docente y en el desinterés o la apatía de los alumnos. Por ejemplo, si me aboco a la planificación, a los problemas tan arduos de cómo manejar la disciplina o cómo llevar adelante mi relación con los directivos, o con los padres, sin la fuerza que me da un afecto, un atractivo último en mi tarea, puedo caer en una dispersión mental y afectiva. Entonces es muy importante volver a recordar para qué y por qué estoy aquí, reconocer lo que impulsa todo; es decir, las exigencias potentes de mi corazón que, como sabemos, en sentido bíblico no significa solo un sentimentalismo.
Ahora bien, en una escuela católica uno espera que quienes están frente a los chicos tengan también un segundo momento de conciencia: la conciencia de la fe. Uno no está solo delante de los chicos, uno está movido por el atractivo último del encuentro vivido con Cristo que lo conmovió, lo fascinó y del cual los chicos son signo viviente. De allí uno sabe que, a pesar de estar quizás físicamente solo en el aula, hay Alguien que me acompaña en esta tarea; ese Alguien es mucho más grande que yo y si permanezco unido a Él, me va a ir abriendo cada vez más perspectivas nuevas, más fecundidad y experiencias inesperadas en mi trabajo docente: de apertura a la realidad, de creatividad, de buena actitud, de empatía con el otro, de recepción a las novedades e iniciativas, que no me podrá dar nunca ni la mejor planificación.
Esta autoconciencia, siguiendo lo que señalaba al principio, no la puedo adquirir solo: se necesita un trabajo comunitario. El directivo, el coordinador de equipo, el maestro está llamado, por la naturaleza propia de su actividad, que además de docente es humana, a encontrarse con los otros, no solamente para planificar clases y acciones, sino sobre todo a practicar y compartir juntos, cotidianamente, periódicamente, este ejercicio de autoconciencia sobre la propia experiencia humana que es a la vez personal y comunitaria. Lo que hacemos y lo que vivimos como educadores y como personas nos impulsa, casi diría nos lleva necesariamente, a buscar el modo de encontrarnos en un nivel más profundo que el de las dos palabras que cruzamos en la sala de profesores.
Todos sabemos que la Iglesia -y la escuela católica forma parte de ella- está constantemente inspirada por el Espíritu de Cristo que abre la inteligencia, la creatividad y la afectividad en cada persona. Pero nos perdemos mucho de lo que podríamos recibir del Espíritu si intentamos hacerlo todo solos, individualmente, sin la comunicación con los demás: es a través de la mediación, de la presencia de los demás, como ampliamos y potenciamos mutuamente nuestra capacidad de recepción y también de acción. De hecho, Cristo fundó una comunidad porque, si bien Él nos inspira interiormente a través de su gracia, iluminando nuestra inteligencia y nuestras ganas de hacer cosas, el camino que elige para acompañarnos, educarnos, es fundamentalmente el del encuentro con otras personas, tanto dentro como fuera de la comunidad cristiana.
En tantas escuelas vemos que al principio hay muchas iniciativas, pero que poco a poco se van apagando. Entonces decimos “¿Cómo? Con toda la cantidad de métodos pedagógicos, de materiales, instalaciones y de tecnologías aplicadas por docentes talentosos y capaces, ¿Por qué los chicos no se interesan por nada?”
La respuesta creo que es: porque no ven o porque no está encendido el fuego. Muchas veces esto sucede en escuelas laicas y en escuelas católicas que tienen incluso espacios establecidos formalmente para el “encuentro personal” o el “encuentro pastoral” pero que no son vividos auténticamente por las personas desde una experiencia de entrega de unos a otros verdadera y libre. Por ello una pregunta más humilde que me hago es: ¿Dónde hay alguien, aunque sean uno o dos -docentes o alumnos- que me están necesitando, o esperando, y yo quizás también, aunque no me de cuenta, los estoy esperando y necesitando a ellos, para recorrer juntos un camino de acompañamiento y de ofrecimiento mutuo del propio yo, que nos permita profundizar la conciencia de nuestra común experiencia humana y de nuestra fe que es, en definitiva la fuente de la fuerza y de la luz para la vida y también para la tarea docente?
Creo que, si estamos atentos, en el lugar que nos toque, a iniciar con otros un movimiento así, aunque nuestra planificación no sea tan perfecta, seguramente vamos a suplir con creces esas carencias con las capacidades nuevas que nos va a dar este fuego encendido que llevamos adentro y que ofrecemos como regalo a los demás.
Carlos Hoevel
Carlos Hoevel es Doctor en Filosofía (UCA) y M. A en Ciencias Sociales (Universidad de Chicago). Miembro de Número de la Academia Nacional de Educación. Profesor de Historia del pensamiento político y económico y de Filosofía de la Educación en la UCA. Director e Investigador del Centro de Economía y Cultura de la misma Universidad. Profesor de Filosofía Social y miembro de la Junta de Gobierno de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino.