La imagen de Jesús sosteniendo una paleta de pintor presidió la reflexión del obispo de Corrientes, Fray José Adolfo Larregain OFM en el encuentro de los educadores en la región del NEA: “La escuela se asemeja al atelier donde habita, crea y trabaja el pintor; está compuesto por herramientas, materiales, espacio creativo y la visión de los artistas”.
Con ocasión de la celebración del año jubilar, reflexionamos sobre el gran desafío que enfrenta nuestra escuela católica: ser fiel a su identidad en clave de sinodalidad, teniendo en cuenta al educador como «peregrino de esperanza». Se pretende, sencillamente, una aproximación a grandes rasgos a la variedad multifacética y colorida de la educación en nuestros colegios, enmarcada en la diversidad y la complejidad de las realidades humanas que acompañamos.
Se trata, simplemente, de reflejar la interacción de los diversos matices que, como en la paleta de un pintor, se entrelazan para dar vida a la riqueza de nuestras realidades educativas.
El Papa Francisco nos recuerda que este es «el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio».
Describe a los peregrinos de esperanza como personas capaces de recorrer itinerarios antiguos y nuevos para vivir la gracia jubilar. Esto no es solo un lema; es una forma de ser Iglesia y, por lo tanto, una forma de hacer escuela.
El jubileo que estamos transitando nos invita a ponernos en camino y recorrer, escuchar, discernir y servir.
¿Qué es la escuela?
Diversos autores reflexionan y proponen teorías y modelos. No es nuestro objetivo discurrir, considerar o analizar en torno a eso. Para nosotros, es el lugar que transitamos cada día, muchos años en nuestras vidas —y quizás hasta toda la vida—; es donde nos entregamos, disfrutamos, somos felices, interactuamos, soñamos, enfrentamos desafíos, conflictos y frustraciones. Se asemeja al estudio-taller-atelier donde habita, crea y trabaja el pintor; está compuesto por materiales, espacio creativo y la visión de los artistas. En este centro de arte conviven y encontramos muchos, variados, diversos y ricos actores: los porteros, maestranzas-mantenimiento, [equipo de conducción] representante legal- directivos- secretaria-coordinador de pastoral y administrativos, docentes, preceptores, gabinetes, alumnos, padres y tutores.
La sinodalidad permite que cada uno de los que forman la comunidad educativa se sientan valorados y escuchados, promoviendo un rico sentido de pertenencia y responsabilidad compartidas. Cada uno, desde su rol, contribuye a formar un espacio donde el aprendizaje y el crecimiento son posibles. Esto, a su vez, fortalece la calidad de la educación y el desarrollo integral de los estudiantes. Los espacios escolares físicos y simbólicos pueden estar relacionados en la búsqueda de una educación más inclusiva y participativa: las aulas, patios y áreas recreativas, biblioteca y laboratorios, espacios virtuales, comedores y otros ámbitos comunes.
Lo hacemos bajo la figura inspiradora del educador como «peregrino de esperanza»: alguien que camina con otros, acompaña, construye, alienta y abre horizontes, sin perder la confianza en el Dios de la vida que es el impulsor de cada paso que se da y orienta dando sentido a la meta a alcanzar y llegar.
En la paleta que tiene en sus manos el educador, observamos diversidad de colores expresados en: rostros, historias, sueños, fragilidades y fortalezas de todos los que forman la amplia familia de la comunidad educativa. Cada color tiene su propio valor, brillo y tonalidad única. A primera vista, los colores están diferenciados, como realidades singulares; sin embargo, el verdadero arte está en combinarlos, en buscar armonías nuevas, en atreverse a crear contrastes y luces que hacen visible un cuadro lleno de vida. El desafío es que no permanezcan aislados, sino encontrarse, complementarse y dar vida a una obra más grande.
Ese es el espíritu de la educación sinodal: aprender a caminar juntos, escucharnos y dejarnos enriquecer por la diversidad.
