Alfredo Hernando
Investigador educativo, y psicólogo. Colaboración de “La Escuela que viene, reflexión para la acción” del Observatorio Interamericano de Educación Católica de la CIEC.
“Ha sido necesaria una pandemia para suspender los partes de notas; y preguntarnos por la finalidad de la evaluación. ¿qué significa aprobar en un mundo confinado?” Una intervención del profesor Alfredo Hernando, autor del libro “Viaje a la escuela del siglo XXI”, presentada por la Fundación Telefónica, en Buenos Aires.
De curvas, fases y exponenciales hemos aprendido mucho en los últimos meses, pero de evaluación también; porque junto al imaginario bélico con el que la mayoría de medios han descrito la lucha contra el virus, otra batalla discreta ocurre en el seno de todos los hogares. Es la batalla por el significado y por la finalidad en la evaluación de los aprendizajes.
¿Evaluamos para aprender o para aprobar? ¿Cabe la jornada en un número o lo representa mejor un texto?, ¿y una imagen? ¿Qué grado de competencia indica un siete? ¿Con un diez se sabe el doble que con un cinco? ¿Qué significa aprobar en un mundo confinado?
Las preguntas por la evaluación de los aprendizajes son ahora preguntas compartidas en el seno de cada familia, han trascendido el círculo de los docentes. “La evaluación educativa es un proceso que, en parte, nos ayuda a determinar si lo que hacemos en las escuelas contribuye a conseguir fines valiosos o si es lo opuesto con estos fines”.
Porque “las prácticas de evaluación son inseparables de las prácticas pedagógicas hacía falta que pasáramos unas semanas sin ir a la escuela para darnos cuenta de lo importante que es ir a la escuela”. En esta faena titánica en la que docentes de todo el mundo han levantado escuelas como “memes”, creando aulas virtuales en los rincones de los hogares; en un giro inesperado de los acontecimientos, la aparatosidad de transportar los ritmos y las rutinas de las aulas han traído consigo una consecuencia inimaginable: las tensiones entre la evaluación formativa y la sumativa, entre la rúbrica y el examen, la guerra silente entre la recuperación y los diarios de aprendizaje. Una batalla vieja en un terreno de combate nuevo”.
Vivimos el amanecer de la personalización educativa, un desafío que solo alcanzaremos con una evaluación más auténtica.
La evaluación formativa sigue una lógica de regulación, se enfoca a sostener el proceso de aprendizaje, a ayudar al aprendiz a acercarse a los objetivos de formación; y se inscribe en una relación de ayuda, un contrato de confianza, un trabajo cooperativo. Al contrario, la evaluación calificadora es vista como un “último juicio”. Interviene al final de una etapa, de un curso, de una unidad didáctica y, en este estadio, ya no hay tiempo de aprender más, es el momento del balance, la hora de la verdad.
Al tiempo que medio mundo se abre a la desescalada, la evaluación de los aprendizajes se abre a otras herramientas, momentos, lugares y protagonistas. Pero el camino no está exento de dificultades. La evaluación en confinamiento me recuerda al cuento de Marguerite Yourcenar “Cómo se salvó Wang-Fô”. Wang-Fô era un anciano pintor que “amaba la imagen de las cosas y no las cosas en sí mismas”. Sus pinturas ofrecían una imagen de la realidad que “superaba” la propia realidad, una virtualidad oriental nacida en el principio de los tiempos, mucho antes que nuestros reinos contemporáneos de computación. En uno de sus viajes, Wang-Fô y su discípulo Ling son apresados por un monarca todopoderoso: “He decidido que te quemen los ojos, porque tus ojos, Wang-Fô, son las dos puertas mágicas que se abren a tu reino”. Pero antes de cumplir sentencia, Wang-Fô debía pintar una última obra… Pincel en mano, el artista interpretó un lago infinito. Al concluir, dibujó una balsa, tomó los remos y, traspasando el umbral, cruzó al cuadro para navegar hacia el horizonte. Así se salvó Wang-Fô”, en la “liminalidad”. Sus obras son otra realidad. Un reflejo que termina por ser guía del original.
