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Llegó la hora de trabajar en conjunto

“¿Qué papel les compete a las familias en la educación? ¿Cómo hacemos realidad ese vínculo social de familia y escuela?” Preguntas que abren al diálogo en esta colaboración de Cecilia Sturla, directora del Instituto Familia y Vida de la Universidad Católica de Salta.

 “La escuela es un espejo cóncavo de la sociedad, que refleja, ampliándolas y a veces dándoles la vuelta, sus potencialidades y virtudes junto a sus ineficiencias y vicios. Pero, antes que nada, la escuela, de todo tipo y grado, es uno de los grandes “bienes comunes” de nuestra sociedad. Es allí donde se unen las generaciones y donde se mezclan los saberes, donde aprendemos a gestionar nuestras frustraciones, donde hacemos amistad con nuestras limitaciones y las de los demás, y donde aprendemos que la cooperación y la competición pueden y deben convivir. Es el lugar donde descubrimos que existen reglas anteriores a nosotros, que no son un “producto” nuestro. Es donde nos hacemos mayores. Donde aprendemos la poesía.”

(Luigino Bruni)

La realidad nos golpea fuerte. Según los indicadores de “Argentinos por la Educación”, sólo el 16% de los argentinos terminan su educación escolar en tiempo y forma. Y según el informe, los especialistas proyectan que los resultados serán peores porque comprenderán los años del impacto de la educación remota como consecuencia de la pandemia.

Sin embargo, los argentinos tenemos una carga de resiliencia importante. Sabemos que podemos salir de esta emergencia educativa cuando vemos algunas realidades plasmadas en aquellas almas nobles que no sólo confían que la educación es el motor de todo desarrollo, sino que le ponen el cuerpo y salen todos los días a izar la bandera en lugares tan remotos como la Puna, la Patagonia profunda, los barrios inmersos en la más pura pobreza tanto del conurbano bonaerense como de los lugares más alejados de las capitales provinciales. Y cuando esa motivación va unida a políticas públicas que consiguen salir del clientelismo político e ideológico, las cosas realmente mejoran.

¿Pero qué papel les compete a las familias en la educación? ¿Cómo hacemos realidad ese vínculo social de familia y escuela?

Podemos teorizar al infinito sobre el tema. Podemos decir de lado de las familias, que como el sistema educativo es muy pobre, el nivel de los docentes es bajo y que por ello no salimos adelante. A su vez, las instituciones educativas pueden decir que el nivel de atención de los padres a sus hijos es deficiente y que los padres exigen a las escuelas lo que ellos mismos no son capaces de hacer. Y siempre la responsabilidad la tienen otros.

Lo cierto es que todos debemos hacernos cargo. Ante tantos factores de riesgo sociales que tenemos los argentinos sobre la mesa diaria, sumarle el no hacerse cargo de lo que nos compete a cada uno, atrasa todo al infinito.

Ni la familia puede todo, ni las políticas educativas pueden todo. Eso es un hecho. El hombre es un ser relacional, por lo tanto, la felicidad no va a estar en la individualidad ni de los proyectos, ni de las personas. Si cada uno piensa en su propio beneficio o en el beneficio de su negocio, más tarde o más temprano pagamos el precio. El hombre es un ser social por naturaleza y es justamente esa sociabilidad natural la que nos lleva siempre a pensar que mi felicidad está unida a la felicidad de los demás. Y esto no se da espontáneamente, o por “derrame” sino que, para descubrir el valor de lo social, se precisa la educación de las virtudes civiles, de las virtudes que nos hacen salir de la lógica del intercambio de equivalentes para adentrarnos en la lógica del don y la reciprocidad. Y las virtudes sociales se aprenden en la casa y en la escuela por igual.

Cuando enseñamos que lo más importante es la persona y además a esa persona se lo demuestro con una actitud o acción concreta, allí se produce un cambio. Nuestro problema más acuciante es que queremos que otros solucionen problemas que sólo se solucionan con una vinculación afectiva más profunda. Padres e hijos, maestros y alumnos, varones y mujeres, todos somos personas que necesitamos del contacto, del vínculo con el que podemos reflejarnos y que tiene la enorme capacidad de elevarnos o de aplastarnos.

Sólo cuando pensamos en esas categorías de “bienes comunes”, de bienes que nos competen a todos por igual, es cuando nos hacemos cargo y nos responsabilizamos de la porción educativa que nos compete. Sin dudas la educación es un bien común. Y sin dudas, la educación en valores y la educación afectiva también lo es.

No hay escuela sin padres. No hay padres sin escuela. Y más que “demandar”, llegó la hora de trabajar en conjunto, en alianza. Porque cada persona importa, cada ser humano vale. No nos movemos por “sistemas”: lo que nos moviliza en serio es el que está al lado mío, mi prójimo. Y ese prójimo puede ser mi hijo, una maestra, un maestro, una directora o un director, un padre o una madre. La calidad en los vínculos y en las relaciones interpersonales es lo que nos va a sacar de esta emergencia educativa. No otra cosa.

 

Fuente: Cecilia Sturla es Profesora de Filosofía por la UCA. Trabaja también en la Escuela de Educación de la UCASAL.

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