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Desafíos “en tres dimensiones”

 “Sabemos que la emergencia no se resolverá en breve, pero se hace interesante depurar las herramientas que fuimos conociendo” sostuvo Javier Andrés Pérez, asesor en educación digital, que logró llevar a gran escala un proyecto de aula premiado por su innovación.

Los desafíos que plantea la educación en línea y su consecutivo pasaje a la escuela remota, hoy está lejos de la llamada educación a distancia y pasó a convertirse en educación de emergencia. Ahora que ya pasaron varios meses, y que sabemos que la situación no se resolverá en breve, creo que depurar algunas herramientas que fuimos conociendo en este tiempo puede ser muy interesante para cualquier persona que trabaja en educación.

 Mi propuesta es que hay pensar una clase de hoy, como una obra de arte, debe ser tratada por cada docente. Pero, para llegar a una hipótesis de tan largo alcance, primero tenemos que dar algunos pasos. Y, por una cuestión práctica me parece bien situar los desafíos de la educación en línea, moviéndose en tres dimensiones:

La primera es la dimensión religiosa, humana, ética. Para que en nuestras escuelas la palabra llegue, acompañe y sostenga a cada estudiante y docente en estos momentos de profundo dolor. Que la palabra perdure en esta distancia física de los cuerpos, y que nos siga abrazando.

En una dimensión político – social, el compromiso es que la educación llegue a todos por igual. Es una cuestión de equidad y justicia. Las desigualdades que vienen de años, hay que atenderlas.

En la última dimensión, lo pedagógico, institucional y profesional, tiene que lograr que nuestra performance se consolide e interpele de un modo más eficaz a los estudiantes para aprendizajes más verdaderos.

Estas son las tres dimensiones, pero hay un desafío mayúsculo. Lo que urge es revisar las prácticas. Una de las cuestiones que desnudó la pandemia fue la forma de armar plazas remotas para la conexión con los estudiantes.

Pero también quedó al desnudo que la educación presencial es importante.  Esta crisis mostró ambas cosas. En la trayectoria de estos meses hemos sacado un montón de aprendizajes y herramientas que utilizar.

 Necesitamos revisar lo que venimos haciendo, en cuatro ítems:

El valor del dato y de la clase puramente expositiva: Hablo de la clase que todavía damos de dos horas, que ha caído en desgracia. Desde el constructivismo hasta el conectivismo, se afirma de un modo u otro, que el valor del manejo del dato ha perdido validez. Saber las capitales de África no lo hace a uno un buen profesor de Geografía. Quiero decir que manejar datos siempre será un bien, pero no será suficiente para desarrollar una buena clase, porque el dato está a la mano de cualquiera mediante recursos digitales y la clase expositiva que se basa en la numeración o exposición de datos ha caído también en desgracia. La pandemia la expuso con una dureza trágica. Hoy cualquier estudiante puede recuperar en cuestión de segundos un dato. Entonces se trata de ir un poco más allá, preguntar, por ejemplo, por qué Estocolmo es una capital, y esto es más interesante. Por suerte el manejo del dato se ha democratizado, nadie puede presumir lo que sabe, entonces podemos pensar más lejos.

El aula cerrada da claustrofobia. Sabemos que el aprendizaje es un proceso infinitamente más rico y extenso. Hoy sus instancias son muy diversas. Uno aprende en distintas situaciones y no solamente en la artificialidad del aula. Como docentes esto lo tenemos que ver para hacer mejor nuestra tarea. El aprendizaje rompe las paredes del aula, el tiempo y el espacio. Es mucho más laxo y sería bueno trabajar desde allí.

Utilización de recursos y herramientas acotados e inespecíficos. La tiza, el pizarrón nos seguirán acompañando, son universales, sirven en todo tiempo y lugar, pero hoy tienen en su contra que son inespecíficos. En todos los casos creo que cuando uno expone en una clase de tiempo acotado puede sonar a demasiado determinante. No quiero allanar este imperativo, pero si decir que hay un universo allá afuera, a la mano, y tenemos que aprender a verlo, diría que, con amor, porque allí están las herramientas que harán que nuestros alumnos se sientan amados.

Por último, propongo reflexionar en el aprendizaje como una instancia individual. Desde chico escucho: “este tiene talento, este no”. No podemos aceptar de un modo tan llano la cuestión. Aún las experiencias más limitadas, por ejemplo, la de los autodidactas son experiencias compartidas. El aprendiz dialoga secretamente con autores que lo precedieron, o con colegas que complementan su experiencia, con una tradición que lo precede y con una contemporaneidad de la que se nutre. Me parece que es un signo de los tiempos pensar con honestidad y aprender a vincular distintos universos con sentido. El propio y el de los otros, porque en el abrazo uno aprende de lo que otro aporta. El aprendizaje es una actividad de conjunto.

La escuela en línea, un campo de trabajo muy rico

No vengo a decir si esto sirve o no. Pero hay que pensar la escuela desde otro lugar.

El flipped classroom y el abp son modelos de participación activa de los alumnos. Hay que pensar en aulas versátiles, con chicos que trabajan desde sus casas y otros que no, pero que los grupos estén aprendiendo en ambos sentidos.

De mi experiencia en Catamarca, puedo señalar que las escuelas franciscanas están muy a la vanguardia. Determinadas aulas tienen paredes móviles y cuando viene la secuencia del formato expositivo del profesor que dura unos veinte minutos, las paredes se abren para conformar una especie de aula magna. Luego las paredes se recortan en distintos módulos para que los alumnos puedan trabajar en equipos.

 

Fuente: Webinar “Desafíos de la Educación en línea para la escuela”. Organizada por la Confederación Interamericana de Educación Católica. Intervención de Javier Pérez.

Javier Pérez, es doctor en Letras y se graduó con honores en la UBA. Es docente de las escuelas franciscanas y Rector del Centro de Estudios Terciarios River Plate.

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