En sus primeras líneas la encíclica Deus Caritas est nos recuerda que “que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, don una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (o.c.1)

El método que tiene la potencia atractiva para arrancar el corazón del hombre del vacío, de la distracción, de la nada, es que suceda algo hoy en su vida, algo que tenga la energía suficiente para apegar y poner en funcionamiento una humanidad desarticulada.

Esto lo comprobamos en los Evangelios cuando Cristo aparecía provocaba en sus amigos un atractivo que los ponía en acción, salían a buscarlo todos los días, lo seguían, estaban deseosos de estar con Él. No lo decía ninguna doctrina, no era una regla ética, simplemente la consecuencia de lo que les estaba sucediendo en el encuentro con ese hombre que los hacía experimentar el Infinito presente. Con Él presente todo en la vida de aquellos hombres tenía otra dimensión. Para experimentar esto no había más que salir con curiosidad a encontrarlo.

Hoy después de dos mil años esta presencia que conmueve, se presenta muchas veces desde las personas de Iglesia como reducida a valores éticos, adoctrinamiento catequístico, o un hecho del pasado, con la incapacidad de mostrar que lo que pasó hace dos mil años sigue sucediendo, sigue siendo contemporáneo al hombre, Dios con nosotros sigue siendo una realidad presente que actúa en la realidad, nada ha cambiado, no hace falta volver siglos atrás para vivir la experiencia de Cristo presente en la vida de los hombres. Sucede hoy y sucede donde se hacen evidentes los rasgos inconfundibles de su presencia, donde los hombres se vuelven capaces de testimoniar esta presencia en sus vidas, vidas que han cambiado y siguen creciendo en el seguimiento amoroso a este Acontecimiento presente.