Todo en ella habla de su Autor. Su vida es signo, ella ama y se relaciona con el mundo reconociendo el rostro de Dios. La intervención del P. José Álvarez en el Curso de Rectores 2020, se anticipa en el espacio educativo que tendrá el CONSUDEC, en el Congreso de Catamarca.
Cuando Dios pensó el misterio de la salvación, es decir, en cómo rescatar al hombre caído por el pecado, pensó en ser Él, nuestro salvador. Decidió que su Hijo, que es Dios, venga a vivir en medio de los hombres, a habitar entre nosotros.
Cuando nosotros nos referimos a Dios, lo relacionamos siempre con el bien, la verdad, la belleza, la perfección, el infinito. Popularmente cuando a una chica le dicen “estás hecha una diosa”, se refieren a que está muy bella; cuando un deportista “juega como un dios”, se refieren a la perfección de su juego. Es que hay una sintonía entre el corazón del hombre y estos atributos de Dios que atraen naturalmente al corazón. Uno se siente atraído por la belleza, la verdad, el bien, y el amor. Dios es todo eso que el corazón del hombre desea. Y El decidió vivir en el tiempo y el espacio de los hombres. Entró en la historia de ellos, haciéndose hombre él también, sin perder su ser Dios.
Y Dios, la fuente del bien, de la belleza, de la verdad y del amor ha decidido vivir en el tiempo y el espacio de los hombres. Es decir que ha entrado dentro de la historia nuestra haciéndose Él también hombre, sin perder su ser Dios. Él quiso vivir en los lugares donde los hombres vivimos y acompañarnos en las vicisitudes de nuestras vidas. Es lo mismo que decir que la fuente del bien, la verdad y la belleza, vinieron a vivir nosotros, en los lugares donde vos estás y el tiempo donde vos vivís. Este es Jesucristo, Dios con nosotros.
Y Dios pensó un lugar donde podría habitar el infinito hecho hombre: el vientre virginal de una muchacha de aproximadamente unos 15 años; María. En ella, Dios puso su primera morada, y nos habla de aquello para lo que estamos hechos, porque en ella todo huele a bien, a belleza, a verdad, a justicia, a misericordia. Lo que el corazón del hombre desea desde lo más profundo, vino a habitar en su seno virginal. Es así que María se transforma en madre de Jesús, del Dios hecho hombre.
Podríamos decir que María es la predestinada, es decir que, sin perder su libertad, Dios pensó un plan para ella; para su vocación. Y antes de nacer, Dios la pensó sin pecado. Ella seria un lugar que no sea opacado lo que viene de su mano. Es decir que, al ser concebida en el seno de su madre, Santa Ana, y por su papá, San Joaquín, no tuvo efecto, la herencia del pecado original. Esto lo hizo Dios en atención a los méritos de la pasión de aquel hijo que de ella debía nacer. Conocemos entonces la Inmaculada Concepción. Inmaculada quiere decir sin mancha.
María Virgen y Madre
María también es madre de Dios, es decir que aquel que vive en su seno es el Infinito. Es madre y paralelamente es virgen. ¿A qué se refiere su virginidad? Ella recibió en su propio seno al infinito, el bien, la verdad, la belleza, el amor, como son en la pureza íntima de la divinidad . Dios quiere que María sea testimonio de una persona como Él la hizo originalmente; podríamos decir, ella es un ser humano como Eva antes del pecado. Y quiere conservarla así, aunque sea madre. Es por eso que concibe por obra del Espíritu Santo sin perder su virginidad. No es virgen porque sea malo que un hombre y una mujer conciban un hijo de modo natural. Es virgen porque Dios quiso regalarnos una persona, testigo de su amor por nosotros, como Él hace las cosas, como Él nos hace, podríamos decir, naturalmente recién salida de su mano.
Por eso María no es una mujer que centraliza su virginidad en que sus órganos sexuales están intactos, sino en que es una enamorada de las cosas tal como salen de las manos de Dios. Y la virginidad de sus órganos es un testimonio de la virginidad de su corazón, de su mirada, de su relación con la obra de Dios, con las personas. Para ella, ser virgen, no tiene que ver solamente con que ninguna persona la tocó, sino que ser virgen tiene que ver con que su corazón ama lo que Dios hace, como Él lo hace, ama lo que Dios hizo con ella. Este es el sentido que tiene la virginidad también en la Iglesia: hay personas que consagran su vida a vivir en la virginidad, y tiene que ver sobre todo con este tema; son personas enamoradas de Dios y de cómo Dios hace las cosas, antes que poner el acento en la castidad de sus órganos. Se puede ser virgen físicamente y con un corazón lleno de odio, de destrucción, posesivo, abusivo. Y, en algún momento de la vida se puede haber perdido la virginidad física y a la vez, recuperarla por el amor del corazón; el hombre nuevo mira la vida como Dios la hace. Esta virginidad tiene mucho que ver con aquella necesidad que vemos hoy de cuidar la casa común: el mundo en que nos movemos y vivimos. Nos damos cuenta de los riesgos y peligros que tiene nuestra manera parcial de mirar y de movernos frente a las cosas y a las personas, destruyendo, ridiculizando, agrediendo, profanando todo a nuestro alrededor. Como un mono con navaja, destruimos aquello que se pone en nuestro camino. Es porque perdimos la relación con la necesidad verdadera de nuestro corazón, con esa necesidad de Dios, de bien, de belleza, de verdad.
María: faro que llama a recuperar nuestra humanidad
Cuando la Santísima Virgen llegó a la vejez, y como la muerte es consecuencia del pecado original, ella no la iba a sufrir. Por lo tanto, se adormeció y fue llevada en cuerpo y alma al cielo.
En la vida de Cristo, la Santísima Virgen tiene varias apariciones según nos narran los evangelios, pero la relación con su hijo no aparece tantas veces. En pocos episodios, Jesús aparece como un educador de su madre, ayudándola a reconocer la gracia que ha recibido. Una gracia que no es mérito propio, sino que es don; regalo de Dios. En un pasaje una mujer grita: “feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron”, y Jesús responde: “feliz más bien quien cumple la palabra de Dios y la practica”. En otra ocasión aparece alguien diciendo “Jesús, tu madre y tus hermanos te andan buscando”, y Él dice “¿quiénes son mi madre y mis hermanos sino todos aquellos que oyen la palabra de Dios y la realizan”. Son pasajes que dicen, no que Jesús no reconocía a su madre, al contrario, señalaba que esta mujer era la primera en cumplir la voluntad de Dios, y la primera en seguir la palabra de Dios. Era grande, no por lo que había recibido gratuitamente, sino por el modo en que ella había respondido a esa gratuidad. El amor verdadero no pasa por acariciar la mano y la cabeza de la persona amada, sino por querer el bien de la persona amada. Jesús quiere el bien de su madre y constantemente le recuerda a su madre la verdad de su vida y de su vocación. Le indica lo verdadero de su vida.
María tiene una relación con el misterio de la Iglesia. Si bien reconocemos que la Iglesia es santa y pecadora –santa por los dones que Dios le da y pecadora por sus miembros que la integran-, podemos decir que todo aquello que se dice de María se dice también de la Iglesia. María es hija de Dios, la Iglesia también lo es. María es madre de Cristo, la Iglesia es madre del Cristo que reside en cada cristiano, en cada persona. Así como María fue llevada en cuerpo y alma al cielo, así la Iglesia está llamada a participar de la vida divina, con la integración de todos sus miembros en ella: la vocación de la Iglesia es la eternidad.