¿Cómo se hace un sujeto capaz de enfrentar la realidad, de mirarla con madurez, de no desmoronarse frente a los miedos e inestabilidades que las circunstancias colocan frente a nuestros ojos?
Sería una tarea imposible si no existiese una clave de interpretación capaz de penetrar lo contingente y efímero para entrar en relación con ese Amor que hace que todo se vuelva “útil”, es decir capaz de generar un sujeto fascinado por ese que obra en nosotros y nos hace nuevos en cada instante a través del caminar cotidiano de la vida.
Así la vida se vuelve camino, donde el discernimiento o la comparación entre lo que está sucediendo y las expectativas de mi corazón entran en una relación apasionante de reclamo recíproco. Lo que sucede dentro de las circunstancias reclaman, por un lado, un sujeto que descubra la riqueza que porta, el “don” que lleva dentro para que la belleza infinita que tiene dentro de sí no termine en la banalidad; por otro el corazón de un sujeto “viviente”, que reclama a las circunstancias estar a la altura de la necesidad de totalidad para la cual estamos hechos.
Este diálogo frecuente y habitual va creando una conciencia positiva, atenta, seducida que con el tiempo genera certezas.
Cómo, si no es así, podremos caminar frente a nuestros miedos y temores, frente al horror de deshumanización con que tantas veces nos agredimos. Como si no es en un camino verdadero podremos salir del adormecimiento vacio y sin sentido, del aburrimiento que nos llena de vacío y tristeza, o de los grandes desafíos de la evasión que nos defrauda.
En el discernimiento se compara la vida, se la disfruta, se la gusta, la vida se vuelve nuestra, por que Otro la hace para mí. Somos hechos por Otro, no porque alguien nos puso en el mundo sino porque Alguien nos está generando ahora, en el presente, este Alguien nos Ama, está de nuestro lado, solo venciendo esa resistencia nuestra al Amor que invade y vence, puede nacer ese hombre sólido donde los vientos y tempestades de la vida se vuelven serenos por una presencia que nos abraza en cada instante.
Sin este proceso tendremos siempre discípulos que necesitarán de un “adulto” que le resuelva los problemas, uno que se vuelve imprescindible, que genera dependientes, no hombres libres, que le gusta tener en torno a si mismo una corte de seguidores que sin su maestro no pueden decidir ni afrontar nada en la vida.
Educamos para un cambio de época. Estar a la altura de los cambios significa dar razones de lo que nos sostiene en la vida y ayudar a otros en la capacidad de dejarse generar, ayudándolo a pensar, a resolver, a juzgar, no enfatizando en las respuestas rápidas, sino en ir hasta el fondo en pos de la pregunta formulada. Ellos mismos encontrarán la respuesta, hace falta el coraje de reconocer la posibilidad del equívoco, el riesgo de la debilidad, para que a través de un camino de idas y vueltas, de caídas y nuevos comienzos el hombre crezca y madure, se vuelva adulto.