Llegamos al final de un año en el que afrontamos la vuelta a clase, masivamente, en forma presencial luego de una pandemia que no termina de dejarnos, con nuevos rebrotes que de alguna manera nos vuelven a crear incertidumbre.

Hemos enfrentado en nuestras aulas los efectos del tiempo de aislamiento en nuestros estudiantes y en nosotros mismos.

Por mi parte, fueron ocho meses en el que me he propuesto acompañar a las distintas comunidades educativas y favorecer la reflexión a la luz del desafío de poner en práctica el Pacto Educativo Global al que el Papa Francisco nos ha convocado y que queremos hacer carne en nuestras escuelas desde nuestra propia identidad.

Tuve la oportunidad de compartir con algunos de Uds encuentros y reuniones con el propósito de reconstruir un CONSUDEC que represente las necesidades y acuerdos de todos, respetando la autonomía propia de cada junta diocesana y cada Consejo de Educación Católica a nivel provincial e invitándolos a formar parte de un organismo federal.

En un trabajo conjunto, en una Iglesia sinodal que reconoce la diversidad de carismas como un valor, hemos iniciado un diálogo hacia un pacto educativo argentino convocando a distintos actores de la sociedad civil para poner a la educación en el centro y buscar consensos que nos permitan proyectarnos hacia el futuro, en el marco del llamado realizado por la Comisión de Educación de la Conferencia Episcopal Argentina.

En este contexto, hemos proyectado el próximo Curso de Rectores en cuatro sedes con el objeto de estar más cerca de las necesidades de los docentes de cada región del país y recabar la opinión de cada uno de ellos.

Esta última revista del año quiere, en parte, reflejar este trabajo y seguir profundizando la reflexión sobre los desafíos actuales de la educación argentina.

Que cercanos a vivir la Navidad, nos dejemos renovar por la Buena Noticia y seamos en nuestras comunidades educativas, discípulos misioneros que transmitan la alegría y la esperanza que nos trae el Niño que nace.