Con la enseñanza en confinamiento hemos aprendido a dibujar retratos de aprendizaje. Sin la presencialidad de nuestros estudiantes perdimos las puertas mágicas que se abren a nuestro reino, y no son solo dos, como las de WangFô, sino cientos: guiños, detalles, preguntas, gestos, miradas… Hoy les vemos menos que nunca y nuestra añoranza acelera la adaptación digital. En la ceguera de evidencias la tecnología nos ha brindado otro tipo de lienzo. La crisis sanitaria nos ha privado de la calidez y del barro de lo analógico. Pero la mancha también enseña, mucho. Evaluamos desde la oscuridad del confinamiento, a través de pantallas, añorando los encuentros en los pasillos, los matices y las conversaciones que enriquecen las calificaciones. Porque la mejor evaluación no es solo el mejor retrato del aprendiz, es un acto de representación que termina por dar forma al original, la evaluación informa para guiar. Dime cómo evalúas y te diré cómo aprenden (a aprender) tus alumnos.
La mejor evaluación no es solo el mejor retrato del aprendiz, es un acto de representación que termina por dar forma al original, la evaluación informa para guiar
El confinamiento nos ha obligado a redescubrir la documentación pedagógica, nos ha recordado que la nota se nutre en la recogida de evidencias variadas, ha puesto a los alumnos a trabajar en equipos y nos ha devuelto la lectura, el dibujo o el acto solidario y cercano en casa como ejercicio de aprendizaje, pero también de calificación.
La visión digital alumbra la ceguera analógica. Este ensayo de escolaridad con sus restricciones, esta escolaridad confinada en los hogares, ha servido para sacudirnos de algunas malas costumbres: ni el docente puede evaluarlo todo, ni la evaluación significa solo medir o calificar, ni todo se puede jugar en una baza al final de trimestre. ¡Ni siquiera los exámenes son de fiar! Sin embargo, no nos engañemos. La escuela que viene no es solo una escuela híbrida, ni una simplificación que cabe en modelos mixtos. Ni para la escuela inmediata, ni para la escuela en la desescalada, el éxito de los aprendizajes se juega en la presencialidad, o en la virtualidad. Es una apertura, quien nos salvará. La tecnología permitirá automatizar correcciones, medir con mayor exactitud, facilitar procesos, crear grandes bancos de evidencias… Es y será una gran aliada del profesorado. Pero si aspiramos a una evaluación auténtica, que guía, retrata y, por consecuencia, salva a nuestros alumnos, al profesorado y a la escuela en la desescalada, necesitaremos de miradas e intuiciones docentes que sepan integrar algoritmos, emoticonos y sonrisas en la distancia o en la pantalla.
La cooperación, la comprensión o la empatía desarrolladas en una sesión de aprendizaje no depende de su naturaleza virtual o presencial, dependerá de las prácticas de evaluación y de las prácticas pedagógicas, que son inseparables, como el pintor y el cuadro, como el alumno y su aprendizaje, como se salvó Wang-Fô.
La escuela confinada ha despertado el valor y el ingenio de muchos docentes hacia una evaluación más auténtica, más compartida entre compañeros y familiares, con muchas más herramientas que las pruebas escritas y con un seguimiento más continuo. Bien por obligación, bien por convicción pedagógica, en algunos casos también por incompetencia digital, no nos queda más remedio que confiar en nuestros estudiantes… y todos hemos crecido.
El confinamiento escolar se inauguró con listas infinitas de ejercicios, pero la escuela avanza hacia mecanismos variados soñando con una evaluación más centrada en los aprendices y menos en las notas, por una evaluación que inaugure la escuela del cuidado. En la guerra sanitaria contra el virus, la batalla por el significado y por la finalidad en la evaluación de los aprendizajes no ha finalizado.
El confinamiento escolar se inauguró con listas infinitas de ejercicios, pero la escuela avanza hacia mecanismos variados soñando con una evaluación más centrada en los aprendices y menos en las notas, por una evaluación que inaugure la escuela del cuidado
De la comprensión del presente, tomará forma la escuela que viene. Cuando entendamos que la evaluación es una herramienta para el aprendizaje, que admite distintas formas de representación, que se construye con los aprendices; descubriremos su aportación pedagógica, la voz de la docencia en el aprendiz: el camino que nos conduce hacia la escuela que necesitamos, una tabla de salvación para la escuela en la desescalada. La escuela avanza hacia mecanismos variados soñando con una evaluación más centrada en los aprendices y menos en las notas.