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Editoriales

La Aldea Educativa (II)

P. José Alvarez
Presidente del CONSUDEC

Tanto en el mundo laico como en el religioso existe hoy un impedimento para poder crecer en una madurez verdadera, sea en el ámbito personal como social. Este impedimento tiene que ver con el olvido de nuestro propio ser, que ha quedado enterrado en millares de pretextos para disimular su existencia, acallándolo, subyugándolo en el cumplimiento de normas y pautas en valores que no son percibidos como verdaderos y transformados en asfixiantes preceptos que se han tornado instrumentos de un poder surgido de una dominación del comportamiento del otro con argumentos infantiles, o de conveniencia, pero nunca como instrumentos de mejor y mayor vitalidad.

Al entrar en juego en la vida de los hombres el propio ser, con toda la sed de infinito que tiene el deseo humano, con todo el apetito de belleza, de bien, de verdad, la persona se puede involucrar con la realidad de tal manera que deja de ser espectador aburrido de una realidad que sucede frente a sus ojos para involucrarse y convertirse en protagonista.

Al entrar en relación verdadera con nuestro propio “yo” podemos decir de verdad “tu” a los demás, podemos compartir las razones que mueven nuestro corazón y descubrir que aunque en lugares diferentes, el origen que nos mueve es uno y el mismo, ya que el hombre de China, de Alaska, de Europa o Argentina, tiene una misma constitución del corazón que origina deseos de totalidad en la búsqueda de satisfacción.

Si no recuperamos la experiencia elemental de que el otro no es una amenaza, sino un bien para la realización de nuestra persona, será difícil salir de la crisis en la que nos encontramos en las relaciones humanas, sociales y políticas. De aquí deriva la urgencia de que Occidente sea un espacio en el que se puedan encontrar los diferentes sujetos, cada uno con su identidad, para ayudarse a caminar hacia el destino de felicidad que todos anhelamos.

Defender este espacio de libertad para cada uno de nosotros y para todos es la razón definitiva de un compromiso en favor de una Argentina  en la que no haya ni imposiciones por parte de nadie ni exclusiones por motivos de prejuicios o de pertenencias diferentes a las nuestras; una Argentina para cuya construcción cada uno pueda aportar su propia contribución, ofreciendo su propio testimonio, reconociendo como un bien para todos y sin que ningún ser humano se vea obligado a renunciar a su propia identidad para poder pertenecer a la casa común.

«Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencial, sino ante todo en  una atención puesta en el otro “considerándolo como uno conmigo”»

«Incluso las mejores estructuras funcionan únicamente cuando en una comunidad existen unas convicciones vivas capaces de motivar a los hombres para una adhesión libre al ordenamiento comunitario. La libertad necesita una convicción; una convicción no existe por sí misma [ni la puede generar una ley], sino que ha de ser conquistada comunitariamente siempre de nuevo»

Nosotros los cristianos no tenemos miedo a entrar sin privilegios en este diálogo a campo abierto. Para nosotros esta es una ocasión extraordinaria de verificar la capacidad que tiene el acontecimiento cristiano para mantenerse en pie ante los nuevos desafíos, puesto que nos ofrece la oportunidad de testimoniar a todos lo que sucede en la existencia cuando el hombre se encuentra con el acontecimiento cristiano en el camino de su vida. En el encuentro con el cristianismo, nuestra experiencia nos ha mostrado que la savia vital de los valores de la persona no son las leyes cristianas, o estructuras jurídicas y políticas confesionales, sino el acontecimiento de Cristo. Por eso nosotros no ponemos nuestra esperanza ni la de los demás en nada que no sea el acontecimiento de Cristo, que vuelve a suceder en un encuentro humano, en cada encuentro humano.

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