Pronto se presentará la edición en español de este nuevo libro que recoge el pensamiento del papa Francisco sobre la paz, el armamento y los conflictos en el mundo. Una propuesta para conversar en el aula. Su introducción.
Hace un año, en mi peregrinaje al atormentado Iraq, pude conocer de primera mano el desastre causado por la guerra, la violencia fratricida y el terrorismo, vi los escombros de las casas y las heridas en los corazones, pero también semillas de esperanza de renacimiento. Nunca hubiera imaginado entonces que un año después estallaría un conflicto en Europa. Desde el principio de mi servicio como obispo de Roma hablé de Tercera Guerra Mundial, diciendo que ya la estamos viviendo, aunque a pedazos. Esos trozos se han hecho cada vez más grandes, soldándose entre sí… En este momento hay muchas guerras en el mundo, que causan un inmenso dolor, víctimas inocentes, especialmente niños. Guerras que hacen que millones de personas huyan de sus tierras, de sus hogares, de sus ciudades destruidas para salvar sus vidas. Muchas guerras olvidadas que reaparecen de vez en cuando ante nuestros ojos distraídos.
Estas guerras nos parecían «lejanas». Hasta que ahora, casi de repente, la guerra ha estallado cerca de nosotros. Ucrania ha sido atacada e invadida. Desgraciadamente, muchos civiles inocentes, muchas mujeres, niños y ancianos se han visto afectados por el conflicto, obligados a vivir en refugios excavados en la tierra para huir de las bombas, con familias que se dividen porque los maridos, padres y abuelos se quedan atrás para luchar, mientras que las esposas, madres y abuelas se refugian tras largos viajes de esperanza y cruzan la frontera para buscar refugio en otros países que las reciben con gran corazón.
Ante las desgarradoras imágenes que vemos cada día, ante los gritos de niños y mujeres, solo podemos gritar: «¡Parad!». La guerra no es la solución, la guerra es una locura, la guerra es un monstruo, la guerra es un cáncer que se alimenta de sí mismo, engulléndolo todo. Es más, la guerra es un sacrilegio, que causa estragos en lo más precioso de nuestra tierra, la vida humana, la inocencia de los más pequeños, la belleza de la creación.
¡Sí, la guerra es un sacrilegio! No puedo dejar de recordar la súplica con la que, en 1962, san Juan XXIII pidió a los hombres y mujeres poderosos de su tiempo que detuvieran una escalada bélica que podría haber arrastrado al mundo al abismo del conflicto nuclear. No puedo dejar de recordar la contundencia con que san Pablo VI, dirigiéndose a la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1965, dijo «¡Nunca más la guerra! Nunca más la guerra». O los numerosos llamamientos a la paz realizados por san Juan Pablo II, que en 1991 describió la guerra como «una aventura sin retorno».
Lo que estamos presenciando es una nueva barbarie y, por desgracia, tenemos poca memoria. Sí, porque si tuviéramos memoria, recordaríamos lo que nos dijeron nuestros abuelos y nuestros padres, y sentiríamos la necesidad de paz igual que nuestros pulmones necesitan oxígeno. Si tuviéramos memoria, no gastaríamos decenas, cientos de miles de millones de dólares en rearme, en equiparnos con armas cada vez más sofisticadas, en aumentar el mercado y el tráfico de armas que acaban matando a niños, mujeres y ancianos: 1.981.000 millones de dólares al año, según los cálculos de un importante centro de investigación de Estocolmo. Esto representa un dramático aumento del 2,6% en el segundo año de la pandemia, cuando todos nuestros esfuerzos deberían haberse concentrado en la salud mundial y en salvar vidas humanas del virus.
Si tuviéramos memoria, sabríamos que hay que detener la guerra, antes de llegar al frente, en el corazón.
Portada del libro en su versión italiana