La especialista en educación pre escolar, María Alejandra Castiglioni plantea “¿cómo construir una institución educativa que abrigue a todos?” y para transitar este tiempo “con la audacia de la esperanza”.
‘Fratelli tutti’, así se refería San Francisco de Asís a sus hermanos y hermanas, y así nombra el Papa Francisco su última encíclica recuperando la esencia de aquello que ese hermano del sol, del mar y del viento testimoniaba al caminar junto a los niños, los ancianos, los pobres, los enfermos, y los últimos, construyendo vínculos para que sean los primeros.
Caminar respetuosamente junto a otro, con quien compartimos el camino de la vida, más aún en este momento de la humanidad, implica un gran desafío. Entre otros, el de construir una corresponsabilidad de vivir desde el principio ético de la vida, construir amorosa y responsablemente el espacio de lo común.
Lo común, claramente, no es una suma de mismidades ni una mismidad monolítica sino una trama viva y excepcional situada en un proceso inacabado donde vamos construyendo comunidad. Esto sucede en una espacialidad compartida, que no debería ser lineal ni homogénea ni impulsora de una identificación forzada con esa nueva mismidad que es la comunidad, sino habilitante para la convivencia en la heterogeneidad y la transformación que ello implica. Esto último germina en los conflictos e intercambios que nos transforman y se expresan mediante gestos, miradas, silencios, palabras, distancias y cercanías. Es decir, se desenvuelven en el territorio de los cuerpos y avanzan en la interfaz de las corporalidades. Ellos hablan de diversas espacialidades y mismidades excepcionales en esa trama, a veces caótica. Caos, que según dice Edgar Morin, nos invita a un nuevo orden.
Los tiempos que transitamos hacen necesario considerar, al decir de Carlos Skliar yTéllez Magaldy, en su ensayo “Conmover la educación” (2017), que en esa convivencia hay “una larga lista de exclusiones que se instalan y atraviesan dimensiones de subjetividad ignoradas hasta ahora”. Ellas remiten a representaciones arbitrarias de la otredad, producto de contextos históricos y sistemas políticos que en muchos casos vulneran derechos y así, expulsan al abismo simbólico a seres humanos -en particular- a los niños, enviándolos a la categoría del desecho humano. Esto nos conmueve fuertemente, nos duele hondamente y sobre todo en este contexto de pandemia deja a la luz las más profundas inequidades. Esto nos impulsa a humanizar nuestro estar-siendo, a construir un mundo más justo.
Ciertamente, lo común está en crisis. Crisis que habita en el campo de la política, tensionando ideales y modelos; en el campo de la salud, revisando constantemente medidas sanitarias ante una pandemia inédita; crisis en el campo del arte, resignificando formas de expresión estética; crisis socio-histórica cuestionando hegemonías; crisis en el campo ético evidenciando la necesidad de resignificar nuestra corresponsabilidad de vivir; crisis en los vínculos humanos, incluso con la naturaleza y lo sagrado, impregnados de omnipotencias que nos llevan inexorablemente a la necesidad de redimensionar nuestro lugar en la humanidad.
Cabe destacar que, en alguna medida, cuando forzamos el hecho de preservar lo común, también caemos en la confirmación de relaciones de dominación que nos llevan a invisibilizar, silenciar la polifonía de nuestros mundos, incluso los que llevamos muy dentro de cada uno de nosotros. Así, vale la pena volver a interrogarnos acerca de lo común y del necesario modo de legitimar cada excepcionalidad en su territorio.
En particular, también vale la pena repensar lo común en el campo educativo. Construir el espacio de lo común mediante la conversación educativa implica -entre muchos gestos- abrigar nuestras integridades y las que portan cada contexto. Siglos de modernidad se suceden consolidando dicotomías mediante una deliberada disociación entre razón y emoción, cuerpo y alma -entre otras escisiones- con que se ha fragmentado la integridad humana, precisamente, deshumanizándonos.
Pero, en el espacio de lo inter, es donde se desenvuelve y construye esta trama, allí donde se aloja lo diverso, lo heterogéneo con lugar para articular diferentes miradas, completarnos, tensionar, habilitar contracaras y aprender del conflicto, la negociación y el consenso, éste, instancia básica para la transformación.
La potencia del espacio inter habilita transformaciones en la interfaz que entre los sujetos sociales se establece. Allí erupcionan contextos, historias, representaciones y entonces, el lugar de las fronteras simbólicas se torna límite que separa y a la vez, une el interior y el exterior. Este el paradigma de la educación intercultural crítica que no sólo parte de una perspectiva de derechos, sino que tiene como meta su real efectivización, en una construcción conjunta y claramente esperanzadora.
¿Cómo construir una institución educativa que abrigue a todos? Deteniéndonos amorosamente ante otro, y en su insoslayable excepcionalidad. La potencia de lo común radica en este aquí y ahora compartido, oportunidad para la convivencia y la experiencia sensible que nos invita a ser más humanos.
Somos en relación a un otro. Por ello la necesidad de pensar nuestras relaciones con nosotros mismos, con la comunidad e incluso con la Naturaleza y con lo sagrado sabiendo que en el campo educativo se sucede un largo proceso de identificaciones y subjetivaciones que inciden, alojan y describen la producción del conocimiento.
Mg, María Alejandra Castiglioni. Profesora de Educación Preescolar. Licenciada en Relaciones Públicas. UADE. Especialista en Gestión Cultural y Políticas Culturales. Investigadora y autora de publicaciones. Coordinadora y creadora del espacio interdisciplinar Interculturalidad e Infancias. Vicepresidenta Administrativa de OMEP – Argentina (Organización Mundial de Educación Pre -escolar)