Una de las preguntas que más recuerdo, que resaltan de mi adolescencia es aquella que surge sobre la ayuda para encontrar un significado a la vida. La escuela me había ayudado a aprender historia, matemáticas, geografía, lengua. Había muchos cursos para hacer en aquellos tiempos, pero no había nadie que nos diera un curso para aprender a vivir.
Es decir para aprender a asumir una relación con la realidad de nuestra vida, en los momentos de dificultad, en los momentos de amar, en los momentos de crisis, en la enfermedad, en la relación con los otros. No alcanzaba un manual de buenas costumbres de urbanidad, no era suficiente. La vida es mucho más. La transformación que hoy tiene la escuela por delante no es parapetarse en los esquemas tradicionales, donde siempre funcionó así, donde obteníamos algunos resultados que provocaban una mejor capacitación intelectual de nuestros alumnos. Hoy la escuela debe revolucionarse, debe tomar conciencia de la realidad que tiene adelante, y la realidad es un hombre que vive la realidad, la dramaticidad de la vida. No se puede educar escondiendo la basura debajo de la alfombra. No se puede educar mirando para otro lado de la realidad. No se puede educar queriendo que todos pasen por el mismo esquema, y que un solo esquema de vida sirva para todos, es necesario en la realidad de cada uno en la dramaticidad de la vida. Hoy una Iglesia en misión una Iglesia en salida, una escuela en salida es una escuela que va al hombre como es y le da una oportunidad. Nuestras escuelas se encuentran muchas veces satisfechas con ser un lugar de contención. Sin embargo, el hombre no se encuentra satisfecho porque es contenido. La contención sirve como refugio o acogida en un primer momento en choque con la realidad brusca, pero no podemos hacer consistir la educación con este primer momento. Hay que darle la oportunidad al otro de una vida plena.
Muchas veces escuchamos expresiones en nuestras instituciones como ‘pobre no le podemos pedir más’ con las circunstancias en las que vive, con el ambiente en que se encuentra, con el lugar donde vive y con las circunstancias sociales que lo rodean. ‘ya bastante bien está con que lo tengamos cerca’. No es así. Amar al otro es amar la plenitud del otro. Amar el destino del otro y la mera contención no alcanza. Amar al otro en lo que verdaderamente el otro es, y darle los elementos para un crecimiento real y verdadero.
Por eso necesitamos educadores que se amen a sí mismos, que no busquen el consuelo de ser simplemente comprendidos y contenidos ellos. Personas que tengan el coraje de ir hasta el fondo con su propio deseo de libertad de plenitud de belleza, y que se junten en cada escuela un grupito de estos, que vuelva a nacer la propuesta de una educación capaz de llegar a todos, dándoles ganas de vivir en plenitud, devolviendo el entusiasmo por la vida, arrancando a las personas del aburrimiento, del sin sentido, de la superficialidad con la que a veces nosotros nos enfrentamos a nosotros mismos. Necesitamos educadores que viviendo la propia dramaticidad de la vida se acompañen y se ayuden unos a otros a vivir una plenitud, a seguir adelante no con un voluntarismo, sino con un corazón que se deja ayudar por el Misterio. Con un corazón que se acompañe la presencia del Misterio de Dios en el rostro de personas amigas. De personas que te aman y que te quieren como a sí mismas, y que quieren tu bien. Necesitamos un equipo de personas que prefieran enfrentar cada circunstancia de la vida y dejarse sorprender por ellas antes que refugiarse en esquemas, proyectos, programas, organización.
Personas que estén dispuestas a ver al otro como lo que el otro es. Un hombre con deseos de infinito, con la posibilidad de una hermosa vida en la que el reino de Dios ha llegado a la tierra. La posibilidad de la vida misma, de los hijos de Dios, que hace hombres plenos y felices. No porque no les pasa nada, o porque tienen una vida cómoda, o han encontrado la solución económica hasta el fin de sus días, sino personas que enfrentan la sorpresa de cada instante con la certeza de que tienen un Padre que los ama. Que nos los abandona nunca, que está a su lado, y se ayudan a hacer memoria de esta Presencia.
