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Novedades

Un largo camino

Reflexiones acerca de la inclusión educativa desde las voces de las personas con discapacidad: el modelo social de la discapacidad.

En los primeros meses de este año se inició en Argentina una convocatoria a la participación para consultar de modo federal acerca de una nueva ley de Discapacidad que reemplace a la actual, que data de la década del 80’. Esta consulta federal, según expresa la Andis en su página, convocó a «la sociedad civil, personas con discapacidad y sus familias, las organizaciones de y para personas con discapacidad, organismos públicos cuyas competencias funcionales se vinculen con la temática, sindicatos, universidades y todos los sectores…». Es relevante mencionar la importancia que tiene la propuesta, en tanto nueva perspectiva en la cual se posicionaría esta nueva ley, aún así esto no es suficiente a la hora de implementar las políticas públicas para las personas con discapacidad.

Años de luchas han llevado adelante para el reconocimiento de sus derechos, a través de las organizaciones de y para las personas discapacidad, quienes por momentos vislumbran una esperanza, pero todo sigue en un como sí. Hablar de inclusión resulta ser un largo camino, que muchas veces se juzgará inalcanzable.

Me puse en diálogo, mediante una investigación para la Maestría en Trabajo Social, de la Universidad Nacional de Entre Ríos– con diez jóvenes con discapacidad intelectual, quienes se expresaron dolorosamente, en algunos momentos, sobre sus transitares en diversos espacios institucionales tanto educativos como laborales. Ello me posibilitó revisar las perspectivas y los modos de la inclusión, haciendo recorridos de lecturas y escuchas de los posicionamientos de las personas con discapacidad al respecto, como también de otras/os actores institucionales, posibilitándome también repensar la importancia de la perspectiva histórica, ya que en el accionar tanto individual como colectivo se siguen posicionando en el modelo médico hegemónico, marcando la situación de enfermedad, trastorno, déficit, falta, falla y cuanta acepción podemos mencionar acerca de quién transita esa condición. Esta perspectiva ubica a la persona con discapacidad desde el lugar de necesitada y que por lo tanto debería ser atendida por otro/a. Esta imagen de la persona en condición de enfermedad estaría impedida de asumir responsabilidades y derechos, por lo tanto, se puede interpretar que su condición le resta posibilidades y expectativas en su vida personal, social, laboral. Considero que es relevante poner en cuestión y desnaturalizar este modelo que ha tenido efectos muy significativos en el campo de la educación y consecuentemente en el ámbito laboral. Es notable en este escenario realizar un análisis de la realidad institucional y de las personas con discapacidad, pensando y poniendo en el tapete las condiciones en que se encuentran en todo el territorio argentino, particularmente en la provincia de Entre Ríos.

Cada uno de los diez relatos, compuso una trama múltiple de imágenes cruzadas en torno a las experiencias de jóvenes con discapacidad que desean, imaginan, transitan y sueñan, que sufren porque no entienden muy bien los porqués de sus circunstancias. Se sienten en comodidad y resguardo, pero también incomodidad y desesperanza con los acompañamientos y con lo que no se hace por la inclusión de «gente como nosotros/as», saben que hay que hacer muchas reformas, adaptar lugares y espacios, y saben que faltan decisiones y políticas más que recursos. Se manifiestan agradecidos/as de los vínculos y reconocimientos, pero demandan más, otras cosas, mayor acompañamiento para las autonomías y demandan claramente que ese reconocimiento no sea simbólico, reclaman acceder a sus derechos para que las posibilidades de independencia no sea un horizonte tan lejano. Podría decir que los relatos son expresiones enormes de deseos y potencia, donde las limitaciones que se perciben son las propias de contextos de incertidumbres, más que las limitaciones que muchas veces se cristalizan en los modos de ser y estar en el mundo singulares. Sobrevuela en cada uno de los diálogos esa suerte de sabor amargo de no saber si algún día llegará esa posibilidad de lograr sus derechos de inclusión. En las expresiones de algunos/as jóvenes con quienes conversé, surge la necesidad de aprender a leer y escribir como un deseo y demanda concreta a las instituciones y sus propuestas. Ese deseo aparece como pendiente o como imposibilidad y muchas veces atravesados por ciertos dolores, ya que lo vivencian como un obstáculo real y motivo de potenciales exclusiones de los ámbitos laborales y sociales. Para algunos/as ese deseo/demanda debe resolverse allí en las mismas instituciones educativas, es allí donde debe enseñarse a leer y escribir, además enseñar contenidos de matemática, lengua, aprender colectivamente los diversos contenidos que se enseñan en los ámbitos educativos. Algunos/as de quienes entrevisté han manifestado los problemas para estar incluidos/as porque dicen ser conscientes que se miran las dificultades y no pueden ver otras salidas, sólo permanecer en relación al ámbito educativo, como un modo de protección, que al mismo tiempo implica ser reconocidos/as, valorados/as y queridos/as en sus personas, aun cuando se dan algunas resistencias para aceptar que personas con discapacidad estén incluidas en algunos espacios educativos.

