Mercedes Aguerre
Lic. en Psicología. Especialista en Psicoterapia de Adultos, Pareja, Familia y Evaluación Psicodiagnóstica. Consultora de Recursos Humanos. Miembro de la Fundación Arché.
“La inclusión no tiene que ver sólo con las leyes o políticas de un país sino, esencialmente, con una actitud humana que se origina en lo más profundo de la subjetividad” afirma Mercedes Aguerre, psicóloga, especialista en recursos humanos. Su profesión tan cercana a las personas, nos hace ver el tema de la inclusión “como un hecho” – y no como un derecho- que se basa en “el paradigma de la participación en el ser de Dios, en el que fuimos creados”.
Generalmente, cuando pensamos en inclusión, tomamos una postura autocentrada. Así, incluir, es incluir lo distinto en lo propio, como si lo otro fuese totalmente ajeno a mi realidad. Es decir, podemos sentirnos hasta “bondadosos” con el mal ajeno creyendo que lo incluímos cuando en realidad sólo convivimos con ello en el mismo espacio, pero sin que ello nos toque, nos implique, nos comprometa. En el fondo, desearíamos que esa realidad se asemeje a la nuestra para que no nos incomode percibir la diferencia. Cuántas veces escuchamos en las escuelas “Vamos a integrar a ese niñito que tiene problemas de conducta, lo invitaremos al cumpleaños”. “Ese niñito” ya está encasillado como distinto, es ajeno a la realidad de mi familia y de mis hijos.
Otra de las modalidades en que se entiende la inclusión es la conducción hacia una realidad “normalizada” (es decir, sujeta a parámetros convenidos por la sociedad) de la cual soy parte. Es decir, tendemos a uniformarnos, a igualarnos. Dentro de esta realidad, están en Argentina, por ejemplo, los movimientos feministas. Donde pareciera que lo que nos libera es negar la evidente distinción de género. Diferencia que nos ha enriquecido y alimentado mutuamente desde siempre.
Es decir, tanto cuando negamos la diferencia como cuando la señalamos como ajena a nosotros, pensamos que incluímos, cuando en realidad estamos excluyendo.
Los sujetos nos generamos en un nosotros primordial. Tal es la evidencia de la concepción y desarrollo del bebe dentro de su madre. Así, desde nuestro origen, participamos biológica, psicológica, social y espiritualmente de otro ser. Nos originamos en otro ser. No somos ajenos a él, somos partícipes de él. Somos otros en Otro que nos da origen.
Esto es así desde nuestro origen porque nuestro arquetipo es el de la creación en participación del Ser de Dios. Así, no hemos sido creados como “otros” totalmente ajenos a Él (Ser de Dios). Sino en Él (Ser de Dios).
Por ello es que podemos señalar que nuestra realidad subjetiva es unidiversa. Participamos de una realidad común que nos une desde nuestro origen, pero a su vez somos diferentes también desde el origen. Pues el niño presenta una subjetividad única y singular que no es la de la madre (diversa), pero a su vez no puede no ser en su madre (unidad).
Tal realidad es constitutiva de la subjetividad. Pretender darle la espalda a esta realidad representada en el “paradigma de la unidad en la diversidad” es una respuesta fallida que nos despersonaliza y aliena.
El paradigma de la unidad en la diversidad nos invita a salir de la lógica de la “o” para entrar en la lógica de la “y”. Y éste es el desafío de Argentina y de todos, creo yo, los países del mundo cuando reflexionamos acerca de esta temática que hoy nos reúne.
Así nos lo revela el licenciado en Psicología, Alberto Fariña Videla, fundador de la Fundación ARché y maestro de todos los que de ella formamos parte, en su libro “Escándalo y Locura”: “La asunción de la “y” como nota vertebradora de la complejidad, entendida ésta como unidad en la diversidad, es central… Es tan vertebralmente constituyente que su negación, ya sea que se haga en nombre de la ciencia, de la economía, de la filosofía, de la política, del arte o de la religión, está siempre condenada al fracaso. Y es la realidad de la historia la que nos muestra que, más allá y a pesar de la viva ilusión de querer controlar la realidad intentando “reducirla” a porciones más manejables, ésta siempre se nos revela como siendo “siempre más” que nuestra voluntad de poder. La historia de la ciencia, de la filosofía, del arte, de la política, de la religión está plagada de estos ambiciosos y puristas proyectos reduccionistas, así como de sus funestas y concretas consecuencias… Esta ilusoria pretensión de control, siempre que se intenta concretarla, utiliza también la misma fórmula: hay que eliminar alguna “y”. Siempre el costo lo paga alguna “y”. Y esto significa, también siempre, pretender eliminar alguna de las diferentes dimensiones constituyentes de la variopinta realidad humana… Explícita o implícitamente, en el fondo de esta nada ingenua y muy peligrosa intención simplificadora siempre está presente y operante el deseo de eliminación de lo diverso para así poder ejercer un mejor control de la realidad. Y este desorden que se observa en las conductas de las personalidades individuales, se comprueba también entre los grupos, las sociedades y las culturas. Sea cual fuese la diversidad que se cuestiones en su constitución.
Así, son las estructuras de poder, ancladas en lo más hondo de la intimidad del sujeto lo que nos hace excluyentes. El ansia de control de la realidad.
Por ello, la invitación sería a evitar dichas estructuras de poder para lograr una lógica de integración que no niegue las diferencias ni las señales como ajenas a la realidad propia.
¿O es que no participamos en alguna medida del espectro de dicho desorden de conducta de ese niño? ¿O de la vulnerabilidad de tal persona? O del camino en la afirmación de la identidad de cada uno, ¿con dudas, confusiones y desviaciones? ¿O de tal a cuál patología? Dicha invitación a disponernos a hacernos partícipes y a vernos participando de la misma unidiversa realidad, es a la que hoy estamos llamados.
Es únicamente y sólo desde este humilde lugar, pleno de verdad, desde donde podremos instrumentar cualquier estrategia, política, ley o acción dirigida siempre a ser más inclusivos.