1. Fundamentos eclesiales y pedagógicos
El ser humano es un ser en relación, aprende y crece con otros, no de manera aislada: la pedagogía sinodal parte de la convicción de que la educación se da en comunidad, en diálogo entre maestro y discípulo, entre pares y con la sociedad. Educar sinodalmente significa reconocer la dignidad y la voz de cada uno como integrante de un camino compartido.
a) La sinodalidad como estilo de Iglesia y de escuela.
La palabra sinodalidad proviene del griego “syn” (con, juntos, en compañía) y “hodos” (camino, vía, recorrido, modo de proceder). Significa literalmente caminar juntos, cruzar un umbral. En griego clásico tiene diversas acepciones: encuentro de caminos, cruce de senderos, punto de encrucijada, idea de convergencia; reunión, asamblea, encuentro de personas, consejo; en último término, compañía de viaje, caravana, peregrinación, grupo que comparte un mismo trayecto con la idea de solidaridad y mutua ayuda en el camino.
En la tradición de la Iglesia se acentuaron especialmente las últimas dos acepciones, remitiendo a la experiencia comunitaria del Pueblo de Dios, que, bajo la guía del Espíritu Santo, discierne y toma decisiones para vivir y anunciar el Evangelio en el sentido de asamblea. De allí que signifique no sólo una estructura organizativa sino un modo espiritual y pastoral de caminar juntos.
No se trata sólo de reuniones, sino de un modo de vivir, escuchar y decidir, el Papa Francisco insiste en que no es un evento puntual sino un estilo de vida eclesial, que expresa la naturaleza de la Iglesia como pueblo de Dios peregrino y misionero.
Aparecida pide escuelas que eduquen centradas en la persona e impulsen educación de calidad para todos, especialmente los pobres, y que renueven su identidad católica y misión con procesos de iniciación cristiana transversales al currículum.
El Documento Preparatorio del Sínodo afirma: «El objetivo de este proceso sinodal no es producir documentos, sino hacer germinar sueños, suscitar profecías y esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones…».
Urge formación sinodal para todos los actores eclesiales, promover escucha, diálogo, inclusión y corresponsabilidad; salir con más humildad y decisión sinodal.
Aplicado a la escuela, no basta con comunicar conceptos, debemos ayudar a que cada niño y joven sea parte de una comunidad que construye sueños y esperanza. La educación no es solo transmisión y construcción de saberes y contenidos, el educador debe encarnar la tarea de ser testigo y acompañante en el camino de la fe y de la vida abriendo a un horizonte más amplio que es ser artesanos de comunidad y fraternidad. La sinodalidad invita a que la escuela católica sea un espacio de escucha, discernimiento y participación, donde todos los actores aporten.
b) La misión de la escuela católica
El Concilio Vaticano II afirma que la escuela católica, en cuanto persigue los fines culturales propios de toda institución dedicada a la enseñanza, procura al mismo tiempo formar a sus alumnos para que, desarrollando armónicamente sus facultades, crezcan como personas nuevas, que contribuyan al bien de la sociedad y a la edificación de la Iglesia. La educación tiene importancia decisiva y fundamental en la misión de la Iglesia.
Esto significa que educar es un proceso que nos lleva a acompañar al educando en el largo camino del aprendizaje; es dirigir, enseñar, encaminar el proceso para el desarrollo de las capacidades de la persona integrando fe, cultura y vida con una identidad eclesial clara, un proyecto educativo integral que ofrece respuestas ante las crisis de valores. La educación sinodal ayuda a tomar decisiones compartidas, promueve el desarrollo de un espíritu crítico, del sentido de comunidad y la búsqueda del bien común. Es de destacar que es un proceso, en el que, si queremos lograr «frutos auténticos», respetando los ritmos, debemos buscar «arraigar con fuerza, más que producir flores deslumbrantes».
Las raíces del magisterio educativo nos remiten a León XIII que defendió la misión eclesial en la educación pública y promovió la recuperación de la filosofía cristiana para el mundo académico teniendo en cuenta el binomio libertad para educar y la unidad de razón y fe.
