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Adviento: Una memoria que suscita esperanza

El cuento de Navidad de Charles Dickens comentado por el cardenal Joseph Ratzinger en una de sus meditaciones de los años ‘80.

En una de sus historias de Navidad, el escritor inglés Charles Dickens narra la historia de un hombre que perdió la memoria del corazón. Es decir, el hombre había perdido toda la cadena de sentimientos y pensamientos que había atesorado en el encuentro con el dolor humano. Tal desaparición de la memoria del amor le había sido ofrecida como una liberación de la carga del pasado. Pero pronto se hizo patente que, con ello, el hombre había cambiado: el encuentro con el dolor ya no despertaba en él más recuerdos de bondad. 

Con la pérdida de la memoria había desaparecido también la fuente de la bondad en su interior. Se había vuelto frío y emanaba frialdad a su alrededor. 

Es que:  Memoria y esperanza forman una unidad indisoluble. Quien ha envenenado el pasado, no da esperanza, sino que destruye las bases anímicas de la esperanza. A veces la historia de Charles Dickens se me antoja como una visión de las experiencias del presente. 

En efecto: a ese hombre a quien se le ha borrado ¿la reencontramos acaso en una generación a la que una determinada pedagogía de la liberación le ha envenenado el pasado y, con ello, convencido de que no hay esperanza? Cuando leemos con cuánto pesimismo mira una parte de nuestra juventud hacia el futuro, nos preguntamos de qué dependerá. 

¿Le faltará, en medio de la superabundancia material, el recuerdo de lo humanamente bueno que podría esperarse? Con el desprecio de los sentimientos, con la parodia de la alegría, ¿no habremos pisoteado al mismo tiempo la raíz de la esperanza?

Con estas reflexiones entramos directamente en el significado del tiempo del Adviento cristiano. En efecto: Adviento designa justamente la conexión entre memoria y esperanza que el hombre necesita. El Adviento quiere despertar en nosotros el recuerdo propio y el más hondo del corazón: el recuerdo del Dios que se hizo niño. Ese recuerdo sana, ese recuerdo es esperanza. 

En el año litúrgico se trata de recorrer una y otra vez la gran historia de los recuerdos, de despertar la memoria del corazón y, de ese modo, aprender a ver la estrella de la esperanza.

Los recuerdos personales se alimentan así de los grandes recuerdos de la humanidad… El que los hombres puedan creer depende también de que, a lo largo de su camino vital, hayan ganado apego a la fe en que la humanidad de Dios se les ha manifestado a través de la humanidad de las personas. 

Las fiestas cristianas son más que tiempo libre, y por eso son tan indispensables: si abrimos los ojos para contemplarlas nos encontramos en ellas con lo totalmente otro, con las raíces de nuestra historia, con las experiencias primordiales de la humanidad, y, a través de ellas, con el amor eterno, que es la verdadera fiesta del hombre. 

Fuente: Capítulo traducido al castellano del libro “El resplandor de Dios en nuestro tiempo” Herder 2008.

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