Fray Eduardo Agosta Scarel
Dirige un equipo de investigación sobre el clima en el CONICET. Es profesor de la Universidad Católica y de la Universidad de La Plata. Y asesora en estos temas a la Conferencia Episcopal Argentina y al CELAM.
Como tantos referentes del cambio climático, el científico religioso Fray Eduardo Agosta Scarel habla de la necesidad de tener “una mirada integradora sobre el espacio que habitamos”. Y porque “El corazón humano borró de su horizonte la experiencia trascendente que es la que da equilibrio, armonía y sentido a toda la creación”, dice este doctor en Ciencias de la Atmósfera.
El sacerdote carmelita Fray Eduardo Agosta Scarel colabora con el Movimiento Católico Mundial por el Clima, y desde hace muchos años, observa y hace aportes a fin de que el camino hacia una “ecología integral”, retomado por el Papa Francisco, se incorpore a nuestra mentalidad. Al terminar el Sínodo de la Amazonía dijo que “la encíclica Laudato Si, acierta en el sentido en el que el cristiano utiliza el concepto de llamar Madre a la tierra. No es un panteísmo o un biocentrismo, sino el sentimiento de pertenencia a una gran familia, de fraternidad universal. Tenemos un Padre común, el creador, y la tierra, obra de sus manos, es fuente física de esa filiación. Nos sentimos hermanos/as que de alguna manera deben su vida biológica a la tierra fecunda…el sentimiento que imprimió San Francisco de Asís al llamar a la tierra: hermana, madre”.
El científico y religioso analiza la actividad económica y el gran auge tecnológico de los últimos 50 años. Dice que “la relación del ser humano con su espacio ambiental no es pasiva”, porque describe cómo los efectos colaterales de nuestras actividades atentan contra la capacidad natural que tenía la tierra de recuperarse.
“Yo considero este fenómeno como si fuera un epifenómeno de procesos mucho más profundos y complejos – afirma – ya que no sólo involucran leyes naturales de los ecosistemas, sino también la relación de las sociedades del ser humano con su espacio ambiental.
Por eso, la sanación del equilibrio de la creación requiere de nosotros también un cambio de mentalidad. Hablo de quienes tienen una cosmovisión o un paradigma utilitario instrumentalista sobre la creación.
Es como el relato del génesis: Dios puso al hombre en el jardín… y nosotros estamos en un espacio del cosmos con la mentalidad de cultivar y cuidar. Esta es una nueva relación que deja a la propia naturaleza explorar sus propias posibilidades. Y es una cuestión que claramente tiene un componente ético, de respuesta: de apertura al más allá del beneficio inmediato, y a dejarnos guiar por ciertos valores que no son solamente los utilitarios, de corte materialista.
Recuperar la conciencia de hábitat
Es lo único que podemos hacer. Estamos aquí, donde vivimos, nos movemos, existimos y nos morimos. Hay que recuperar una mirada integradora, no solo de inmediatez, sino de situarnos a futuro, y para los que somos creyentes, la mirada transcendental en la relación con el espacio que habitamos.
De hecho, lo que nos hacer colaboradores con Dios es nuestra manera de aprovechar el ambiente para hacer cosas nuevas, pero a la vez, permitir que éste desarrolle cosas distintas a las de antes. Es el espíritu del hombre metido en las cosas.
Pero el tema es cuando ya no miro el ambiente en el que estoy. Entonces comienzo a ver la movilidad de las cosas, y digo: “quiero un árbol de una especie de otro lugar y lo transporto…” Así se destruye el equilibrio; luego, vienen las consecuencias.
Es la forma en que las sociedades tecnificadas u occidentalizadas, tienden a decir: yo manipulo el espacio en función de mis propios intereses. Lo que, para una empresa, es la maximización de las ganancias; o para algunos comportamientos humanos, la actitud de querer conseguir solamente un beneficio propio, como “lo estético” y transportar una amazonia a mi jardín. Es imposible.
También hay regiones que ven limitado su desarrollo económico por el ambiente, como las ciudades que se construyen en los desiertos, artificiales e insustentables. Son hábitats humanos muy vulnerables a cualquier falencia en el ecosistema mayor. Ellos serán los más afectados cuando el sistema esté en una situación límite, porque son construcciones demasiado auto referenciales, con poca mirada trans generacional y trascendente de respeto por los ciclos naturales.
Gran parte del desafío que tenemos los seres humanos como comunidad, o país, es ético. Es decir, los hombres podemos transformar con decisiones sanadoras la problemática ambiental. La raíz principal de la crisis no es científica, técnica o económica, sino social. Para decirlo sencillo, gran parte de nuestro desafío es vivir la vida plenamente con sentido, satisfacción, hondura, lo cual implica vincularnos más allá del mundo interior de deseos y necesidades infinitas.
Hablo del corazón humano con el mundo de los deseos, que, si solamente las satisfacemos desde el punto de vista material, empieza el desequilibrio. Es lo que pasó en los últimos 50 años, en que hemos quitado del horizonte, la realidad humana, la experiencia transcendente que es la que da realmente el equilibrio, la armonía y el sentido a toda la creación.