La sinodalidad invita a que la escuela católica sea un espacio de escucha, discernimiento y participación, donde todos los actores aporten.
Mostró una actitud abierta al diálogo con el mundo moderno, reconociendo la importancia de la ciencia, la educación y la investigación académica alentando a los católicos a participar en el avance del conocimiento complementado con la fe.
La Congregación para la Educación Católica insiste en que el educador católico no es sólo transmisor de conocimientos: «los educadores cristianos son, en primer lugar, testigos, y solo después maestros». Este mismo documento nos dice que «los docentes son testigos y no simples técnicos de la instrucción».
En clave sinodal, este testimonio se vive caminando con otros, escuchando, discerniendo y participando juntos en la misión educativa. Implica que la escuela no es un lugar de poder unilateral, sino de colaboración entre alumnos, familias, docentes, Iglesia y sociedad. Educar sinodalmente significa superar el modelo verticalista para abrir caminos de corresponsabilidad y de construcción comunitaria, busca formar personas capaces de comprometerse con la transformación social, prepararlas, no sólo para el trabajo, sino para la vida, la solidaridad y el cuidado de la Casa Común. La pedagogía sinodal se inspira en Jesús Maestro, que enseña acompañando y acompaña enseñando en el camino con los discípulos y junto a ellos.
Jesús se presenta como el que camina con sus discípulos, su modo de enseñar es acompañamiento, escucha y apertura gradual a la verdad. La sinodalidad expresa la Iglesia como «Pueblo de Dios en camino».
La escuela católica es Iglesia en pequeño, llamada a actuar en esa misma dinámica donde el verbo “partir” debe ocupar un lugar importante, donde el sentido de utopía y futuro son soñadas en las aulas. La acción pedagógica se inspira en la dinámica del discernimiento comunitario, donde el Espíritu Santo guía a través de todos y enseña a pensar, a ser críticos, a aportar de sí. El fundamento pedagógico propiamente dicho consta de un aprendizaje dialógico donde el conocimiento se construye en interacción, no por mera transmisión unilateral; la didáctica de la escucha atiende a las experiencias, necesidades y preguntas que se formulan; la participación activa con la integración de saberes y vida, lo que se conecta con la vida concreta y con el compromiso social constituyéndose en espacio de misión.
Educar en clave sinodal significa formar personas que aprendan a discernir, participar y comprometerse con el bien común. Se busca una pedagogía de la esperanza y de la fraternidad, que prepare personas para ser ciudadanos del mundo y discípulos misioneros en la Iglesia.
El educador como "peregrino de esperanza"
El educador es peregrino, porque la tarea educativa no es estática ni acabada: siempre está en camino, en búsqueda, inquieto y abierto al Espíritu y a los signos de los tiempos, en proceso, en actitud de apertura, escucha, pregunta, camina con otros. Se trata de profundizar más que de picotear en la superficie; de saborear más que de tragar; de trabajar a conciencia más que de trabajar sin medida. Todo lo que es auténtico y verdadero generalmente se amasa lentamente, y a menudo con esfuerzo y dolor, en lo secreto.
En este escenario, se asemeja al artista que admira, sostiene, motiva e interpela la paleta que sujeta. Él no impone los colores, los contempla, valora y los une con paciencia y creatividad.
Con su mano, los matices diversos encuentran un sentido en la totalidad de la obra. Así también el educador: peregrino, porque camina con otros y no solo; de esperanza, porque cree en el futuro de cada joven y en el poder transformador de la educación.
¿Quién es verdaderamente educador? Responder a esta pregunta no es tan simple. Sabemos qué es educar, que para que haya educación es necesario el encuentro personal con otro. ¿Quién es verdaderamente un educador? ¿Qué es ser un educador? Una definición que se propone nos dice que “educador es todo aquel que se da cuenta que su vida influye en otra vida, lo asume responsablemente y lo vive como misión”. Vivirlo de este modo es asumir un envío a realizar, un poder que nos ha sido concedido para cumplir una tarea encomendada, es tomarlo como un encargo personal, una misión.