Necesitamos una revolución educativa porque nuestros alumnos tienen una vida convulsionada, y los esquemas de nuestras escuelas no alcanzan a llegar a las situaciones reales de sus vidas. ¿Quién me ayuda a vivir?¿Quién me acompaña en mis deseos? ¿Quién me ayuda a entender la soledad, la dificultad, la incomprensión? ¿Quién me ayuda a abrazar mi destino? ¿Y cual es ese destino? En qué consiste, de que está hecho?.
¿De qué está hecho cada instante de nuestra vida y hacia dónde va? Todos estos interrogantes nos colocan adelante de una vida intensa. En la cultura actual parece que cosas habría que ahogarlas en el sinfín de preocupaciones, con la que aturdimos la vida en cada instante, sin embargo éstas son las cosas que dan sabor, que vuelven a la vida una vida apasionante. De esto es de lo que nosotros nos gloriamos. En definitiva es la cruz de Cristo, poder abrazarla, poder acompañarla, poder vivirla, no hacen una vida aturdida en el dolor, en el sufrir de cada instante. Hacen una vida apasionada, hacen una vida donde el camino de las bienaventuranzas parece ser posible.
Necesitamos una escuela que se renueve a la luz del evangelio , pero del evangelio vuelto a leer vivencialmente, el poner la otra mejilla el amar al otro porque lo miramos como lo que verdaderamente es. Nos hablan de maneras de vivir un modo nuevo la escuela católica.
Por eso no basta un barníz superficial, o un lenguaje moderno ara decir que la escuela ha cambiado. Hace falta seres humanos cambiados, personas que han asumido para la propia vida la posibilidad de que sea cierto, que en la vida real de cada día podamos enfrentar un gran amor que nos abraza en cada circunstancia. Para esto debemos tener el coraje de ver las circunstancias, debemos tener los elementos con los que enfrentarlas. Debemos ayudar al otro a que los tenga. Poder dar a nuestros alumnos un camino real y verdadero, una compañía real y verdadera en una vida que todos los días se renueva, que todos los días vuelve a nacer. Por eso el camino de la escuela católica es un camino en salida, es un camino revolucionado, pero es un camino que no se deja vencer por el eslogan. Es un camino que hacemos juntos y que debemos decidirnos a transformar. Tenemos la oportunidad de abrirnos al Señor que llega en las circunstancias de la vida nuestra y en las circunstancias de nuestros compañeros de trabajo y en las circunstancias de nuestros alumnos no para poder dificultades sino para dar oportunidades. Para descubrir la belleza y renovar nuestro corazón y nuestra vida. ¿Quién me educa para la vida? ¿Cuáles son los elementos con los que enfrento las circunstancias? ¿Es posible ser feliz? ¿Y es posible ser pleno en la realidad de cada momento por difícil que sea, por oscura que parezca, puedo tener otra oportunidad? ¿Y cuál es esa otra oportunidad?¿Una escuela con mejores elementos didácticos o con mejores docentes?
Una escuela en salida no es una escuela que va con el esquema de una estructura de ricos para los pobres. Una escuela en salida es una escuela en la que uno como otros nos ayudamos a vivir más. Nos ayudamos a salir de los esquemas en que tantas veces nos refugiamos, nos sentimos seguros; hemos trabajado siempre así y nos han dado resultados que algunos consideran que son suficientes. Hay que tener el derecho y la capacidad de la autocrítica, de darnos cuenta si esto alcanza, tener el coraje de pedir ayuda. Si hay nuevos rumbos, de escuchar. Y de mirar al otro como yo soy mirado por el Padre que me ama. La Iglesia está en revolución, la escuela está en revolución. Es decir, en un nuevo volver a empezar.