“En la conmemoración de las jornadas de mayo, volvemos a aquellos padres de la Patria quienes, en su gesta, soñaron la bienaventuranza para nuestros pueblos que aspiran a crear ciudadanía”. Síntesis de una homilía del entonces cardenal Bergoglio pronunciada durante su último Tedeum, antes de ser proclamado Papa.
“Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó. ‘¿Cuál es el primero de los mandamientos?’ Jesús respondió: ‘El primero es: Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor, y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que éstos’. (Mt 12: 28) El Evangelio que acabamos de escuchar nos acerca a una situación de repentina pero profunda comunión de sentimientos justo en momentos en los que en torno a Jesús comenzaron a darse muchos desacuerdos en su contra: los del poder de turno, los de los religiosos y de una parte de la multitud que empieza a distanciarse o serle indiferente. Un escriba, por tanto, alguien poco propenso a acordar con el Maestro de Nazareth, se le acerca con curiosidad, más intelectual e inquisidora, a probar su solidez doctrinal. Pero se lleva una sorpresa: no sólo se encuentra con un compatriota que conoce la justicia de Dios, sino que además tiene un corazón noble. Se encuentra con alguien que lo invita a la plenitud: “No estás lejos del Reino de los cielos”. El potencial antagónico se ve enaltecido al mismo nivel de hermandad por pura invitación y estima de aquel corazón noble de Jesús el Maestro, quien le ofrece la comunidad del Reino para su plenitud. Sólo la nobleza de corazón, de un corazón que no puede dejar de amar, tal como lo anuncia el mandamiento sobre el que dialogan, puede tender puentes y vínculos.
Esta fecha patria es un momento propicio para detenernos y preguntarnos por “el corazón, el alma, el espíritu y las fuerzas” de nuestro amor ciudadano y familiar. Ese amor que nos enseña a vivir bien y ayudar en el crecimiento de los otros, que son como nosotros, que merecen el amor como nosotros por ser personas y compatriotas. Ningún sistema o ideología asegura por sí mismo este cuidadoso y justo trabajo político del bien de los otros, de todos nosotros. Para ello hace falta vivir el amor como don preciado e invocado, que inspira la ética y el sacrificio, la prudencia y la decisión. Entonces, ante este mandamiento que pide todas nuestras fuerzas, ante este don que ayuda a fundar nuestra conciencia cívica y política más honda y que, sobre todo, pide un corazón noble, nos hará bien hoy, con coraje genuino, hacer un examen de conciencia y preguntarnos en concreto sobre una realidad cotidiana que precisamente es lo contrario al amor, es consecuencia del desamor: ¿qué nos lleva a ser cómplices, con nuestra indiferencia, de las manifestaciones de abandono y desprecio hacia los más débiles de la sociedad?
Porque en la voracidad insaciable de poder, consumismo y falsa eterna juventud, los extremos débiles son descartados como material desechable de una sociedad que se torna hipócrita, entretenida en saciar su “vivir como se quiere” (como si eso fuera posible), con el único criterio de los caprichos adolescentes no resueltos. Parecería que el bien público y común poco importa mientras sintamos el “ego” satisfecho. Nos escandalizamos cuando los medios muestran ciertas realidades sociales… pero luego volvemos al caparazón y nada nos mueve hacia esa consecuencia política que está llamada a ser la más alta expresión de la caridad. Los extremos débiles son descartados: los niños y los ancianos.
Los abandonamos al arbitrio de la calle, al “sálvese quien pueda” de los lugares de diversión o al anonimato pasivo y frío de las tecnologías. Dejamos todo a su cuidado y los imitamos porque no queremos aceptar nuestro lugar de adultos, no entendemos que la exigencia del mandamiento del amor es cuidar, poner límites y abrir horizontes, dar testimonio con la propia vida. Y, como siempre, los más pobres encarnan lo más trágico del filicidio social: violencia y desprotección, tráfico, abusos y explotación de menores.
Esta exclusión, verdadera anestesia social, se refuerza, por una parte, con las representaciones identitarias del discurso mediático de denigración de todo lo que no responda a la ideología de la moda y, por otra parte, con la confusa difusión del modelo del “vínculo líquido” sin compromiso como nuevo núcleo familiar, para que siga produciendo sujetos que traen al mundo hijos que continúen sintiendo la desorientación de adultos que no saben amar.
El amor, en cambio, impulsa al cuidado de lo común y sobre todo del Bien común que potencia y beneficia los bienes particulares.
Lejos de ser un sentimentalismo común, y una mera impulsividad, el amor es una tarea fundamental, sublime e irreemplazable que hoy se torna una necesidad para ser propuesta a una sociedad deshumanizada. Lo ha señalado en dos de sus Encíclicas el Papa Benedicto XVI quien nos recuerda que todo el ascenso de la maravillosa fuerza vitalizadora del amor de deseo del hombre no se completa, ni ennoblece, ni encuentra su real sentido último sin el Amor como Don que proviene de Dios. Sólo así viviremos nuestros esfuerzos, logros y fracasos con un sentido sólido y re fundante, aunque sean mezclados y conflictivos como los de mayo de 1810.
María de Luján, modelo de amor, de amor silencioso y paciente, no dejará de acompañarnos y bendecirnos al pie de nuestra cruz y en la luz de la esperanza.
Fuente: Homilía del Cardenal Jorge Bergoglio en el Te Deum del 25 de Mayo de 2012.