Entre las cualidades y virtudes pedagógicas del educador, mencionamos las siguientes:
- Proximidad que se hace actitud de cercanía, empatía, presencia en el patio, en el pasillo, cordialidad.
- El amor pedagógico positivo manifiesta determinadas cualidades: la aceptación del otro, la alegría, la comprensión, paciencia, respeto misericordioso, amor enaltecedor, etc.
- Acompaña, camina al ritmo de los alumnos, anima. Educa en clave de peregrinación, que significa formar con sentido de trascendencia, cultivar la esperanza activa e integrar la fe y la vida en un camino progresivo.
- Ternura firme, formativa, responsable, que educa, acompaña y pide lo mejor. Capacidad de discernimiento que lee procesos más que eventos, ayuda a leer e interpretar los signos de los tiempos y las experiencias de los jóvenes.
- Sinergia con la capacidad de trabajar en red: escuela-familia-comunidad.
- Educa para que no caminen solos, sino que aprendan a vivir en fraternidad.
- Maestro de resiliencia, enseña a enfrentar las dificultades con fe y con confianza en el futuro.
Determinadas imágenes a modo de fundamentos bíblico-teológicos para el educador peregrino de esperanza nos pueden ayudar. Una de ellas puede ser la figura de Abraham y la actitud de estar en salida: «Sal de tu tierra» (Gn 12,1), dejando la comodidad, abriéndose a lo desconocido caminando fiado en la promesa de Dios. Otra puede ser la experiencia del Éxodo en el cual el pueblo aprende en el desierto, educado por la pedagogía de Dios, que es camino, alianza y esperanza. Jesús es modelo por excelencia del educador «peregrino de esperanza» que se aproxima, escucha, interpreta, tiene gestos de cercanía y enciende corazones.
El educador se constituye en «peregrino de esperanza, porque confía en el potencial de cada alumno, aun cuando la realidad social sea difícil y compleja. Esta virtud teologal se hace visible en el aula, en lo concreto de cada uno y en sus historias.
El Papa Francisco anima a los jóvenes y también a sus educadores afirmando que educar es sembrar con paciencia la semilla de la esperanza en el corazón de los jóvenes, teniendo en cuenta que la verdadera educación debe hacer crecer en la capacidad de captar la belleza de la vida y de la esperanza.
Bibliografía
FRANCISCO, Discurso por el 50 aniversario del Sínodo de los obispos, oct.2015. CONCILIO VATICANO II, Gaudium et Spes 12. cf. DOCUMENTO PREPARATORIO DEL SÍNODO SOBRE LA SINODALIDAD, 2021. FRANCISCO, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 111. cf. DOCUMENTO CONCLUSIVO DE LA V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE, Documento de Aparecida 334, 337, 338. DOCUMENTO PREPARATORIO DE LA XVI ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS 2021, 32. CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA, Sínodo de la Sinodalidad. Sín tesis de Argentina, Oficina del Libro, Buenos Aires. https://episcopado.org/assetsweb/cont/3469/argentina_sintesis_final_sinodo_21-23.pdf Cf. FREIRE, PAULO, Pedagogía de la autonomía, saberes necesarios para la práctica educativa, Paz e terra, Sao Pablo, 2004, Capítulo 2. CONCILIO VATICANO II, Declaración sobre la Educación Cristiana Gravissimum Educationis. BUSQUETS, MARÍA DOLORES; CARRIZO, MANUEL Y OTROS, Los temas transversales, Santillana, Buenos Aires, 1995. Leon XIII publicó las encíclicas Aeterni Patris (1879) e Inmortale Dei (1885). 24 cf. MÉNDEZ MARÍA O, Educar en valores, Don Bosco, Asunción, 2008, 15-16.