En cada uno de los diálogos, con cierta crudeza y con voz alta se producen denuncias sobre la inclusión, como un discurso que «se habla y se dice mucho» como una expresión política en ciertos espacios y momentos pero que no se puede visualizar ni efectivizar en forma cotidiana. Parece ser que la inclusión es una promesa que para lograrla en la cotidianeidad es necesario que cada uno/a se adapte, se relacione con quienes tienen acceso al poder y de ese modo posibiliten la inclusión. Se la ve como algo lejano, difícil de acceder porque para la inclusión parece ser que es necesario tener algunas condiciones, entonces deja de ser un derecho para todos/as. Pareciera que la inclusión no fuese posible si no es en relación con otros/as cercanos, que comprenden y esperan que la situación de las personas con discapacidad sea de un modo activo y se incluyan en la vida social de la comunidad en la cual viven. Aceptar la diferencia se torna un desafío en el que todos/as nos encontramos inmersos, para que ello se realice de modo hospitalario, amigable, de aceptación, posibilitando convivir con la diferencia. Esto seguramente seguirá llevando muchos procesos de cambios, transformaciones y aceptaciones a quien sea diferente. Sé también que no es tarea fácil y que conlleva la libertad de cada uno/a para realizar este trabajo de reflexión, análisis y acciones colectivas que signifiquen el logro de cambios y, por tanto, beneficios colectivos. Una simple expresión de una lógica perversa es la que cada día muchos/as intentamos cambiar y transformar como derechos de todos/as porque se trata de brindar oportunidades de acuerdo a las posibilidades de cada uno/a. Por ello es tan importante que la inclusión se nos vuelva familiar, cercana, posible, porque significa que todos/as tenemos las oportunidades para acceder a diferentes espacios considerando las habilidades o los deseos que lleva cada persona. Una de las entrevistadas manifiesta que en la institución educativa a la cual concurre actualmente logró que la acepten, así como dice con voz baja, «en otra escuela no le iban dejar estar por la capacidad que tiene». Habla de un tipo, de otra escuela, «en esa, a ella no la aceptarían». En ese ir y venir de nuestro diálogo, ella expresa que «en realidad a veces, algunas personas no la aceptan».

 Mirando las circunstancias y situaciones de las instituciones, organizaciones gubernamentales, empresariales y la ciudadanía, es de vital importancia que se pueda analizar y poner en práctica a través de estrategias, la cuestión de las adaptaciones para la inclusión. Implica profundizar el diálogo con las personas con discapacidad y actores de las diversas organizaciones para que puedan aportar sus ideas, pensamientos y perspectivas a fin de lograr la inclusión en diferentes espacios, pero que al mismo tiempo ello signifique las adaptaciones reales de los ambientes a través del compromiso, aplicación y ejecución de normativas y políticas de inclusión.

Expresiones de deseos de inclusión manifestadas por las personas entrevistadas me provoca pensar cuánto se juega en ese discurso, esa delgada línea entre el logro de un espacio adaptado para brindar posibilidades y el acoger a ese otro/a que desea estar incluido/a y aquello que se juega en la compasión y atención a ese otro/a que no puede desarrollarse en el ámbito educativo, social, laboral. Lo cierto es que no es a fuerza que se logra la inclusión sino como procesos libres de acogida, hospitalidad y recibimiento.

No es a fuerza que se logra la inclusión sino como procesos libres de acogida, hospitalidad y recibimiento

Paralelamente en este intersticio de posibilidades se incluye al Estado como posibilitador de la inclusión, pero contradictoriamente parece ser que las políticas de inclusión quedan a la deriva y en manos individuales que podrían tomar decisiones para conceder el otorgamiento de recursos para posibilitar esas inclusiones. Aquí se juegan las políticas de inclusión que han facilitado y otorgado derecho a las personas con discapacidad para ser incluidos/as en diferentes ámbitos y espacios sociales.

Es una tarea necesaria a arremeter como responsabilidad de la Política Pública, habiendo firmado el Estado argentino acuerdos internacionales, avaló y convirtió en ley la Convención Internacional de Derechos de las Personas con Discapacidad[1], para la concreción de estas necesidades instrumentales. Entonces cabría preguntarnos ¿Qué responsabilidad les cabe a las instituciones educativas en la implementación de estas políticas? justamente, y tal vez acrecentando la lucha cotidiana de reclamar y reclamar, de implementar proyectos que articulados con otros ámbitos gubernamentales garanticen el acceso a herramientas para que se posibilite esos procesos de enseñanza y aprendizaje.  Es necesario expresar que la política pública educativa, fuera de la «clave de derechos» no podría garantizar los derechos para las personas con discapacidad. Aplaudimos esta iniciativa, que propiciaría un giro de perspectiva a través del cambio normativo, aun así, sería recomendable que este cambio sea real en término de acceso y cumplimiento de los derechos de las personas con discapacidad y no sólo como expresión de buenas intenciones.

 

Sandra Salina

Magister en Trabajo Social. Profesora de Educación Superior en esta área. Socia fundadora de la Asociación Educativa Integral para personas con Discapacidad. Docente, investigadora, de la Facultad de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Entre Ríos.

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