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Editoriales

Eucaristía, Misericordia y Educación

P. José Alvarez
Presidente del CONSUDEC

La Misericordia de Dios nos ha regalado la Eucaristía que es una provocación a la mirada del corazón del hombre en una cultura donde la realidad parece tantas veces adversa y negativa para la vida, donde tratamos de soñar un mundo nuevo distinto, una realidad diferente, la Eucaristía nos invita a mirar lo que tenemos delante de nuestros ojos, a mirar de una manera sencilla, simple, a mirar lo que hay. La Eucaristía nos enseña que en la apariencia del pan y del vino hay un infinito presente, un infinito que para nosotros es amor, ternura, por eso la Eucaristía en sí misma es una educación en la mirada sobre la realidad que nos enseña que en la apariencia debemos mirar lo que hay dentro, lo que está. Es decir una Presencia. La Eucaristía nos provoca a aprender a mirar, a mirar la vida. Uno de los grandes problemas que tenemos en la cultura actual es que los hombres no sabemos, no nos habituamos a mirar dentro de la realidad y de las circunstancias que la conforman y por este no mirar dentro, nos revelamos, nos enojamos. La falta de una capacidad en la mirada del corazón del hombre, de ese penetrar con el presupuesto que hay una belleza grande para mí, en la apariencia que a veces no dice nada o no tiene nada. Esto hace que la vida se vuelva muchas veces triste, sin sabor, adormecida, o con el presupuesto de que hoy no me ha pasado nada interesante para mí, vamos a las clases, trabajamos todos los días, tomamos los mismos colectivos sin la capacidad de esperar nada, como si fuésemos con los ojos cerrados sabiendo de que ya el camino será el mismo de todos los días. Una vida así necesita un cambio, una vida así no se soporta, una vida donde no pasa nada que suceda delante de mis ojos es negativo, hace que el corazón se revele en la necesidad de vértigo, en la necesidad de que algo me haga sentir vivo, en que algo me haga comprenderme un ser humano con todo el deseo de plenitud de belleza, de bien, de verdad que el corazón tiene. Pero claro, que difícil resulta cuando no sabemos mirar con sencillez, ayer iba caminando por la calle en una mañana aparentemente gris, una nena que estaba de la mano de su abuela antes de entrar al jardín de infantes y despedirla le dice a su abuela: ¡el sol brilla! Nadie se percataba entre edificios altos que no permitían darse cuenta fácilmente, pero solo ella, la nena, se dio cuenta, miró el reflejo del sol en los edificios y con su mirada sencilla expresó algo que era imperceptible para todos. Es necesario volver a la sencillez de los niños como nos reclamaba Jesús, la mirada del niño, la mirada simple del niño que sepa reconocer lo que hay delante de los ojos, que sepa ver en positivo, que sepa descubrir la Misericordia que nos llega constantemente en cada instante, por eso nuestro corazón como el ciego que se encontró con Jesús debe aprender a gritar,  Señor haz que pueda ver, haz que pueda reconocer tu amor misericordioso, providente lleno de la dulzura y capaz de provocar el estupor que conmueve el corazón en cada instante, ¡Señor haz que vea!  Porque una cultura de hombres que no ven, es una cultura sin rumbo, es una cultura que tropieza una y otra vez con la dureza de los muros que nos encontramos en el camino de la vida ¡Has que vea! Porque solo viendo puedo sortear las circunstancias, puedo descubrir la belleza, puedo dar a mi corazón lo que verdaderamente necesita, la apertura a una Presencia que responde a la necesidad que mi corazón tiene, una Presencia que me ayuda a caminar a reconocerme vivo, reconocerme de desear más, de desearlo todo, de desear el infinito, ese deseo de infinito que muchas veces distraemos, ese deseo de infinito que muchas veces disimulamos, ese deseo de infinito que muchas veces apagamos transformándonos en hombres incapaces de vivir una vida intensa, hombres alienados pero hombres que en definitiva como no pueden acallar por mucho tiempo ese deseo del corazón tratan de buscar en la sensación del vértigo de un instante, aunque esto signifique arriesgar la propia vida, poder vivir algo que me haga sentir vivo, algo que me haga reconocer un hombre de verdad. La respuesta al corazón del hombre, que muchas veces intentan dar por instantes fugaces, el sexo desenfrenado. Los embates de la droga, las adicciones, el alcohol y tantos otros por los que la vida en algún instante parece responder a aquello para lo que estás hecho pero que en definitiva no alcanza. Dios no nos dice esto no se puede, Dios nos está dando la verdadera respuesta.

El hombre tiene un corazón que no se deja vencer, un corazón que no se deja apagar, un corazón que busca aquello para lo cual está hecho aún por caminos que no son los que verdaderamente responden y que por lo tanto no son los más adecuados, sin embargo la Eucaristía propone la mirada de alguien presente, capaz de saciar, alguien que es la verdad, el bien la belleza, la plenitud, aquello que el corazón desea busca en su fuente más genuina y verdadera. Por eso la Eucaristía nos educa en la mirada, cuando el mundo aparece chato, sin sentido, sin algo detrás a lo que hace referencia, La Eucaristía dice “hay algo más” hay algo que está, una Presencia que desafía el corazón, una presencia que invita a corroborar que esta Misericordia de Dios sobre el corazón del hombre es verdadera, alguien que sabe lo que buscas, alguien que sabe mejor que vos lo que necesitas, el que te hizo viene al encuentro de tu corazón para responder a su necesidad verdadera, viene en la Eucaristía y viene en las circunstancias de la vida en las cuales El se hace presente, en los amigo, la familia, en el pobre, en el que sufre, en el que necesita consejo y ayuda, en el que te pide. El se vuelve capaz de responder a la necesidad de la vida haciendo que cada instante pueda tener aroma a infinito. Solamente rescatamos a esta cultura del vacío y del sinsentido de la vida si somos capaces de aceptar el desafío de la Eucaristía con el presupuesto de que sea cual sea el rostro que la realidad tenga delante de nuestros ojos hay algo más que viene de la fuente de la Misericordia y por lo tanto es un don , un regalo bueno para cada uno de nosotros, bueno para el instante presente en que estás viviendo, dejate abrazar por la Misericordia, gritá con un corazón certero ¡Señor haz que vea! Porque mi vida sin El es una pobre vida, es una vida triste, es una vida en la cual no se entiende no se comprende su rumbo. Pidamos a la Eucaristía, pidamos a Jesús en la Eucaristía que nos ayude a reconocer su presencia de infinito. La presencia de Dios entre nosotros.

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